Recientemente, el titular de un periódico reseñaba la noticia de que el mal llamado “zar de la frontera” de Estados Unidos solicitó a los inmigrantes irregulares que se fueran del país. Lo único que pude pensar es que así es como los seguidores de la división y la exclusión celebran la Navidad. Celebran el nacimiento de aquel que dijo: “fui forastero y me acogiste”, diciéndoles precisamente a los forasteros que se vayan.
Esta forma de “celebrar” la Navidad constituye una profunda contradicción con el mensaje que se pretende transmitir. En una sociedad donde la acogida del refugiado y de la persona que busca protección debería ser una manera concreta de construir un proyecto de futuro común, estas políticas contra los inmigrantes representan una forma clara de crueldad. Decirle a los inmigrantes que deben irse porque entraron de manera irregular al país supone asumir que la manera en que se han establecido las fronteras —y la forma en que estas han sido controladas— es incuestionablemente legítima y moral. Es aceptar sin crítica un modelo de poder que se sostiene sobre la exclusión sistemática de los más débiles. Una sociedad edificada sobre esa lógica es, sencillamente, una sociedad enferma.
Este anuncio, y la manera en que los medios de comunicación normalizan este tipo de discurso, debería preocuparnos profundamente. Una sociedad que se enorgullece de la exclusión del otro es una sociedad diseñada para la muerte. El proyecto antiinmigrante de la administración, junto con el apoyo que recibe de amplios sectores sociales, nos coloca ante una grave encrucijada histórica.
Una sociedad que se autodenomina cristiana, pero que excluye a refugiados e inmigrantes, vive inmersa en una profunda contradicción ética. La ética bíblica se sostiene sobre un principio fundamental: el amor y el cuidado de la viuda, el huérfano y el forastero como base para una vida social justa y saludable. Una sociedad que se construye sobre la exclusión de los inmigrantes, que los invita a irse, que los persigue y les cierra las puertas, promueve una visión de odio y exclusión es extremadamente peligrosa.
Hoy, la persecución contra los inmigrantes no es solo una política pública más; es una forma concreta de materializar en la historia el odio, la xenofobia y el racismo que caracterizan a una sociedad que excluye sistemáticamente a los más vulnerables. En estos días en que nos acercamos a una nueva celebración de la Navidad, deberíamos estar especialmente atentos a cómo el discurso de odio es normalizado, mientras los medios lo reproducen sin denunciar lo que simboliza que un funcionario público le diga a los inmigrantes que se vayan del país.
Resulta aún más lamentable que este llamado sea apoyado por sectores que se identifican como cristianos, en abierta contradicción con los principios que dicen defender. Ante este llamado irresponsable, cruel, abusivo y excluyente del llamado “zar de la frontera”, me atrevo a afirmar que ha llegado el momento de unirnos en un grito unánime y claro: de aquí nadie se va.

