En mi salón de clases Montessori, he visto cómo los ojos de un niño se iluminan al descubrir que puede crear sonido con sus propias manos. Ese instante de asombro es el inicio de un camino: el de la educación musical, una experiencia que va mucho más allá de aprender canciones o tocar instrumentos. Es una manera de desarrollar sensibilidad, disciplina, alegría y pertenencia.
La educación musical temprana no comienza en la escuela: comienza en el hogar. Desde el vientre, los niños perciben los ritmos del corazón materno y las melodías que escuchan en su entorno. Por eso, los padres tienen un papel esencial como primeros guías musicales. No se necesita ser músico para fomentar la musicalidad; basta con estar presentes, escuchar y compartir.
Cantarle a un bebé, por ejemplo, no solo calma y fortalece el vínculo afectivo: también estimula su desarrollo del lenguaje y su capacidad de atención. Los niños que crecen escuchando canciones variadas aprenden a reconocer patrones, tonos y pausas, habilidades que luego facilitan la lectura y la expresión oral. Una sencilla rutina de canto antes de dormir puede convertirse en una poderosa herramienta educativa.
En casa, los padres pueden crear espacios para el descubrimiento musical de manera natural. Algunos consejos prácticos:
- Escuchar música variada juntos. Desde nanas hasta salsa, desde música clásica hasta plenas, exponer a los niños a distintos géneros amplía su oído y su curiosidad.
- Dejar instrumentos al alcance. Un güiro, unas maracas, un tambor pequeño o una flauta dulce permiten la exploración libre. En Montessori, los materiales sensoriales invitan al niño a descubrir por sí mismo, y la música puede abordarse igual: a través del juego y la experimentación.
- Cantar en familia. No importa si alguno “desafina”. Lo importante es compartir el acto de cantar. La voz humana es el primer instrumento, y los niños aprenden a usarla escuchando a los adultos.
- Relacionar la música con la vida cotidiana. Un ritmo al recoger los juguetes, una canción para lavar las manos, una melodía para celebrar logros. Así, la música se convierte en lenguaje del día a día, no en un evento ocasional.
En Puerto Rico, nuestra música también es historia viva. Los padres tienen la hermosa responsabilidad de pasar a sus hijos nuestras tradiciones musicales: los aguinaldos, las décimas, las parrandas. Estas no son solo canciones navideñas; son una forma de comunidad, una celebración de lo que somos. En las parrandas, los niños aprenden que la música une, que se comparte con alegría y respeto, y que cada instrumento tiene su voz dentro del grupo.
Durante la temporada navideña, se puede aprovechar para involucrar a los niños en actividades musicales familiares: enseñarles letras tradicionales, explicarles el origen del cuatro, invitarles a acompañar con panderetas o palitos de madera. Si los pequeños participan desde temprano, crecerán con un sentido de identidad y orgullo cultural que los acompañará toda la vida.
Además, cantar aguinaldos o tocar instrumentos típicos en familia ayuda a fortalecer vínculos. La música se convierte en un puente entre generaciones: los abuelos enseñan los cantos de su niñez, los padres comparten recuerdos, y los niños heredan un tesoro que no se compra ni se olvida.
Enseñar música no es solo formar músicos: es formar seres humanos sensibles, disciplinados y empáticos. Y mantener vivas nuestras tradiciones musicales no es solo preservar el pasado: es darle melodía a la vida futura. Con cada canción que compartimos, sembramos raíces profundas que sostendrán la identidad y la alegría de Puerto Rico por generaciones.

