La Corte Suprema de Estados Unidos decidió no revisar el caso que buscaba revertir Obergefell v. Hodges, la decisión de 2015 que garantizó el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. Con ese silencio, el Supremo dejó claro, y quizás sin quererlo, que las bodas gays llegaron para quedarse. Que nuestro estado es laico, y no una teocracia.
Kim Davis, la exfuncionaria de Kentucky que se negó a emitir licencias matrimoniales a parejas del mismo sexo alegando motivos religiosos, pretendía reabrir un debate que ya el país había superado. Pero esta vez, ni los jueces más conservadores quisieron escucharla. Tal vez entendieron que detrás de su reclamo no había fe, sino una cruzada política con sotana.
El tribunal evitó un error histórico. Lo hizo en silencio, pero el mensaje resonó con fuerza: los derechos civiles no se discuten cada vez que el péndulo político cambia de dirección. La igualdad no es negociable, ni depende del partido que controle el Congreso, ni de quién grite más fuerte en nombre de la moral.
Desde hace años, sectores conservadores han intentado disfrazar el prejuicio de libertad religiosa. Alegan que reconocer los derechos de otros amenaza los suyos. Pero lo cierto es que nadie pierde por permitir que dos personas se amen y se reconozcan ante el Estado. Lo que sí se pierde, cuando se cede a ese miedo, es la humanidad que sustenta la justicia.
Antes de Obergefell, el país era un mapa dividido: algunos estados celebraban matrimonios igualitarios, otros los prohibían. Una pareja podía casarse en Massachusetts y volverse “soltera” al cruzar a Alabama. Esa incoherencia legal violaba el principio más básico de igualdad. Obergefell corrigió ese error y, con ello, devolvió dignidad a millones.
Hoy, el Supremo no cambió nada… y al hacerlo, lo cambió todo. Eligió no retroceder. Eligió el amor sobre el dogma, el derecho sobre el miedo. En tiempos donde las guerras culturales siguen sirviendo de cortina política, ese silencio fue, paradójicamente, una afirmación poderosa.
Las bodas gays no solo continúan: se consolidan. Cada ceremonia sigue siendo una victoria sobre los prejuicios, una reafirmación de que los derechos no se suplican, se ejercen.
Y mientras algunos lloran por un país que ya no les pertenece, otros celebran uno que, al fin, empieza a parecerse al ideal de libertad que siempre prometió ser.

