Opinión

¿Quién es ese diez por ciento?  

Lea la columna del Dr. Francisco J. Concepción de la Mesa de Diálogo Martin Luther King

Francisco J. Concepción
Francisco J. Concepción

En Puerto Rico, las encuestas más recientes revelan un dato tan curioso como indignante: la inmensa mayoría de la población considera que el país está mal o muy mal. Pero hay un pequeño grupo —un diez por ciento— que afirma que estamos “muy bien”. ¿Quiénes son esos diez por ciento? ¿Qué realidad habitan? ¿Qué país miran cuando dicen que todo va por buen camino?

Me gustaría conocerlos, porque hasta ahora no me he topado con ninguno. No es el trabajador que gana el salario mínimo y ve cómo la luz y el agua suben mientras el sueldo se estanca. Tampoco es el pensionado que tiene que decidir entre comprar medicamentos o pagar la comida. No es la madre que cada día enfrenta el alza del costo de vida o el joven que se marcha porque aquí no encuentra oportunidades. ¿Quiénes, entonces, forman parte de ese grupo que dice que Puerto Rico “va muy bien”?

Quizá sean los millonarios que no pagan impuestos gracias a los privilegios de las leyes 20 y 22, esos extranjeros que se han convertido en la encarnación del egoísmo inmoral del capitalismo salvaje. Ellos viven en urbanizaciones con generadores que nunca se apagan, no conocen los apagones, ni el calor que sofoca a los demás. Para ellos el país va muy bien, porque el país que ellos habitan no es el nuestro: es una burbuja de lujo, exclusión y cinismo.

O tal vez ese diez por ciento esté formado por los supuestos religiosos que predican la moralidad mientras se sirven con la cuchara grande en el banquete del poder. Los que bendicen al partido gobernante desde sus púlpitos, que convierten la fe en negocio y la religión en instrumento político. Esos que justifican la corrupción porque el corrupto “es de los nuestros”. A ellos también les va bien, porque su dios es el dinero y su templo, el Capitolio.

Quizá también estén ahí los “amigos del alma”, los de siempre, los de los contratos y la trampa, los que mueven los fondos públicos en un ciclo de lujo, viajes y abusos. Los que hacen y deshacen porque saben que nunca rendirán cuentas. Los corruptos que caminan con escoltas, los legisladores cobardes que votan lo que les dicta el tiburón, o los que presentan proyectos absurdos para salir en las noticias y aparentar que trabajan.

¿Serán los que aman a Trump, los que aplauden el odio y el racismo mientras se enriquecen empobreciendo al obrero? ¿O los que se entretienen atacando a los pensionados con su pelota monga, a los pobres, a los inmigrantes, porque necesitan sentirse superiores a alguien? Tal vez sean los que viven del cuento, los que cada mes publican fotos de viajes a República Dominicana o España, mientras aquí la gente sufre cortes de luz, carreteras inservibles y hospitales colapsados.

Ese diez por ciento no tiene que preocuparse por nada. No se les va la luz ni el agua. No conocen la angustia de que la compra no alcance. No temen por la seguridad en sus calles porque viven detrás de portones o porque los criminales son ellos. Son los que creen que Puerto Rico “va muy bien” porque su vida va bien —y nada más les importa.

Tal vez también haya entre ellos quienes todavía creen que la estadidad está a la vuelta de la esquina. Gente que confunde los símbolos con la realidad, que piensa que con una bandera distinta llegará la justicia o la prosperidad. Se engañan creyendo que seremos “mejores” si dejamos de ser nosotros mismos. Esos también viven en un espejismo.

Ese diez por ciento representa la ceguera moral de un país dividido. Son los que no oyen el clamor de los pobres ni ven el deterioro de nuestras escuelas, nuestros hospitales, nuestras comunidades. Son los que, en su comodidad, creen que el dolor ajeno es un invento o una exageración. Los que repiten que “si uno trabaja duro, se puede”, ignorando que el sistema está hecho precisamente para que la mayoría no pueda.

Lo más grave no es que existan. Lo más grave es que decidan por todos los demás. Que su visión distorsionada sea la que domina los medios, la política y las decisiones públicas. Que sigan gobernando como si todo estuviera bien, porque su bienestar se impone sobre el sufrimiento colectivo.

Puerto Rico no está “muy bien”. Está cansado, empobrecido, indignado y al borde del colapso. Y mientras ese diez por ciento se da banquetes y se felicita por el “éxito” del país, el resto sobrevive a la desesperanza, a la inflación, al crimen y al abandono.

Me pregunto quiénes son, dónde viven, cómo duermen. Me pregunto qué sentirán cuando ven al pueblo sufrir. O tal vez no sientan nada, porque la moral hace tiempo la hipotecaron por un contrato, una posición o una mentira conveniente.

Yo no los conozco. Pero los reconozco en cada noticia de corrupción, en cada sonrisa cínica, en cada discurso vacío. Son los que viven muy bien, sí, pero sobre el dolor de los demás. Ese es el verdadero rostro de ese diez por ciento.

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