En enero pasado el dictador Nicolás Maduro propuso liberar a Puerto Rico del yugo estadounidense con fuerzas brasileñas lideradas por el batallón del General Abreu e Lima.
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Añadiendo que Puerto Rico es el punto inconcluso en la agenda de Simón Bolívar. Ciertamente, el general Abreu e Lima se unió a Bolívar en su lucha libertadora y Bolívar estuvo en Vieques en agosto de 1816, donde se abasteció de víveres para continuar su lucha, en ese momento no estaba en posición de organizar una expedición libertadora del archipiélago borincano.
La gobernadora Jenniffer González respondió a esta “amenaza” de referencia decimonónica escribiendo al presidente Donald Trump para que respondiera en defensa de los ciudadanos estadounidenses de Puerto Rico (¡!). En ese momento no hubo respuesta a la “urgente” petición de auxilio de la gobernadora.
Sin mediar respuesta ni conversaciones con el gobierno de Puerto Rico, la armada estadounidense aparece en aguas internacionales adyacentes a Venezuela el 1ro de septiembre y bombardea, sin aviso ni advertencias una lancha civil que, alegadamente transportaba drogas hacia alguno de los puntos de trasbordo hacia Estados Unidos.
También aparecen ejecutando prácticas y ejercicios navales en la playa El Faro de Arroyo.
¡El chiste se cuenta solo! Nicolás Maduro amenaza con una expedición para liberar a Puerto Rico con tropas brasileñas del siglo diecinueve, a sabiendas de que el gobierno de “izquierda” de Lula no ha reconocido y se niega a reconocer su gobierno.
La gobernadora republicana y trumpista de Puerto Rico aprovecha para pedir auxilio a su presidente y es ignorada. Siete meses más tarde la armada estadounidense llega a aguas adyacentes a Venezuela en una misión antidrogas y destruye sin más una embarcación que como norma habría sido detenida, incautado su cargamento y detenidos los delincuentes que habrían sido sometidos a procesos de ley.
Finalmente, una buena mañana aparecen en una playa de Arroyo los marines de la vigésimo segunda Unidad Expedicionaria en ejercicios de desembarco anfibio. El alcalde les da la bienvenida y en un estilo propio de los puertorriqueños “dependentistas”, les solicita que lo ayuden para construir una rampa para los pescadores. (¡!)
Como dijo un filósofo alemán del siglo 19, “la historia se repite, una vez como tragedia y otra como comedia”. Estamos ante una reedición de la política del “Gran Garrote”, articulada por el presidente Theodor Roosevelt como corolario de la doctrina Monroe “América para los americanos”.
Curiosamente Roosevelt expresaba su doctrina diciendo, “hable suavemente y lleve un gran garrote; llegarás lejos” (speak softly and carry a big stick; you will go far). Bajo esta doctrina de relaciones exteriores Estados Unidos intervino más de una docena de veces en el Caribe y Centroamérica. La política del Gran Garrote promovió la independencia de Panamá, entonces una provincia de Colombia, con apoyo estadounidense en 1903, dando así control del Canal interoceánico a Estados Unidos.
Bajo Donald Trump presenciamos el regreso a la política del Gran Garrote. Con la gran diferencia de que Trump no habla suave sino que fanfarronea en voz estridente. El Gran Garrote trumpista es el corolario de la doctrina “America First”.
Irónicamente, no se trata como antes de mantener a las potencias europeas fuera de la zona de influencia norteamericana, se trata de limitar la influencia de China en la región. El eje chino en el Caribe serían Cuba, Nicaragua y Venezuela.
El otro componente que “justifica” el retorno de la política del Gran Garrote, es el tráfico ilegal de drogas hacia Estados Unidos. Paradójicamente, 90% de la cocaína que consume Estados Unidos proviene de Colombia, donde hay siete bases militares estadounidenses. Las rutas principales son por Ecuador, Honduras, Guatemala, República Dominicana, México y Puerto Rico. Venezuela ha entrado recientemente con el llamado Cartel de los Soles, que más que un cartel como otros parece ser una red de tráfico.
El argumento que se omite de esta guerra contra el narcotráfico que pretende justificar la restauración de la política del Gran Garrote, es que más de 5 millones de estadounidenses, consumen más de 100 millones de toneladas métricas de cocaína en una industria que representa unos $28 mil millones de dólares ($28 billones) anuales.
El gobierno estadounidense ha convencido al mundo de que este es un problema causado por los latinoamericanos y que tiene como contraparte los migrantes latinos en Estados Unidos. Pensar que no hay estadounidenses blancos envueltos en el tráfico y financiamiento de cocaína y otros estupefacientes es una falacia.
La guerra contra las drogas sirve de pretexto para restaurar las viejas doctrinas imperiales. El garrote se impone sobre la diplomacia y la xenofobia sobre la cooperación.