En días recientes, se ha estado discutiendo el nuevo reglamento del Partido Popular Democrático (PPD). El propósito de cualquier reglamento es ordenar, organizar y facilitar la labor colectiva. Sin embargo, su efectividad dependerá menos de las palabras y más de la actitud y el compromiso de quienes deben seguirlo.
PUBLICIDAD
Un reglamento no es, en esencia, un instrumento de castigo, sino de orden. Mientras menos indisciplina, menos necesidad de recurrir a medidas disciplinarias. En un escenario ideal, donde el compromiso y la lealtad institucional sean la norma, este reglamento serviría principalmente para construir, no para corregir ni penalizar. Una herramienta que potencie el trabajo en equipo, en lugar de ser un freno para contener a quien se desvíe.
El texto propuesto cumple con su meta. Establece valores institucionales, moderniza procesos y organiza la estructura del partido de manera más eficiente. Es un paso adelante, un intento de poner orden en una casa que, en los últimos tres o cuatro ciclos, ha visto proliferar, como yerba mala, acciones de deslealtad y oportunismo que han debilitado su espíritu. La responsabilidad de esa epidemia de traiciones no es del reglamento, es de quienes por personalismos, prejuicios y frustraciones, la mayoría exfuncionarios electos o designados, le dieron la espalda a la causa y ayudaron a la oposición que hoy gobierna. El éxito del 2028 dependerá de la buena voluntad y de cuántas manos disponibles para ayudar tenga el presidente cuando mire a su lado y extienda la suya en busca de solidaridad en los momentos difíciles de la batalla que se acerca. ¡Ahí es cuando las millas cuentan!
El reglamento es importante y será clave en la operación del ejército. Pero no hay artículo de ese documento que sea más vital que el compromiso de ese ejército, que el desprendimiento, la verdadera lealtad, la erradicación de agendas personales y busconerías, la voluntad imparable para entender que el “nosotros” es más importante que el “yo” y que la determinación que se necesita para ganar todos, no solo algunos. Para lograr que la conversación no sea sobre sanciones, hay que colocar el respeto mutuo y la disciplina interna como punta de lanza. Lo que pase en el futuro depende más de las actitudes y el compromiso, que de cualquier documento. Esa lección se supone se haya aprendido después de tres oportunidades desperdiciadas.