La adolescencia, ese puente que conecta la infancia con la adultez, es un período de transformación física, emocional y social. Es la etapa en la que se forjan identidades, se establecen relaciones y se adquieren habilidades que marcarán el rumbo futuro. En medio de este torbellino de cambios, el bienestar, entendido como la combinación de equilibrio psicológico y sociomaterial (esto último, en referencia a tener los medios económicos para cubrir las necesidades básicas), se erige como un pilar fundamental para garantizar un desarrollo saludable y equilibrado.
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Reconocer la importancia del bienestar durante esta etapa es fundamental para construir los cimientos de sociedades saludables y prósperas. No obstante, para garantizar que toda persona adolescente acceda a los recursos y apoyos necesarios, es imperativo promover la creación de programas que impacten positivamente su bienestar mediante políticas públicas específicas dirigidas al desarrollo integral del individuo.
Desafíos y estrategias
El bienestar en la adolescencia implica plenitud física, mental y social, al fomentar un estilo de vida que promueva la salud en todas sus dimensiones. Es la capacidad de afrontar los desafíos cotidianos con resiliencia, mantener relaciones interpersonales satisfactorias y comprometerse con la consecución de metas. Alcanzar y mantener ese estado durante esta etapa no es tarea fácil. Existen desafíos inherentes que pueden afectar negativamente el equilibrio emocional y físico, así como el funcionamiento social de la juventud. Entre ellos, se encuentran los cambios físicos y hormonales propios de la pubertad, que pueden generar inseguridad y baja autoestima. Esta misma inseguridad provoca que la llamada “presión de grupo” les lleve a adoptar conductas de riesgo o poco saludables por la necesidad de pertenencia y aceptación entre sus pares.
Por otra parte, el rendimiento académico se convierte en una preocupación para muchas personas durante la adolescencia. Las exigencias de sus familiares, maestras y maestros; la ausencia o desconocimiento de servicios, y la necesidad de compararse con sus pares pueden generar altos niveles de estrés y ansiedad. Además, sobre todo en esta era digital, el uso problemático de tecnologías y redes sociales puede afectar adversamente su salud mental y emocional, al provocar el abandono de sus tareas, la pérdida de horas de sueño y la falta de actividad física. Pasar largos periodos de tiempo conectadas a estos medios podría comprometer el desarrollo de habilidades cognitivas y de socialización, fundamentales para fortalecer destrezas y estrategias de afrontamiento.
A pesar de los desafíos, existen estrategias efectivas para fomentar el bienestar durante la adolescencia, asegurando que estas personas puedan enfrentar situaciones de manera positiva y sentar las bases para una vida adulta saludable y satisfactoria. Igualmente, estas les permitirán reconocer la importancia de abordar no solo los aspectos físicos, sino también los emocionales y sociales —también la salud mental—, y de crear entornos seguros y de apoyo. Entre ellas, están:
• Brindar información y recursos sobre salud mental, promoviendo la conciencia y la prevención de trastornos que afectan el desarrollo del individuo.
• Fomentar habilidades sociales como la comunicación, la resolución de conflictos, el establecimiento de límites y el manejo de emociones.
• Promocionar un estilo de vida activo y saludable incentivando el ejercicio físico, una alimentación balanceada y el cuidado del sueño.
• Fortalecer el apoyo familiar y comunitario mediante entornos seguros donde se sientan valoradas y comprendidas.
• Promover la autonomía, el sentido de responsabilidad y la autoeficacia, involucrándoles en la toma de decisiones relacionadas con su vida y su salud.
• Incluir su participación en el diseño de programaciones digitales dirigidas a la juventud.
Una de las herramientas más poderosas es la promoción de políticas públicas orientadas a atender las necesidades de la sociedad en su conjunto, incluidas las de los y las adolescentes. Establecer programas y servicios diseñados específicamente para promover su bienestar marca una diferencia significativa en sus vidas, siempre y cuando lo escrito y la acción vayan de la mano. Asimismo, intervenir en la familia y promover políticas públicas que fortalezcan las redes de apoyo comunitario son aspectos prioritarios para mejorar el bienestar durante la adolescencia. Estas acciones pueden garantizar que, independientemente de su origen socioeconómico, limitaciones, diversidad funcional o su ubicación geográfica, las personas adolescentes tengan acceso a servicios y recursos que promuevan su bienestar, aun cuando esto implique que sea necesario una mayor inversión para garantizar la equidad.
En segundo lugar, invertir en programas de prevención de adicciones y violencias, enfermedades crónicas de salud mental y otros problemas comunes puede ayudar a reducir su incidencia a largo plazo. Además, las políticas que promueven el empoderamiento y la participación activa de esta población en la toma de decisiones que afectan sus vidas ayudan a fortalecer su sentido de pertenencia y responsabilidad. Algunos ejemplo de estas políticas públicas incluyen programas de salud mental escolar, políticas sobre prevención de adicciones, acceso universal a atención médica y educación integral en sexualidad.
Esta gestión no es solo responsabilidad de los gobiernos, es una tarea que requiere la colaboración y el compromiso de toda la sociedad. Organizaciones no gubernamentales, instituciones educativas, empresas públicas y privadas, así como la comunidad en general pueden desempeñar un papel activo en la defensa de políticas que protejan y fomenten el bienestar de los y las adolescentes.
En definitiva, el bienestar en la adolescencia es un componente esencial para un desarrollo óptimo y una vida plena. Invertir en él genera beneficios inmediatos y sienta las bases para una adultez más saludable y satisfactoria. Al proporcionar el apoyo necesario para cultivar su bienestar físico, mental y social, invertimos por el futuro de una sociedad con personas capaces de enfrentar desafíos que la vida les presente.
Promover políticas públicas que aborden las necesidades específicas de la adolescencia es invertir en el futuro, no solo de la juventud, sino también de toda la comunidad. Al incluir su bienestar en la agenda política, podemos construir un mundo más equitativo, saludable y lleno de oportunidades para las generaciones venideras. Es momento de priorizar el bienestar de esta población y construir juntos un mundo donde todos puedan prosperar. Adolescentes saludables, seguros y seguras, conscientes y felices son más propensos a convertirse en ciudadanas y ciudadanos activos, productivos y comprometidos con el bienestar general de la comunidad y el país.