El caso de Miguel Ángel González, quien enfrentó y ultimó al agresor de su hija en un evento trágico que ha estremecido a Puerto Rico, despierta emociones profundas. Como padre, su dolor es desgarrador; la brutalidad contra su hija clama justicia y sacude a cualquiera con sensibilidad. En las calles, en los hogares y en cada titular noticioso, se siente la indignación colectiva. Entiendo esa ira. La comparto. Los que tenemos la bendición de ser padres no estamos hechos para soportar el tormento de ver a una hija atacada de forma tan cruel. Mi solidaridad está con ese padre que sufre, con esa familia rota por una agresión que hiere el alma.
Sin embargo, la decisión de González de tomar la justicia en sus manos y el aplauso de algunos a dicha acción abre un debate doloroso. ¿Asesinato o acto heroico? Esa pregunta refleja la profunda condición humana de buscar justicia, pero también expone la gran desconfianza que impera en el país en nuestras instituciones.
Apoyo su rabia, pero no sus acciones. Tomar la justicia en sus manos no resuelve; lo agrava. La violencia engendra más violencia y, en este caso, la tragedia se multiplica. La sociedad puertorriqueña, ya marcada por profundas heridas sociales, no necesita más sangre ni más división. Necesita sanación, instituciones sólidas y un sistema judicial que funcione.
Ahora bien, la percepción de inmovilismo, favoritismo e ineficiencia de nuestro sistema de justicia es la consecuencia de años de inacción e impunidad. Es una mala reputación bien ganada que trae consigo un sentimiento peligroso de parte de un gran sector de la población que está dispuesta a tolerar la doctrina del Viejo Oeste, pues desconfían en que la justicia sea servida con eficacia, balance y eficiencia.
La ira del padre es un grito de auxilio desgarrador, un eco de la frustración de un pueblo ante un sistema que nos ha fallado demasiadas veces. Pero ceder a esa furia no trae paz ni justicia verdadera. Trae caos.
La justicia no se construye con más actos de violencia, sino con leyes que protejan y castiguen con equidad y sin vacas sagradas. Los puertorriqueños clamamos por un sistema de justicia que nos haga justicia, no que nos convierta en todo lo que no queremos ser como sociedad. Don Miguel hizo lo correcto al entregarse y enfrentar las consecuencias, el sistema de justicia hará lo correcto si lo procesa y lo juzga con transparencia, honestidad, sensibilidad para todas las partes y un alto sentido de justicia, los medios lo harán si relatan la historia con entereza y sin sensacionalismo, y nuestra sociedad, si comprende todas las implicaciones de este trágico suceso.
Mi corazón está con Don Miguel y su familia, pero mi voz aboga por ley y orden, no por más violencia.