En una reciente decisión del Tribunal federal de San Juan, la jueza María Antongiorgi ordenó al Registro Demográfico modificar el certificado de nacimiento para que la comunidad no binaria pueda reflejar su identidad. Esto se haría añadiendo una tercera opción diferente a las de masculino y femenino, donde se describe el sexo del recién nacido. Veamos las implicaciones de esta decisión.
Lo primero es que el certificado de nacimiento es un documento histórico oficial que describe las circunstancias que rodearon el nacimiento de una persona. Se establece la fecha de nacimiento y la de la inscripción en el Registro Demográfico. Se nombra la ciudad y el Estado donde ocurrió el nacimiento. Se mencionan los nombres y lugar de nacimiento del padre y la madre. Se menciona el nombre y los apellidos con los cuales fue inscrito el recién nacido. Y como parte de esta información, que se usa para identificar a una persona, se describe su sexo al nacer. De todas estas instancias, hay testigos personales y documentales, como lo son los documentos producidos por médicos, enfermeras, trabajadores sociales y demás personal clerical del hospital o institución sanitaria donde haya ocurrido el nacimiento. También, sirven como testigos el personal que inscribió al niño en el registro demográfico. Nada de esto le importó a la jueza.
Esa es la historia; lo que ocurrió. Sin embargo, una jueza se escribe la autoridad para cambiarla. Como la realidad que atestigua el documento no le conviene a alguien en el presente, la jueza se convierte en cómplice para sustituir la verdad por la percepción que ese alguien tiene de sí. A esto se le llama revisionismo; cambiar el pasado para justificar el presente. Si no ocurrió, es mentira...o fantasía. De momento, la verdad ya no importa...
Examinemos la categoría de sexo. Primero, aclaremos el concepto de persona no binaria. Así se denominan aquellos que no se perciben a sí mismos ni como hombres ni como mujeres. Realmente, tienen un conflicto entre el sexo de su cuerpo y como se ven a sí mismos, su género.
El sexo es una característica biológica inmutable con una función fundamental: la reproducción. Tiene como base nuestra realidad genética, que está presente en cada célula de nuestro cuerpo. Este material genético se expresa en hormonas, sustancias que dirigen el cuerpo a desarrollarse como varón o como hembra. Antes de los sonogramas, cuando un bebé nacía, lo primero que hacía el médico era anunciar si era niño o si era niña. Esto no era una decisión caprichosa del médico o de las enfermeras. Se observaba la genitalia del recién nacido y se sabía a qué sexo pertenecía. La realidad del sexo del niño era corroborada por padres, tíos , abuelos y todo aquel que en algún momento tenía que cambiarle el pañal. Hoy en día, hacemos sonogramas y vemos la genitalia del niño en desarrollo antes de nacer. El sexo no se asigna; el sexo se describe. Todos aquellos que, hoy en día, tienen confusión sobre la percepción que tienen de sí mismos, un día nacieron con un sexo que no tenía lugar a dudas. Tampoco hoy hay duda. Basta con examinar el cuerpo, lo que se tendría que hacer si la persona es encontrada en coma o muerta, para conocer a qué sexo pertenecen. Los no binarios, más allá de sus anhelos, siguen siendo hombres o mujeres. O estamos en peligro de cáncer de próstata o de cáncer de útero.
Todos tenemos dignidad, más allá de nuestras ideas. Esto incluye a las personas que se llaman a sí mismos no binarias. Merecen respeto como personas. Deben tener oportunidades para desarrollarse y merecen protección. Sin embargo, no tienen derecho a obligar a los demás a dar por buena su confusión, mucho menos a acatar la mentira.
La confusión del presente no tiene derecho a alterar la certeza de un pasado. Permitirlo es legitimar la mentira y el fraude. Es decir que no nos importa la verdad, sino la conveniencia. Esto es lo verdaderamente peligroso.