Opinión

¿Qué significa ser conservador en el Puerto Rico de hoy?

Lee aquí la columna del comisionado electoral de Proyecto Dignidad

En el turbulento panorama político y cultural que define el Puerto Rico actual, ser conservador implica mucho más que adherirse a un conjunto de principios tradicionales; es un llamado a enfrentar una batalla ideológica, cultural y moral que define el rumbo de nuestra sociedad.

Lejos de ser un concepto obsoleto, el conservadurismo resurge en estos tiempos como una respuesta firme frente a un avance desenfrenado de ideologías progresistas que buscan desmantelar los fundamentos sobre los cuales se han construido las naciones y los valores. Pero ¿qué significa realmente ser conservador en el Puerto Rico de hoy?

La llamada “guerra cultural” no ha desaparecido ni se ha apaciguado con el paso de los años. Por el contrario, ahora se libra con una intensidad que pocos podrían haber imaginado. Desde la política hasta la educación, pasando por la economía y los valores familiares, el conservadurismo enfrenta desafíos que no solo cuestionan su relevancia, sino también su capacidad de responder con eficacia al empuje progresista.

En Puerto Rico, esta guerra cultural adopta formas únicas influenciadas por nuestra particular relación colonial con Estados Unidos, una fuerte herencia religiosa y un tejido social diverso. El “wokeismo”, término que engloba el activismo social progresista, no es solo una preocupación estadounidense. Son un ejemplo los debates recientes sobre el Proyecto del Senado 350, que intenta detener en Puerto Rico la mutilación química de niños y adolescentes que sufren disforia de género, y los baños, alegadamente inclusivos, que le roban los espacios seguros a nuestras mujeres y niños.

Es importante entender que el conservadurismo en Puerto Rico no es simplemente una nostalgia por el pasado. Más bien, es un deseo de preservar lo que se considera esencial para el bienestar de la sociedad en un mundo que cambia rápidamente. Esto incluye principios como la fe religiosa, la relevancia de la familia como unidad fundamental, la valorización de la educación tradicional y prácticas económicas basadas en la responsabilidad fiscal y el trabajo arduo. En esa dirección es que hay que construir.

Sin embargo, la relevancia de estos ideales necesita medirse frente al dinamismo de nuestra realidad sociopolítica actual. En Puerto Rico, los conservadores tenemos el reto de determinar cómo modernizar nuestra agenda sin caer en el oportunismo político ni comprometer nuestros valores esenciales. Esto requiere que, de una vez y por todas, podamos romper la barrera del status político de Puerto Rico y entender que el conservadurismo trasciende dicho debate sin ignorarlo.

Es por esto que una noción importante en el desarrollo de una visión conservadora, en Puerto Rico, que es capaz de mirar hacia el futuro, requiere que, lejos de fomentar la neutralidad o el inmovilismo, sea proactivo en la solución final del problema colonial. Aunque conservar implica proteger, también requiere avanzar estrategias que fomenten un orden moral y económico. En este sentido, no basta con resistir las narrativas progresistas; el conservadurismo puertorriqueño debe definir su propio camino hacia una sociedad próspera y estable, que desde mi perspectiva, solo es posible fuera de la colonia.

Por otra parte, en términos educativos, este nuevo conservadurismo debe enfatizar en una enseñanza centrada en el mérito y los valores que han definido al conocimiento occidental. Para los conservadores, una población bien informada y basada en valores tradicionales tiene que ser vista como la mejor defensa contra un sistema que favorece la ideología sobre la objetividad.

A su vez, en el orden económico debe perseguir políticas públicas que fomente la iniciativa, el trabajo arduo, la frugalidad y la responsabilidad fiscal. El enfoque actual de la política económica en Puerto Rico, marcado por la dependencia excesiva en programas gubernamentales, debilita al individuo y a la sociedad al promover una cultura de complacencia.

Por supuesto, también está el aspecto espiritual. La religión, en especial la cristiana, es un pilar fundamental de la identidad cultural y personal puertorriqueña. El diluir los valores religiosos ha contribuido a una “crisis moral” generalizada en la isla. En este contexto, el rol de las comunidades religiosas conservadoras es esencial. Estas tienen que ofrecer espacios de apoyo y sentido de pertenencia, brindando a los ciudadanos un refugio frente a los cambios rápidos que pueden sentirse abrumadores, en especial para nuestros jóvenes y adultos mayores. El unificar estos dos grupos de individuos bajo un conjunto común de valores, logrará crear una cohesión que desembocará en el fortalecimiento de nuestras comunidades y, en consecuencia, una sociedad más robusta.

Ser conservador en el Puerto Rico de hoy se ha convertido, para muchos de nosotros, en un acto de resistencia y esperanza. No se trata solo de mirar hacia atrás, sino de mirar hacia adelante con una visión clara y basada en lo que consideramos fundamentos sólidos y universales. De eso se trata Proyecto Dignidad. Tenemos que buscar la manera de reemplazar al conservadurismo “fosilizado” y adaptarnos mejor a los desafíos contemporáneos. Adaptarse no significa ceder en valores, sino reconocer que los problemas de hoy pueden requerir enfoques diferentes a los de décadas pasadas. Así, nuestro conservadurismo debe demostrar no solo la validez intelectual de sus principios, sino también su capacidad para generar un impacto real y positivo en la sociedad.

Desde la defensa de los valores familiares y la fe religiosa hasta la promoción de una economía robusta basada en la iniciativa personal, los conservadores debemos continuar defendiendo aquello en lo que creemos sin ambages. Pero más allá de ello, necesitamos construir un futuro que no solo conserve lo esencial, sino que también aspire a lo mejor de lo que podemos ser como sociedad. ¡Adelante, con fe!

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