En tiempos de incertidumbre, cuando la economía se tambalea y las tensiones sociales nos rodean, es natural sentir ansiedad, frustración e incluso desesperanza. Pero esta Semana Santa nos brinda una pausa necesaria. Una oportunidad para mirar hacia adentro, para respirar hondo y recordar que, incluso en los momentos más oscuros, hay luz.
Vivimos en una época donde la inmediatez y la crisis parecen dominar el panorama. Los precios suben, los recursos escasean, y muchas familias enfrentan decisiones difíciles todos los días. Pero también vivimos en una tierra que ha sabido levantarse una y otra vez. Puerto Rico está lleno de gente valiente, trabajadora y solidaria. Gente que, aún con poco, comparte. Que aún con miedo, sigue adelante.
La Semana Santa nos invita a reflexionar, pero también a renovar. A renovar la fe, no solo en lo espiritual, sino también en nosotros mismos, en nuestra capacidad de resiliencia, en nuestra comunidad. Nos recuerda que, después del sacrificio, siempre hay esperanza. Después del dolor, llega la vida.
Quizás no tengamos todas las respuestas, pero sí tenemos la voluntad de construir algo mejor. Hoy más que nunca, necesitamos líderes serenos, ciudadanos conscientes, y sobre todo, humanidad. Porque cuando somos capaces de mirar al otro con compasión, de escuchar sin juzgar, de actuar con empatía, estamos sembrando la semilla de un Puerto Rico más justo y más fuerte.
Que esta semana sirva como un espacio para reencontrarnos con lo que importa: la familia, la paz interior, la solidaridad y la esperanza. Que sepamos hacer silencio cuando haga falta, pero también levantar la voz cuando sea necesario. Y que recordemos que, incluso en medio del caos, siempre hay una oportunidad para comenzar de nuevo.
Puerto Rico lo ha hecho antes. Lo haremos otra vez.