El país aún vive los efectos de la resaca electoral. Esa que tuvo efectos variados, dependiendo de lo que se les sirvió en la mesa.
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Para muchos, fue un trago fuerte, de pegada inesperada. Por lo mismo, no estaban listos para sus efectos. Pero no porque no se les había advertido sino porque, con toda probabilidad, nunca leyeron las advertencias. Otros se quedaron con ganas de más.
En cualquiera de los casos, la primaria dejó lecciones, para quien esté dispuesto a leerlas. La primera de ellas, que el poder en ocasiones nubla al punto de no reconocer las señales. En el caso del gobernador Pedro Pierluis y el presidente de la Cámara, Rafael Hernández, bastaba conversar con seguidores de sus propios partidos y poner oído en tierra para saber que no contaban con el beneficio del aval de los electores o la opinión pública. En el caso de Pierluisi, a pesar de ello, aún existía una posibilidad de triunfo que descansaba no en la aceptación de los votantes, sino en el poder económico que le daban su capacidad de recaudación como incumbente y la lealtad de alcaldes y alcaldesas ya no por simpatía o aceptación a su gestión administrativa, sino bajo el “susto” de perder la bendición de Fortaleza en medio de la asignación de millones en fondos de recuperación y en medio de un cuatrienio en curso. Muchos le garantizaban lealtades en voz alta, pero en silencio afirmaban que votarían por su rival. Y eso nos lleva a una segunda lección. El escenario político ha cambiado y con ello, también sus reglas.
En el pasado, con el librito electoral que hemos venido usando durante años, la movilización de los alcaldes y el control de la estructura de un partido garantizaban la victoria electoral en la mayoría de los casos. Pero ahora no. A pesar que la mayoría de los oficiales electos del PNP favorecían públicamente a Pierluisi y aunque sus funcionarios y equipo electoral gestionaron un número considerable de votos adelantados, el compromiso de voto hecho en público no fue refrendado en privado, cuando los electores se encontraron solos, frente a una papeleta en blanco.
Ni la maquinaria electoral ni el dinero para comprar anuncios garantizan el respaldo de los electores. Aquello y el hecho de que parecería que los votantes ya no siguen a sus alcaldes, líderes de barrio y legisladores de distrito como caudillos. Hace falta mucho más para hacerles comprometer su voto. Para poder identificar la voluntad de los votantes hay que estar dispuesto a aprender la siguiente lección: es preciso mantener oído entierra. Eso y rodearse de un equipo que diga la verdad y no lo que el candidato o candidata quiera escuchar. Esa es una historia frecuente al llegar a Fortaleza. Más de una vez se ha hecho referencia al “efecto de las paredes” del Palacio.
Ese que hace que hasta el más sagaz de los políticos pierda la conexión con el electorado que le hizo llegar hasta allí. Es entendible que las responsabilidades de puestos de gran envergadura consuman al punto de evitar medir diariamente como se les percibe. Pero la clave parece estar en la selección de su núcleo inmediato. Uno que mantenga al funcionario anclado con la realidad y que sepa recordarle la verdad aun cuando escucharla no sea lo que el funcionario busca. Un equipo que no prime su interés personal y que traiga a la mesa las necesidades de la gente. Tratar de negar ante los electores lo que les es evidente porque lo viven y no porque alguien les ha contado, adornar con pedazos de la realidad la verdad que golpea en la cara a los ciudadanos, negar lo evidente nunca es buena estrategia. Lo que es evidente para los ciudadanos lo es irremediablemente.
Por otra parte, los niveles de participación de los electores afiliados a los partidos participantes en la primaria quedaron por debajo de los pronósticos más optimistas. Y ello podría apuntar a un problema aún mayor. Uno que se intuye por los números cada vez más bajos por los que quienes gobiernan al país llegan a reclamar victoria electoral. Ricardo Rosselló apenas superó el 40% de los votos y Pierluisi no superó el 33%. ¿El mensaje? Que quienes ganan lo hacen por un por ciento de respaldo cada vez menor. Que la mayoría del electorado (tal vez un 70%) no se ha sentido inspirado por lo que representan. Que sus propuestas no aglutinan los intereses de la mayoría de los ciudadanos con derecho a votar. ¿No les llama la atención descubrir que aunque ‘ganen’ sus victorias no son celebradas por la mayor parte de los ciudadanos de la isla? ¿No les preocupa su incapacidad para conectar e inspirar? Salir de la burbuja – la propia y la de los suyos- parecería el paso adecuado para conectar. Conectar, entender e inspirar. ¿Quién se anima?