En Puerto Rico, al igual que otras democracias representativas en occidente, la participación electoral ha enfrentado un progresivo declive y mucho más evidente en los sectores juveniles. La participación electoral en los comicios generales del 2020 rondó el 55%. Esto contrasta con el 2000, cuya participación fue de 82.6%. En esa elección del “nuevo milenio”, todos los renglones de edad entre los 18 y 29 años tuvieron una participación superior al 75 %. Igualmente, en el sector electoral que bien podríamos denominar como el del “primer voto”, personas de 18 y 19 años alcanzaron sobre 109,988 personas inscritas y un 79% de participación.
En el 2024, el panorama de participación juvenil proyecta otra bajada. Según algunos reportajes, hasta enero de este año se habían inscrito un poco más de 30,000 personas en el renglón de “primer voto” frente a un potencial de 150,000 posibles nuevos electores. Esta merma en el sector de jóvenes con potencial de ser electores no es algo exclusivo de Puerto Rico. En nuestro contexto, la prensa y varios comisionados electorales han argumentado que la Comisión Estatal de Elecciones no ha hecho el trabajo suficiente para atraer el voto joven. Esa reducción se da junto a la disminución de figuras juveniles en el discurso político y la casi irrelevancia de las estructuras de las “juventudes” de los partidos políticos en la opinión pública y el imaginario colectivo.
Desde las ciencias sociales podemos entender que la juventud es un actor importante. Los mismos han sido el motor en muchos procesos de transformación social. Desde las protestas contra la guerra de Vietnam en los setenta hasta las recientes protestas frente al inmisericorde y atroz asedio del estado israelí sobre Palestina, la juventud ha sido protagonista. En muchas ocasiones este es un sector poblacional estigmatizado y poco entendido. Cuando hablamos de la estigmatización de la juventud, podemos apuntar a cosas como la frase trillada de aludir a que todos cometemos “errores de juventud” o que por la edad no tienen las herramientas necesarias para entender y actuar políticamente. En algunos contextos de América Latina el Caribe se habla del concepto “juvenicidio” para hablar de unos procesos tangibles y simbólicos de exclusión y marginalización de los jóvenes en los espacios políticos, sociales y económicos. Este último concepto ha tomado fuerza dentro del análisis social latinoamericano traído por sociólogos como Manuel Valenzuela Arce y la antropóloga Rossana Reguillo.
Aunque dentro de la sociología política hay una teoría atada al concepto del “ciclo de la vida”, donde en la medida en que una persona va envejeciendo va participando paulatinamente un poco más en el proceso electoral, no deja de ser menos cierto que hay unos problemas estructurales que hacen que la participación juvenil sea menor. Dentro de las políticas actuales, cada vez se presentan menos propuestas para atacar problemas que afectan a las juventudes, particularmente al sector joven profesional. Eso pinta un panorama apocalíptico que bien puede fomentar un mantra de “no futuro”. En lugares donde hay estudios académicos sistematizados y longitudinales, siendo el Centro de Investigaciones Sociológicas en España uno de ellos, resaltan cómo algunos sectores juveniles han ido perdiéndole el respeto al valor democrático frente a la aspiración y a la necesidad de vivir “seguro”. Esto se da en el contexto de un sistema donde los jóvenes son menos escuchados y sistemáticamente excluidos de la conversación política y social. Dentro de ese contexto, hay estudiosos que alegan que esa perspectiva sobre la democracia se ancla en un desafecto frente a las instituciones representativas y los partidos políticos.
Aunque la teoría del “ciclo de la vida” plantea que con el envejecimiento la gente aumentará su participación electoral, lo cierto es que esa noción de un país “sin futuro” que se le está impregnando a la juventud parece cada vez más difícil de borrar. Ese mantra de que “con mi voto nada cambia” que se ha impuesto dentro de sectores juveniles ha ido escalando a otros sectores de la población y lo podemos ver reflejado en la baja participación electoral del 2020 en Puerto Rico. Grandes sectores de la juventud ya no encuentran esperanza en las estructuras tradicionales del Estado y la partidocracia. Por ello cada vez cobran mayor vigencia los proyectos comunitarios, las organizaciones no gubernamentales y los proyectos de emprendimiento. En fin, las juventudes en espacios como Puerto Rico construyen su futuro fuera del imaginario electoral. En esa dirección apuntan los debates expuestos por sociólogos como Manuel Castells.
Esto puede afectar grandemente el valor y la importancia de la participación ciudadana en los procesos electorales y cívicos. Esa noción que por aspectos estructurales se ha generalizado en algunos sectores juveniles puede abrir la puerta a la tolerancia (o quizás dejadez) hacia regímenes totalitarios. El no atender a tiempo la crisis de representaciones políticas puede pasarle factura al país y generar una crisis democrática que trastoque el tejido social y la convivencia colectiva.