La violencia de género es un problema social que se manifiesta no sólo en los núcleos íntimos o familiares. Es alimentada a través de instituciones y espacios sociales. Una de estas instituciones es la iglesia. Las iglesias en Puerto Rico tienen en su feligresía personas que experimentan violencia: mujeres, menores, personas ancianas. De hecho, en ocasiones se han reportado noticias donde el mismo liderato es el que ha incurrido en actos de violencia. Lo cierto es que las víctimas de violencia experimentan sus realidades desde el anonimato y la invisibilidad.
Los espacios eclesiásticos pueden ser unos de mucha opresión para las víctimas de violencia. Nos podemos preguntar de qué forma se perpetúan ideas que fomentan conductas de desigualdad e inequidad en las relaciones de pareja en el contexto eclesial. Una de las formas más poderosas es la ideología, en particular la ideología patriarcal. Es el sistema de ideas que fomenta la dominación masculina en diversas esferas de la vida posiciona a los hombres como los que ejercen dominio en la vida privada y pública. Es una ideología que promueve manifestaciones de violencia en diversos renglones. A este sistema de ideas no se escapa la iglesia. Resulta meritorio que el liderato en las comunidades de fe pueda estar apercibido de las implicaciones de fomentar esta ideología. Entre las repercusiones se encuentra que las víctimas continúen en relaciones de opresión que no sólo llevan a la muerte física sino también al deterioro emocional y la vivencia de una espiritualidad malsana.
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Un dato interesante que se presenta en la literatura acerca de la violencia de género es que se ha constatado que muchas de las mujeres que reciben maltrato por parte de sus parejas presentan una gran dificultad en separarse de su pareja violenta precisamente por sus valores religiosos. Muchas de ellas no tendrán la confianza para ventilar su situación o pedir ayuda. Una de las preguntas claves que las personas líderes en las comunidades de fe se deben hacer es si tienen dentro de su comunidad alguna mujer que pueda estar atravesando una experiencia de violencia en su núcleo familiar. En su libro “Domestic Violence” Al Miles expone que el liderato eclesial puede partir de premisas equivocadas como las siguientes: “No existen mujeres maltratadas en mi congregación”; Las sobrevivientes cristianas necesitan solo fe, oración y actitud positiva para que Dios les haga libre de la violencia”; “la violencia doméstica ocurre solo en grupos culturales raciales y socioeconómicos”. Por otro lado, Carolyn Holderread sostiene que muchas víctimas de violencia pueden afirmar mitos que se trasmiten en los contextos religiosos. Entre ellos se encuentran: “Dios ha puesto a los hombres para que dominen y a las mujeres para que se sometan”; “La mujer es moralmente inferior al hombre y no puede confiar en su propio juicio; “el sufrimiento es una virtud cristiana y las mujeres han sido designadas para ser sirvientas sufrientes”; “Los cristianos deben perdonar rápidamente y reconciliarse con aquellos que han pecado contra ellos”.
Para visibilizar y trabajar con las víctimas de violencia en los contextos de fe es necesario deconstruir la ideología patriarcal en diversas dimensiones. Una de ellas es a través de las reflexiones o prédicas, en la selección de ciertas lecturas de la Biblia donde se tiende a acentuar la definición de estereotipos o roles para las mujeres y se estipulan códigos de comportamiento por su sexo femenino. Además, es necesario la interpretación de los textos bíblicos no de una forma literal sino, contemplando las dimensiones históricas, sociológicas, de traducción. Implica abordar las incoherencias teológicas y los contextos cambiantes. También, recuperar imágenes de Dios que se relacionen a la vida, la amistad, el amor, la compasión, la bondad y otros valores.
Es importante, trabajar con el lenguaje que se suele utilizar para referirse a Dios el cual crea una metáfora que atribuye la divinidad a lo masculino y lo “no divino” a lo femenino. Otro de los elementos importantes, es la inclusión de las mujeres en diversas áreas de liderato y colaboración, no restringir las mismas a funciones serviles. Esto es una invitación a romper con la noción del poder desde una perspectiva jerárquica y autoritaria y transformarlo en prácticas igualitarias incluyendo a hombres y mujeres en este proceso.
La iglesia debe ser comunidad amorosa, inclusiva, solidaria y sensible. La fe no se circunscribe al cambio de las circunstancias individuales de la gente que pide y ora. La vida de fe está íntimamente relacionada a una vida de servicio con la comunidad y con los sectores y poblaciones que viven a diario la experiencia de la marginación, la violencia y la injusticia. Las comunidades de fe y su liderato tienen la capacidad y el potencial de convertirse en fuente poderosa de sanidad y transformación.