Somos una nación que celebra a los suyos donde quiera. Si es en el exterior, más. Si vemos que son maltratados o abusados, nos molestamos. Y si se trata de alguien que ha demostrado que se ha hecho sola contra viento y marea, el apoyo es incondicional.
Esa es, a mi juicio, la explicación más sencilla de lo que ha pasado en Puerto Rico en los pasados meses y que tuvo su momento cumbre el lunes pasado. La ponceña Maria del Pilar Rivera, una joven que comenzó como modelo y luego se hizo empresaria, ganó el reality show más popular en estos tiempos en el mundo hispano, La Casa de los Famosos de Telemundo.
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Desde los tiempos de Mónica Puig, Tito Trinidad, las reinas de belleza, entre otros y otras, no veíamos un pueblo que agarraba con fuerza una sola bandera para proclamar su solidaridad, puertorriqueñidad y orgullo por una compatriota. Ah, ¿Qué hay otros boricuas destacándose igual o más en otras industrias? Claro que sí, los hay. Pero aquí y en cualquier parte del planeta, en el mundo del entretenimiento y los medios masivos como la televisión, las cosas impactan de una manera distinta a la masa. Es parte de la cultura popular en cualquier sociedad.
Algunos analistas andan adjudicándole a esta reacción del pueblo toda una teoría conspiratoria con ramificaciones políticas e ideológicas. Bendito, tienen demasiado tiempo de aire en sus shows. Yo no compro esas teorías. El gozo de los puertorriqueños que vimos el lunes en la noche es una muestra de solidaridad y orgullo boricua, porque ya pocas veces lo podemos manifestar. En este caso Maripily fue nuestra bandera nacional.
Semanas antes que entrara a la famosa Casa, me la encontré junto a mi familia en un restaurante y estaba dudosa de hacerlo, pero nos dijo que estaba decidida. A lo largo de las 119 semanas allí, vimos a una mujer que luchó contra el bully del que ha sido incluso objeto aquí en su isla. La vimos sufrir y llorar porque lo veía en su cara. Al final, como lo ha logrado en su vida, triunfó contra todo pronóstico.
Ayer, a casi 12 horas de ese momento que paralizó a la isla, recibí una llamada. Era ella. Sí, Maripilly. Vio las fotos de mis redes sociales en las que aparecía con mi esposa e hijos apoyándola. Me llamó para agradecérmelo y que estaba loca por regresar y abrazar a quienes la apoyaron. Esa es ella. Con esa llamada supe que su personalidad, con virtudes y defectos, era tan fuerte que 119 semanas de secuestro no le habían trastocado su forma de ser.
Mañana llega y tendremos un recibimiento. Se quejarán algunos de los tapones y hasta dirán que es una demostración ridícula y trivial. Miren, en este país tenemos tantas cosas ridículas diariamente por las cuales no nos quejamos que, bendito, celebrar nuestra identidad y el logro de una de las nuestras, no es nada. ¡Felicidades Maripily y bienvenida!