Siempre que hay una crisis, todos levantamos la mano. Preocupados. Preocupados e indignados. Reclamamos acción por parte de las autoridades porque “no aguantamos más”. Lo mismo ha ocurrido en estos días con el asesinato de Linnette Morales Vázquez, la mujer que fue ultimada junto a su madre y hermano en Yauco. Me temo que en este caso, como en ocasiones anteriores ese “no aguantar más” será temporero. Porque en el balance sí, terminamos “aguantando más” en la medida en que permitimos que se nos sigan proponiendo viejas soluciones a viejos problemas.
Nos indignamos con la muerte de la mujer. Eso decimos. Pero no exigimos que los partidos políticos se comprometan con medidas de salud pública para atender el asunto de la violencia contra las mujeres.
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Nos indignamos. Eso decimos. Pero aun sabiendo que un enorme número de nuestros jueces y juezas son designados por un principio que premia el activismo político sobre el mérito, lo consentimos. “Siempre ha funcionado así”, dice más de uno. Quizá usted, en conformidad con las viejas malas costumbres. Estamos indignados pero no exigimos que los partidos políticos propongan soluciones que permitan despolitizar la selección de jueces y se garantice que las mejores mentes y profesionales lleguen a ocupar esos puestos. No insistimos en que prime el principio de mérito. Que solo los mejores y más preparados se encarguen de administrar la justicia, como vienen proponiendo hace décadas estudiosos en derecho, organizaciones de abogados e integrantes del sector civil. No insistimos en que la Rama Judicial responda con transparencia y apertura cuando es más que evidente que uno de los suyos ha cometido un error. Consentimos cuando les permitimos guardar silencio y no rendir cuentas
Nos estremecemos con cada nuevo caso, pero nos negamos a establecer o, al menos estudiar de manera seria, alternativas educativas como la educación por la equidad y el readiestramiento efectivo de los agentes de la policía. Sobre lo primero, aun intentándolo no comprendo el rechazo a que libros de texto o lecciones en el salón de clase reconozcan a la mujer como “par” del hombre en derechos, responsabilidades y oportunidades. Que si antes se hablaba de “doctores” y “enfermeras” pueda hablarse de “doctores” y “doctoras” o de “enfermeros” y “enfermeras”, en un claro reconocimiento de que las profesiones no llevan bandera de género. Aun no entiendo qué es lo que pierden. Cómo consentir medidas como estas les aleja de su fe o les convierte en “destructores de la niñez”.
Negarse a admitir que existe un problema de machismo que aún hoy nos hace creer que el hombre tiene carta de propiedad sobre la mujer y que si la relación termina es perfectamente permisible aquello de que “si no está conmigo no está con nadie no es intelectualmente honesto. Aun no entiendo cómo reconocer que la violencia tiene diferentes manifestaciones y que cada una debe ser atendida de manera individual es nocivo para el país. Porque la receta para la violencia contra el narcotráfico no puede ser la misma que la empleada para combatir la violencia contra los animales, lo niños , el medioambiente o la mujer. Precisamente por creerlo es que esas violencias siguen ganando terreno. Todas son manifestaciones de la violencia, sí. Pero fallar en reconocer que la receta para atenderlas todas debe ser distinta nos termina convirtiendo en cómplices de la perpetuación de la violencia. Un tema sobre el cual no debe haber cabida para análisis simplones porque mientras discutimos medidas sin sustancia, siguen cobrándose vidas.
No entiendo por qué seguimos queriendo hacer lo mismo que no ha funcionado pero aspiramos a resultados distintos. ¿A que no se atreven a cambiar el discurso y acoger recomendaciones de los expertos? Ojalá me equivoque, pero ha llegado el momento de poner la acción donde se pone la palabra. A ver si el gas pela.