Opinión

No oigo, no oigo, soy de palo. Tengo orejas de pescado

Lea la columna del periodista Julio Rivera-Saniel

Metro Puerto Rico
Julio Rivera Saniel Metro Puerto Rico

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No sé si la frase le suene familiar. No es propia de la cultura local pero a más de una generación nos llegó por vía de la serie “El Chavo del Ocho”. En algún arrebato de soberbia, los “niños” del show echaban mano de la frase mientras, por otro lado, se tapaban los oídos para no escuchar lo que del otro lado les lanzaba el interlocutor. Y aquí andamos en las mismas. Acá, como aquellos, nuestro liderato político de niño tienen muy poco pero, como si lo fuera, continúan asumiendo una actitud de total inmadurez sobre nuestra realidad demográfica. La consecuencia parece inevitable. Muy pronto Puerto Rico dejará de ser lo que históricamente ha sido.

Quienes me leen desde los comienzos de mi columna en 2013 habrán visto aquí sobre el tema demográfico en múltiples ocasiones. En todas escribí genuinamente preocupado por la baja poblacional que los demógrafos anticipaban y que llegaba acompañada por una alerta espantosa. Porque el envejecimiento del país no es un asunto banal, aunque ese ha sido el tratamiento otorgado. No es un asunto de “viejos” contra “jóvenes” o del deseo de tener un país lleno de juventud por aquello de que la juventud es “sexy”. No. Se trató siempre de la viabilidad del país como lo conocemos. Hoy, esa viabilidad parece haberse desvanecido por las enormes disparidades en el balance poblacional.

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Mire los datos. Según los demógrafos, Puerto Rico ha experimentado una baja poblacional vertiginosa. Solo basta con mirar los números más recientes. Nuestra población hace mucho que dejó de rondar los 4 millones de habitantes. En el año 2000 la cifra de los llamados “nacimientos vivos” alcanzaba los 59 mil 460 alumbramientos. El 2023 solo nos dejó 17 mil 772 nuevo puertorriqueños nacidos en la isla. ¿Ve el problema?

Si nacen menos personas y, por consecuencia, hay menos jóvenes en la isla, la ecuación se traduce en que muchos “menos” equivalen a muchos más problemas.

Menos población nos deja como resultado menos fuerza laboral disponible para los empleos disponibles. Un asunto que ya va afectando el modelo de negocios de empresarios locales. Si hay menos gente disponible entonces, ¿quién trabaja?

Menos población nos deja con menos estudiantes para escuelas y universidades. Un escenario que nos deja con la posibilidad de cierre de escuelas e instituciones universitarias y, con ello, menos maestros contratados.

Menos población joven y más población envejecida nos deja la pregunta de quién se hará cargo de las atenciones de la población de adultos mayores. Ya para el nuevo presupuesto la secretaria de la Familia, Ciení Rodríguez, tuvo que solicitar $40 millones adicionales solo para atender la avalancha de viejos abandonados por sus familiares en hospitales.

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Menos población joven y en la llamada “edad productiva” trae como consecuencia problemas de viabilidad para fondos de retiro. Porque sin una cantidad saludable de nuevos empleados que realicen aportaciones a los sistemas de retiro existentes, ¿Quiénes aportarán a los sistemas de retiro?

Menos población joven significa además que menos personas pagarán contribuciones. Y eso dejará a un número cada vez más reducido de personas cargando el peso del sistema contributivo. Lo mismo que pasará con el pago de utilidades.

Aunque si se explica en detalle no resulta complicado entender la gravedad del asunto, nuestros gobiernos o no lo han entendido o han preferido ignorarlo apostando tal vez a barrer el sucio debajo de la alfombra.

El problema es que la alfombra ya no aguanta mucho más. Si queremos conservar lo que nos queda resulta preciso, según científicos sociales, tomar medidas urgentes y adecuadamente dirigidas. Facilitar la natalidad con políticas públicas que tomen el asunto en serio. Porque no basta con invitar a los ciudadanos a reproducirse, como aquel que invita a una fiesta. Tampoco se resuelve el asunto diciendo que “las mujeres no quieren parir” como si se tratara de una decisión basada en un antojo infundado. Solo cuando entendamos las razones detrás de la baja poblacional podremos diseñar estrategias adecuadas para combatirla. Aunque esa lucha habría que haberla comenzado a librar hace al menos una década atrás.

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