No sé cuándo pasó. Pero ya nos arropa. Cuando crecía pocas veces nos topábamos con la idea del culto a la opulencia como valor absoluto. Y mucho menos con esa opulencia justificada por la violencia como estilo de vida. Pero la cosa cambió.
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Desde hace años veo con preocupación como se nos propone constantemente una nueva escala de valores, todos por lo visto abiertamente aceptados como válidos. Hablo del culto al “tener” como meta absoluta de vida. A tener porque “tener” es visto como un valor. Tener para mostrar y para presumir. Tener la Mercedes y el Cartier porque tenerlos “define quien soy”. Tener el Balenciaga y el Can-Am. Porque si los tengo soy “mejor”. Tener para presumir. Tener para exhibir, usar y, después, probablemente “descartar”. Tener como el que también tiene relaciones desechables. Para mostrar en redes sociales a modo “usar y tirar”. Relaciones ancladas en el conflicto o el interés.
Veía el otro día con asombro la historia de Yailin, la joven que saltó a la fama local por su relación con el exponente de música urbana Anuel AA. Ahora se relacionaba con otro hombre conocido como Tekashi 6ix9ine. Entre los relatos de récord criminal y una relación abiertamente tormentosa, un sector del público–para el que por lo visto el modelo de su vida es aspiracional- veía cómo la joven aparecía golpeada y marcada.
Más tarde surgían videos que permitían una mirada al interior de aquella relación tan pública y tan admirada por muchos. Insultos, golpes, amenazas con armas. Grabaciones que violentaban cualquier idea sensata de intimidad dentro de una relación. Luego el arresto y eventualmente la liberación y reunificación. Antes, tras una ruptura, aquella imagen de la mujer recién parida sobre una cama en la que convalecía luego de una cirugía estética. El hombre, posaba a la cámara al lado de la mujer dormida, mientras aguantaba una estiba de billetes que luego tiraba sobre la cama. ¿El mercado de la carne en todo su esplendor?
Tener el cuerpo de moda. Porque el que tenemos ya no es suficiente. Así que se vale todo. Los dientes, mientras más blancos mejor. Los pechos y las nalgas, mientras más grandes mejor. Aunque se ponga la vida en riesgo; cómo la ponen en riesgo decenas de mujeres –y hombres- que viajan a gastar el dinero del mes fuera de la isla para operarse en combos de 2 por el precio de uno. Operarse y regresar solas y solos de regreso a la isla contrario a cualquier recomendación médica y habiéndose gastado una fortuna que ahora adeudan. Porque en ello encuentran valor; porque aquello les garantiza estatus. O al menos eso creen
Paternidades tóxicas. De esas que se definen por paternar como deporte. Coleccionar hijos como aquel que colecciona estampitas. Uno aquí y otro allá. Sin pensar en las consecuencias de dejar descendencia. Coleccionar hijos de fin de semana y relaciones condicionadas a los tenis de moda, el reloj de marca. Hijos con los que la relación se limita a algunos pesos y un tatuaje con su nombre. Figuras paternas distantes; de fin de semana. Condicionadas por tribunales, conflictos y el cálculo de las pensiones
La oda a la narrativa gansteril que nos presenta la idea de un mundo que gira en torno a los chotas, los bobolones, la nota, los palis y pasar la hooka.
Y entonces lo observas todo con detenimiento y no puedes dejar de preguntarte si será verdad todo eso. Si esos son inevitablemente los nuevos valores universales. Si tanta gente se ha creído la película y, si es así, ¿Qué nos trajo hasta aquí? Ojalá sea posible cambiar la narrativa.