Finalmente se concretó La Alianza. No como una coligación de partidos, al estilo de la Alianza Puertorriqueña que dominó el gobierno en la década de los veinte o de la
Coalición Republicana Socialista que controló la legislatura de 1933 a 1940. Se trata de un pacto entre el Movimiento Victoria Ciudadana y el Partido Independentista Puertorriqueño anclado en tres principios: (1) Apoyo mutuo—apoyar una sola candidatura para algunos cargos (gobernador, comisionada residente y 4 alcaldías). (2) No competencia para ciertos cargos y jurisdicciones. (3) Competencia fraternal para cargos legislativos y municipales en espacios identificados por acuerdo.
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A juzgar por la prensa corporativa, La Alianza tiene una existencia marginal. El lunes 11 de diciembre sólo una de las portadas de los periódicos (Metro Puerto Rico) destacaba como titular la asamblea del PIP, que había logrado una participación sin precedentes desde los años setenta.
La cobertura política de los medios esta semana se concentró en tres asuntos: (1) La amarga y contenciosa disputa por candidaturas en el Partido Nuevo Progresista, el Partido Popular Democrático y el Proyecto Dignidad. (2) Los juicios y vistas por corrupción de la exlegisladora PNP Tata Charbonier y el alcalde suspendido de Ponce Luis Manuel Irizarry Pabón. Y (3) La repartición de dinero público en bonos suplementales de navidad y reembolsos contributivos previo a las primarias de 2024.
Mientras por un lado se trata de invisibilizar a La Alianza, por otro se trata de desprestigiarla. Los analistas políticos de entretenimiento argumentan que el PIP se tragó al MVC. Los políticos que fungen como analistas se refieren a La Alianza como “Victoria Independentista” y argumentan que la propuesta electoral es muy complicada. La visión anti-capitalista que plantea Victoria Ciudadana se presenta como “comunismo”—un sistema que ya no existe en ninguna parte del mundo. Asimismo, se trata de asociar al líder del PIP, Juan Dalmau con el presidente venezolano Nicolás Maduro y el presidente de Nicaragua Daniel Ortega. La Alianza se ha convertido en un espectro: un fantasma que crea espanto a los partidos gobernantes que llevaron al país a la quiebra fiscal y el colapso político-social.
La base del miedo al espectro de La Alianza es dual. Luego de las elecciones de 2016 el número y la porción de votantes del PNP y el PPD cayó a 33 y 32 por ciento respectivamente en 2020. Por otra parte, el voto mixto para la gobernación y el voto por candidaturas ha aumentado consistentemente; 3.4% de voto mixto y 24.4% de votos por candidatura en 2020 (ver la gráfica).
A partir de 2016 se observa un proceso de realineamiento político, no sólo en términos de partidos y candidatos/as, sino en términos de temas y asuntos que preocupan al electorado. El estatus y los fondos federales ya no constituyen el eje de la preocupación de los electores. Los anexionistas están desilusionados con el fracaso del PNP para adelantar la estadidad y hartos de la corrupción que le roba los fondos federales que serían el atractivo de la “estadidad para los pobres”. Los que aspiraban a la “culminación del ELA” en el PPD, se cansaron de esperar por las formulaciones innovadoras y participaron en la fundación del MVC. Los nuevos temas y preocupaciones de la política puertorriqueña son el cambio climático y la conservación del ambiente, los derechos de las mujeres y las minorías sexuales, el discrimen por raza, género y clase, y la corrupción y mala gobernanza.
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El bipartidismo se derrumba bajo el peso de la mala gobernanza. No haber alcanzado la estadidad luego de décadas siendo el PNP el partido de mayoría ha convencido al electorado que el estatus no cambiará en un cuatrienio no importa el partido que se elija. La Alianza no es un partido, es un proyecto de buena gobernanza. Por eso quieren demonizarlo o invisibilizarlo. Pero como sentenció Víctor Hugo:
“Ningún ejército puede detener una idea a la que le ha llegado su momento”. Presenciamos el colapso del bipartidismo. Este es el momento de La Alianza.