La pasada semana me tocó regresar a mi “alma mater”, el recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Fue un regreso lleno de emociones. Lo hice junto a mi esposa y mi hija a propósito del reconocimiento que se nos otorgó como exalumnos distinguidos de ese centro educativo. Se trató del tipo de reconocimiento que supone un cierre de ciclo. Hace 30 años comenzaba allí mi formación, cargado de sueños y esperanzado en que recibiría las herramientas para alcanzarlos. Después de todo, la “iupi”-se me había ensenado en casa- era el principal centro docente del país. Por ello, ser aceptado era un enorme privilegio. Eso mismo le contaba a mi hija mientras caminábamos frente a la torre y en ruta al teatro donde se me otorgó mi título de bachillerato hace un par de décadas.
Visitar aquel espacio me sirvió para constatar que aunque ha sido mucho el tiempo transcurrido, muy poco ha cambiado por aquellos rincones. La UPR tiene una presencia permanente importante en nuestro país. Sus voces han sido un alerta constante que ha intentado advertirnos de nuestros grandes errores. Sus economistas, planificadores y científicos nos han recomendado rumbos de acción que, de haber sido escuchados, nos habrían ahorrado múltiples contratiempos.
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Pero la universidad hoy, aunque viva y pertinente (acaba de ser designada la segunda más relevante del Caribe y una de las primeras 40 de Latinoamérica), tienen ante sí importantes retos que tienen que ser atendidos para garantizar su permanencia y vigencia al cumplir 120 años.
En primer lugar, hay elementos exógenos a la estructura universitaria a los que debe ponérseles freno. El primero de ellos, la Junta de Control Fiscal que ha sido implacable con la UPR, tanto que le ha cortado más de $400 millones de su presupuesto operacional. Esos recortes deben no solo detenerse sino convendría restituir parte de lo eliminado. El Gobierno ha dicho estar opuesto a los recortes, pero la oposición debe demostrarse en las acciones y no solo en el discurso.
Luego, están los elementos internos. Entre ellos, la oferta académica. Si bien la universidad es un centro de educación superior con base en la investigación y con una tradición de ofrecimientos académicos variados, me parece que ante los retos demográficos y los requerimientos del mercado laboral, la UPR debe fortalecer su oferta académica actual al tiempo que incorpora cursos técnicos que son ofrecidos por instituciones privadas que acaparan el mercado. Ambos ofrecimientos no tienen por qué ser mutuamente excluyentes y podrían atraer a la universidad un mayor número de estudiantes en momentos en que la matrícula es un reto para todos los centros de educación superior.
De igual manera, me parece que la UPR tiene que colocarse como meta ofrecer un catálogo de títulos en línea. Me parece inexplicable como el principal centro universitario del país que tiene a su disposición un profesorado de primera no haya podido articular un buen programa online. Universidad de investigación en todo el planeta tienen hace años este tipo de oferta que les ha servido para hacerse de estudiantes para los que la educación presencial no es la primera opción. Ese tipo de ofrecimiento, de igual manera, permitiría ampliar el espectro de alumnos por cuanto la universidad podría atraer alumnos de cualquier parte del planeta.
Por último, otra alternativa para allegar fondos a la universidad debe ser el fortalecimiento de su programa de exalumnos. Un asunto pendiente y del que se habla hace décadas pero no termina de arrancar. La universidad en la que hice mis estudios post graduados me envía correos electrónicos semanales en un esfuerzo por mantener el vínculo con sus egresados y, de paso, nos involucra e invita a iniciativas de recaudación de fondos. ¿Por qué la UPR no puede tener un programa fortalecido de ‘alumni’?
Alcanzar y superar el centenario de vida no es faena pequeña. Pero supone una mirada responsable a la institución y el reconocimiento de que es preciso diversificar estrategias. Transformarse, sí. Morir, ni aunque haya quien lo quiera.