El calendario marcará un año natural distinto pero en esto del camino andado, por estas latitudes la marcha se mantiene en neutro cuando hablamos del evidente problema de seguridad que enfrenta el país. Como muestra agarre las primeras 48 horas del año como botón.
El 2023 arrancó con 9 asesinatos de los cuales 8, según la investigación inicial de la policía, están vinculados al negocio del narco. Y en esta ocasión, como pasa cada comienzo de año plagado de violencia anclada en el negocio de las drogas ilícitas, el Gobierno responde con el libreto de siempre. Y también el grueso de los medios de comunicación. La cosa va así. Se reportan múltiples muertes. Los ciudadanos se escandalizan (con toda razón) y los medios reseñan ambas cosas. En el ejercicio de búsqueda de responsables se entrevista a la Policía bajo la idea de que cuando se habla de un plan anticrimen la responsabilidad primaria recae sobre la Uniformada. Y ahí se configura la otra mitad del estancamiento que nos tiene hundidos en el fango de la ausencia de respuestas reales a nuestros problemas de siempre. Esos que lejos de reducir, ganan terreno. Como el narco.
PUBLICIDAD
Se nos ha enseñado (y hemos aprendido) que la lucha contra el crimen debe recaer sobre la policía. Y eso es una verdad a medias. Sí. La Policía tiene a su cargo la implementación de planes de seguridad, patrullaje, arrestos y esclarecimientos. Pero no es la Policía la que da forma a las políticas públicas que se encargan en la eventualidad de combatir el crimen. Nuestros gobiernos han apostado históricamente a una ecuación que intenta conseguir una reducción en la criminalidad provocada por el narco con cantidad de equipo y agentes. Y sí. Claro que mejores equipos y agentes son elementos importantes. Pero los países que han logrado éxito en detener la violencia vinculada al mundo de la droga han probado que para acabar con la raíz de un problema que es en esencia un negocio, el golpe sólido no se asesta con pistolas y operativos, sino contra el negocio mismo. Con un plan para desarticular las ventas. Desalentarlas. La batalla contra los compradores y los “dueños de franquicia” se hace menos cuesta arriba cuando el negocio deja de serlo. Negar que hacer lo mismo nos llevará inevitablemente al mismo punto de partida no es honesto. Pero tampoco es inteligente si lo que se quiere es vencer.
Tampoco resulta una buena política pública echarle abono a la desigualdad que todos los estudios serios han ubicado como la raíz del reclutamiento del narco. Lo mismo que la educación inefectiva. Es fácil de anticipar que en medio del escenario local de enormes rezagos académicos, el narcotráfico encontrará nuevos empleados entre los más jóvenes.
De verdad no sé qué esperamos para realizar las reformas profundas que el país necesita para poder vencer nuestros más grandes enemigos colectivos. La evidencia empírica está sobre la mesa y los ejemplos de éxito fuera de nuestras coordenadas también. Seguir insistiendo en las mismas fórmulas que nos han dejado con el fracaso de siempre es apostar a la derrota como política pública. Ojalá y ese no sea el caso.