El pasado viernes y después de varias horas de escuchar el testimonio de Jennifer Fugenzi, la exesposa del exponente de música urbana Cosculluela, la jueza Yumayra Serrano tuvo que pausar y, de manera respetuosa, pedir auxilio. Que alguien le explicara.
PUBLICIDAD
Ni ella ni muchos de los presentes en la sala del tribunal de Humacao entendían pedazos del testimonio. En particular una frase que hacía referencia a “palos, carros y jinetes”.
La mujer terminó explicando que aquello de “palos” no es otra cosa que una manera referirse a las armas.
“Cuando van a hacer algo malo a la calle usan los palos (armas)”, narraba Fugenzi en expresiones en las que dejaba entrever las alegadas andadas en las que participaba su ex marido.
Si Cosculluela usaba las armas para “hacer algo malo en la calle” es algo que está por adjudicarse. Pero de los testimonios vertidos en el caso y los mensajes de texto entre Fugenzzi y Cosculluela que fueron admitidos como parte de la prueba de la Fiscalía, parecería que la extrema violencia, la oda a las armas y la misoginia que se destila en algunas de las canciones del género urbano en algunos casos no son solo cosa de cuento.
La “película” parece ser un estilo de vida. Y ello no deja de ser una pesadilla, sobre todo porque seguramente no están solos. Basta con mirar alrededor para descubrir que la oda al dinero por el dinero mismo, el maleanteo como forma de vida y la violencia como el centro de relaciones de pareja son una realidad cada vez más frecuente.
Es suficiente con prestar atención al contenido de los más de 3 mil mensajes de texto admitidos en corte y que habrían sido extraídos, según la Fiscalia, del teléfono celular de la mujer. Conversaciones entre Cosculluela y su ex esposa que apuntaban a una relación de subordinación, anclada en la intimidación y la violencia. Con la desconfianza y el irrespeto como ancla de una vida consensuada, ante la mirada de sus familiares y allegados, Imperaban el abuso verbal y la degradación. También la violencia armada y las amenazas. En medio, los hijos de la pareja que –según el testimonio de la mujer- atestiguaban los encuentros llenos de ira y, en alguna ocasión, hasta disparos como mecanismo de amenaza. Tristemente, lo dilucidado en corte parecía el libreto de un mal video de musical. Una serie de esas de narcos que tan populares se han vuelto por aquí. De esos que abusan de los excesos, el despliegue de armas, el dinero, los autos de lujo y la violencia contra la mujer. Solo que la “película” no pertenecía a la ficción.
El testimonio estaba lleno de referencias conocidas. Las armas. Variadas y omnipresentes. Los disparos; la desconfianza y el insulto. Incluso el alegato del uso de grabadoras y micrófonos para espiar. El relato de la mujer denunciaba amenazas con frases como “prepararle un rancho” o llenarle la guagua a tiros.
“Mira como andas. Eres una puta”, le habría dicho en más de una ocasión. Según Fugenzi el hombre hasta disparó al balcón de la casa en al que la que ella se encontraba con los hijos de la pareja, le habría agarrado por el cuello en múltiples ocasiones y le habría golpeado. La defensa del exponente ha pedido la desestimación de las denuncias argumentando que han prescrito.
De ser cierto lo expuesto en sala, el cuadro apunta a mundo en el que la violencia no solo es tolerada sino que se ha convertido en un estilo de vida. Un mundo en el que la violencia y la intimidación son al norma. Lo mismo que el culto al lujo como valor, la ostentación de la riqueza y la violencia como cartas de presentación. Un mundo de relaciones tóxicas e intercambiables; de amenazas de ejecución y daño físico y, en medio de todo eso, niños y niñas que -si todo esto es cierto- podrían estar siendo criados para acoger esos valores como la norma.
De estos casos vemos forrada la actualidad noticiosa casi a diario en una triste confirmación de que la ficción y la realidad tienen cada vez una frontera menos clara. “La película” es realidad y no ficción. ¿Cómo llegamos a esto?