“El mundo no tiene ningún interés en Haití. A nadie le importa Haití”. Esa frase taladró mi cabeza cuando la escuche el lunes en voz de Elena Cajigas y no por sorpresa, todo lo dicho es la pura verdad. Solo que lo dicho no se dice en voz alta. La indiferencia con respecto a Haití y lo que se vive a menos de una hora en avión de la isla es evidente. Cajigas, una exatleta Centroamericana boricua vive en Haití hace 13 años. Desde entonces ha aceptado con amor dirigir el Hogar Bethel, un orfanato en el sector conocido como Cabaret, a 45 minutos de la capital, Puerto Principe.
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Aunque ha vivido de cerca la precariedad y la combate desde las puertas del orfanato, nunca había sentido al indefensión que se experimenta en estos días. Tampoco el miedo por su seguridad y la de los niños a su cargo. El hogar ahora es custodiado por seguridad armada las 24 horas del día y así ha tenido que ser desde que comenzaron las amenazas. La violencia no ha llegado al orfanato, pero reina en las calles. Las bandas han tomado el control del país, según observadores, algunas motivadas por figuras políticas. Otras por el hambre que asfixia.
“Al lado del orfanato descubrimos que hay una casa donde viven siete niños solos. ¿Sabes lo que hacían? En las noches tomaban agua con sal para sentir el estómago lleno y poder dormir”, me contaba.
Cuando se pasan semanas sin comer se activa el modo de supervivencia. Haití a penas tiene agua potable. Escasean los alimentos y el combustible. Cuando se consigue, un galón de gasolina puede costar tanto como $25. Los cuarteles de la policía son intervenidos constantemente por vándalos. “Si alguien se resiste los matan” me contó Cajigas.
Esos grupos, narra, están mejor armados que los agentes, cosa que hace que aquello de la ley y el orden sea solo un espejismo. “En algunos puntos hasta violan a las mujeres si no van con seguridad”, explica. Por eso, Cajigas ha tenido que poner en pausa sus intenciones de salir de ese país para visitar Puerto Rico por algunos días. Llegar a la capital sería ponerse a si misma en riesgo.Todo eso pasa cerca. Según el profesor Paul Latortue, haitiano residente en la isla hace decadas, Haití vive una crisis histórica. La mayor en 200 años.
“El modelo sociopolitico colapsó, los más necesitados se han revelado pero nadie ha podido articular una propuesta de cambio que logre le consenso”, argumentó mientras conversábamos. Un problema tan complicado como pocos. Entonces, ¿qué hacer?, nos preguntamos todos. En el corto plazo varias voces al interior de Haití apuestan a alguna forma de intervención internacional. Pero lo hacen con cautela. Ese perro les ha mordido decenas de veces en el pasado y, en ocasiones, esos grupos de ayuda se han convertido en parte del problema.
“Han sido parte del saqueo, la trata humana y hasta importaron el cólera a Haití. Fue el ejército de Nepal el que trajo la enfermedad a la isla”, me recordaba el hoy senador Jose Vargas Vidot quien junto a Iniciativa Comunitaria comenzó la operación de un hospital allí pero no ha podido continuar operaciones por las amenazas a su seguridad.
En definitiva, se trata de un problema en extremo complejo en el que median factores económicos y sociales, algunos vinculados al nacimiento mismo de ese país como nación libre. No sé cuál será la solución para esa crisis que parece haber consumido el Haití que hemos conocido, ya desgastado, y que parece estar esperando las condiciones necesarias para una refundación. Pero algo de seguro puede ayudar: combatir la apatía. Desechar la indiferencia que nos hace pensar que conflictos más distantes geográficamente son más pertinentes que ese dolor que solo se hace más grande a muy poca distancia.Interesarnos podría ser el primer paso para el cambio. Comencemos hoy.