El paso de Fiona ha hecho amargamente presente nuestra vulnerabilidad ante los huracanes, ese elemento inevitable de nuestra caribeñidad. Lo que sí puede y debe superarse es la incapacidad del Estado ante la crisis. Ya son 21 las muertes asociadas a Fiona, pero es la cifra de 4,645, el saldo mortal de María, la que debe guiar la noción del sufrimiento posible.
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Encabezando la lista de que lo que debe cambiar, está la presencia de la privatizadora Luma, que ha confirmado que el trabajo le queda grande. Luma no llegó para garantizar el acceso a la energía eléctrica como un derecho humano, sino a extraer de un país en quiebra $1,500 millones. Así ha sido y así será. Es hora del cálculo honesto, entre lo que nos cuesta la cancelación del contrato y el precio de amarrarnos por 15 años a un operador cuya ineficacia cuesta vidas e inhibe el desarrollo.
Sigue en la lista la flojera de la administración Pierluisi. Vale la pena examinar los contrastes: el gobierno de las islas Canarias impuso una multa de 16 millones de euros a las compañías responsables de un apagón de 17 horas, mientras Pierluisi sólo está dispuesto a jimiquear que algún día perderá la paciencia. Ojalá la actitud de confrontación que hoy exhiben varios alcaldes no sea flor de un día.
El otro elemento es el sistema de inferioridad política que nos ata las manos. Las leyes de cabotaje, que todos los días nos privan de acceso óptimo a alimentos y otros artículos, ahora obstaculizan el desembarque de 300,000 barriles de diésel que desesperadamente necesitamos. Mientras, la Junta de Control Fiscal, que con actitud tan decidida le ha quitado a la UPR el 40% de su presupuesto, que condena a la pobreza a los pensionados, que le escatima recursos a servicios médicos, no se inmuta ante el incumplimiento de Luma, ni cuestiona el paradero de los $700 millones que, después de María, debieron destinarse a la restauración de infraestructura eléctrica.
Vendrán otros huracanes y no está en nuestras manos detenerlos. Con lo que sí podemos acabar es con el abuso de LUMA, la pusilanimidad de Pierluisi y la humillación de la colonia.