La vida nos pone de frente experiencias de todo tipo. Incluso de esas que no vamos buscando. La pasada semana me tocó una de esas. Moderar el certamen de Miss Universe Puerto Rico -típicamente el programa más visto de la televisión cada año en la isla- ha dejado un saldo positivo, no solo para mí en el ámbito profesional sino para el país. Y me explico.
Es cierto que los certámenes de belleza son piezas de sabida controversia que generan debates a diversos niveles. Sin embargo, precisamente por los altísimos niveles de audiencia que alcanza y el interés que genera todo lo que le rodea, no puede subestimarse su alcance a la hora de generar modelos y crear nociones, particularmente sobre lo que es o no una mujer hermosa. En este último renglón me parece que el certamen de este año ha contribuido a redefinir (para bien) aquello de lo que es una “mujer hermosa” y qué características físicas debe tener la representante de la belleza nacional.
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Por mucho tiempo esa definición ha estado limitada en la práctica a mujeres de piel blanca. Con contadas excepciones como Wilnelia Merced en el caso del Miss Mundo, Alba Reyes, Roselyn Sánchez, Joyce Giraud o Alba Reyes, nuestras representantes de la belleza nacional han tenido un evidente déficit de melanina. Y ni hablar de que son contadas las candidatas que han portado la corona y que se han definido a sí mismas como negras o afrodecendientes. Por ello, el cuadro final de la edición de este año ha sido histórico. Dos mujeres evidentemente negras, que se identifican a sí mismas como eso, terminaron sostenidas de brazos aguardando por conocer cuál de las dos se convertiría en la nueva reina. Con todo lo que ello implica. Ante una audiencia millonaria en Puerto Rico y Estados Unidos, se veía a Leonela González de Jesús y Ashley Ann Cariño Barreto comentar en una conversación inaudible para el público. Luego se supo que comentaban justo eso: por primera vez en la historia sería inevitable que una mujer negra se convertiría en la representante de nuestra belleza ante el mundo. Hasta entonces y salvo los casos de Alba o Michelle Marie, la estampa de las dos mujeres podría incluir una mujer negra pero esta siempre terminaba como primera finalista. Esta noche sería diferente. Otra mujer afrodecendiente, Michelle Marie Colon, le coronaría como resultado de una ceremonia antecedida por un discurso oficial de búsqueda de diversidad.
Ashley Ann ganaba y le observaban no solo Leonela sino candidatas de una diversidad enorme. Probablemente, tal vez más que nunca, representativas de la mujer isleña. Mujeres negras y mulatas, rubias y pelinegras; altas y “pettite”, como el promedio de la mujer local, delgadas y “curvy” habían competido ante una audiencia compuesta por miles de mujeres que podían verse identificadas con sus características físicas. Todas, en la plenitud de lo que son, podían ser lo suficientemente hermosas como para representar a sus pares en la isla.
Lo vivido no supone un logro pequeño sobre todo porque el ejercicio de inclusión se dio ante una audiencia enorme, en horario prime time. Una audiencia tan enorme como resistente a los cambios en la definición de lo “bello”. Es comprensible. Lo que nos parece hermoso y lo que no es el resultado de un proceso de aprendizaje social en el que se nos proponen modelos y los adoptamos. De la misma forma en que en el Renacimiento Italiano la mujer bella era la más cercana a la voluptuosidad o la gordura y cualquier otra cosa era descartada como poco atractiva, los modelos de belleza a lo largo del tiempo se han modificado. Resulta cuando menos justo para nuestras mujeres el saber que lo que son, las características físicas propias de estas latitudes en donde el mestizaje es la norma, sean consideradas parte de “lo bello” y no sustituidas exclusivamente por modelos de “lo bello” importados de otras latitudes.
Como todo proceso de cambio, habrá resistencia. Pero bienvenida sea. El proceso es necesario y como resultado hará que cientos de niñas que antes no tenían donde verse reflejadas, se encuentren en ese gigantesco espejo público. La representatividad realmente importa.