Opinión

Opinión de Juan Frontrera Suau: El artista y sus aduladores

Lee aquí la opinión del vicepresidente de Proyecto Dignidad.

Portada de la columna de Juan Manuel Frontera Suau, con su rostro y cargo en el partido Proyecto Dignidad.

El mundo, y Puerto Rico, enfrentan retos gigantescos de guerras, rumores de guerra, escasez, quiebra y falta de desarrollo económico. Graves problemas de violencia generalizada, así como de salud mental y falta de servicios esenciales. Ante esto, la prensa, los medios y muchas personas en Puerto Rico se sumergen por semanas en proclamar como fenómeno y portaestandarte de un pueblo a un artista cuyo “moto” de vida, y la esperanza que vende, es que felicidad individual y colectiva se alcanza haciendo lo que me da la gana.

Muchos le adscriben al artista el ser poeta, literario, filósofo, médico, psicólogo, político, caudillo, fenómeno, embajador, curandero de un pueblo, sanador del alma de un país, chaman que lee el alma y la conciencia de la gente y conecta con ellos. Ese artista es todo lo que quiera adscribirle aquel que se le acerca con el hambre de ver en él sus aspiraciones. Ese artista usa su locuacidad para decir las palabras claves del discurso aprobado por las castas del mercado, el periodismo y el imperialismo cultural, de manera tal, que los oídos de la gente solo escuchan lo que quieren escuchar en él. Son capaces de ignorar o minimizar o simplemente no escuchar lo que no les conviene escuchar en él. Las adulaciones a ese artista solo se mantendrán mientras el artista les sirva a sus aduladores, cuando deje de servirles, así como lo adulan hoy, mañana lo tratarán con vileza. Esto es así, pues todos, el artista y sus aduladores, venden sus conciencias con tal de aplacar su dolor colectivo pues nadie puede vivir feliz haciendo lo que le da la gana.

Ningún pueblo puede echar hacia adelante abrazando un ideario fundamentado en la libertad sin demarcaciones o límites. Esos límites no pueden estar regidos primordialmente por la inclusividad y la diversidad, pues la inclusividad y diversidad no tienen límites. Los limites se demarcan por el respeto mutuo enmarcados en una libertad que se fundamenta en derechos y responsabilidades, en donde la inclusividad y la diversidad juegan un papel, pero no el principal. Esa libertad se llama, libertad ordenada. Eso es lo que necesitamos en Puerto Rico, y eso es lo menos que refleja el artista, y los que lo alaban.

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Puerto Rico tiene grandes retos como pueblo. Ninguno de ellos se resuelva con una marcha, con la destitución de un gobernador, con asignaciones billonarias de fondos federales, con declaraciones eufóricas desde una tarima en el Choliseo, ni repartiendo pizzas a la gente en la calle o tirándole rollos de papel, ni con decenas de twits o posts en tik tok, Facebook o Instagram. Puerto Rico no se arregla con esta columna, ni con los miles que se han escrito. Los retos que tiene Puerto Rico pueden comenzar a enfrentarse con gente que en vez de hacer lo que les da la gana, están dispuestos a negarse a si mismos y hacer de sus vidas un instrumento en favor de una sociedad libre y ordenada en donde primen las siguientes libertades fundamentales para todos: inviolabilidad y dignidad del ser humano, culto, expresión, publicación, comercio, reunión, asociación, y a elegir democráticamente a quienes nos gobiernan y aprueban las leyes que se nos imponen. El orden y los límites en el ejercicio de cada uno de esos derechos individuales se rige por el primero, la inviolabilidad y dignidad del ser humano.

Ahora díganme, ¿cómo hacer lo que me da la gana puede ser el portaestandarte de una sociedad que dice respetar la inviolabilidad y dignidad del ser humano? Ese no es, ni puede ser, el Puerto Rico al que aspiremos.

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