Opinión

Opinión de Florencia García Melazzo: Vivas no nos quieren

Lee aquí la columna de la periodista de Metro como parte del Proyecto Cobertura Responsable y Empática del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Interamericana de Puerto Rico.

La semana pasada encontraron a Michael, un veterano de 53 años que había sido reportado desaparecido el fin de semana anterior luego de abandonar el auto en el que viajaba junto a su esposa y su madre y lanzarse a un cuerpo de agua. Tras una sonada búsqueda, la noticia de su aparición en buen estado físico tuvo eco en las redes sociales, donde los comentarios de la gente expresaban alivio y otros, incluso, preocupación por que se atendiera correctamente la salud mental del hombre militar tras el turbio episodio. “Excelente. Final feliz. Ahora a brindarle la ayuda que necesite”, escribió un Ral Rodríguez en Facebook al pie de la nota publicada. “¡Gracias a Dios que lo encontraron!”, comentó también Myriam, entre la decena de mensajes similares, dignos de una comunidad empática, unida y de aparentes valores cristianos.

Fredeswinda fue reportada como desaparecida este lunes y, aunque el paradero incógnito de la mujer de 52 años no despertó mucho interés mediático, fue la noticia de su localización la que atrajo al ojo público, enfocado esta vez en la crítica, la burla y en especular teorías absurdas sobre su desaparición que, hasta entonces, a nadie parecía haberle preocupado. “Si llegó a su casa sana y salva, pues estaba echando una cañita al aire con un amiguito”, comentó desde un teclado Mario Rivera, a quien muchas otras personas avalaron con emoticones de risas, en la típica dinámica virtual y cobarde que refleja a una sociedad que todavía intenta condenar a las mujeres de acuerdo a su actividad sexual, aunque sea inventada. “No estaba muerta, estaba de parranda”, quiso aportar un tal Alexis Gómez, aunque corto de originalidad, pues esa frase folclórica se multiplica en los comentarios cada vez que una mujer tiene la suerte -cada vez más improbable- de aparecer con vida.

Y entre ese cúmulo de dichos desafortunados, surgen las preguntas que nadie quiere hacerse pero son imposibles de ignorar: ¿Por qué molesta tanto que una mujer aparezca entera y a salvo? ¿Cómo se sostienen las consignas de #NiUnaMenos contra los feminicidios cuando en la muerte se responsabiliza a la víctima y aparecer con vida también conlleva castigo social? ¿Por qué el circo oportunista de exaltar nuestras muertas con fotos violetas y la contradicción de burlar a las que quedamos vivas?

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Cuando encontraron en Ponce a Danielys, una niña moroveña de 13 años que había sido reportada como desaparecida por su abuela en enero de este año, la reacción colectiva fue tan nefasta como la gente que no tardó en pasar por alto la buena noticia para abrir el foro de comentarios que repiten los chistes gastados de gracia y cargados de una violencia sexual ya normalizada pero no menos preocupante. “Por eso no comparto noticias de supuestas niñas desaparecidas... lo que están es escapaditas con bellaqu***”, “¡Esto es un relajito de estas niñas patiscalientes!”; otros directamente describían hipotéticos escenarios desagradables de eyaculación y penetración, en términos más vulgares y (no puedo permitirme dejar de recalcar) refiriéndose a una menor de edad. No es de extrañar, pero sí escalofriante, confirmar que estamos rodeadas de pedófilos impunes que se regodean a plena vista.

Al otro lado del mismo antro cibernético, están quienes se escandalizan y proponen castigos severos para las menores que se van de sus hogares en rebeldía impulsada por la mal llamada promiscuidad. Una pensaría que una sociedad que se pinta tan alarmada por las conductas sexuales de la juventud, apostaría por lo menos a la implementación de una educación sexual integral. Irónicamente y por el contrario, en las escuelas de Puerto Rico todavía es más aceptable imponer religiones con invocaciones en actos escolares que sentar a los estudiantes a hablar de sexo y no de semillitas... y ni soñar aún con la enseñanza sobre la diversidad sexual que no llega ni a los currículos.

Es igualmente siniestro cómo en estos casos de menores desaparecidas, cuando aparecen, siempre se vaticinan embarazos no deseados y, peor aún, se da por hecho y castigo que esas niñas se convertirán en niñas madres. Ni hablar del aborto, tan legal y seguro como tabú. En cambio, los derechos reproductivos de las mujeres están ahora mismo en boca y manos de legisladores que pretenden coartar la potestad sobre nuestros propios cuerpos con el Proyecto del Senado 693. Porque les importan todas las vidas menos las nuestras.

Es tan duro como cierto: ni desaparecidas, ni encontradas, ni a salvo, ni en Ponce, ni con educación sexual, ni rebeldes, ni con derechos reproductivos. Y así, si no nos matan, tampoco nos dejan vivir. En realidad lo han dejado muy claro. Vivas no nos quieren.

Esta columna se publica luego de completar el Proyecto Cobertura Responsable y Empática del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Interamericana de Puerto Rico

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