Vivimos en un entorno donde la política se vende y se consume como si fuese pornografía. Es una vitrina para excitar pasiones y provocar reacciones. En medio de ese afán, la verdad, la honestidad intelectual y la humildad son, en el mejor de las ocasiones, elementos que pueden disponerse o transformarse a la luz de la imagen que quiere proyectarse. Sabemos lo que excita, lo que provoca, lo que atrae y lo que produce. Por consiguiente, los proveedores de consumo político van a la búsqueda de encajonar a los actores políticos en esos nichos escandalosos que les permitan seguir proveyendo material de consumo a los que ávidamente buscan satisfacer sus pasiones.
Así, como la pornografía busca la excitación momentánea y barata a costa de la degradación del otro, sin apego a la verdad y a la razón, así se forja gran parte de la discusión política en medio nuestro. Esto es, sin ningún compromiso real con la persona que le brinda ese placer momentáneo y fugaz. Esa persona se usa y se dispone, según la agenda a adelantarse, sin ningún compromiso con ella, más allá de lo inmediato. Ese que se utiliza para vender discursos, para sustentar conclusiones ideológicas, para adelantar agendas, se convierte en un sujeto desvestido de humanidad. Es un sujeto sin dignidad. De esto sufre la discusión política en Puerto Rico.
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Existe una máxima ética en todo debate de ideas que como pueblo hemos abandonado. Cuando uno se enfrasca en una discusión debe representar las ideas del otro de la mejor manera y en la mejor forma. Esto es, usted no toma las expresiones del otro y las hace ver de la peor manera, sino todo lo contrario, trata de entender sus argumentos y expresiones en la manera más clara y beneficiosa para esa persona, de forma tal que el debate de ideas sea productivo y edifique a los que lo escuchan. Eso se llama dignificar a las personas con las cuales conversamos, compartimos ideas, debatimos o diferimos. De esto carece nuestro discurso político.
Eventos tan recientes como las expresiones hechas por la representante Burgos de Proyecto Dignidad con relación al proyecto de acoso callejero son un ejemplo clásico de esa pornificación de la discusión política en Puerto Rico. En medio de una discusión seria sobre el problema constitucional de vaguedad y amplitud excesiva que adolece ese delito que esta ante la consideración de la Cámara de Representantes, de momento se enfoca en la visión personal de la Representante Burgos sobre la vestimenta de la alegada víctima en procesos penales y judiciales relacionados con el acoso.
Fíjense que la postura de la Representante Burgos en cuanto al delito de acoso callejero, en nada está fundamentado en su visión personal de las cosas, sino en un argumento de derecho constitucional válido que se ha hecho en todas las jurisdicciones en donde ese delito se ha intentado legislar. La Representante Burgos en sus expresiones hace una diferencia clara entre la realidad de una sociedad en la que vivimos, y lo que debería ser. Vivimos en una sociedad que toma en consideración la forma en la que vestimos y nos proyectamos al momento de juzgar al otro. En procesos judiciales, especialmente en procesos penales, no debería ser así, pero lamentablemente sucede y puede suceder. Pero a pocos le preocupa hacer esa distinción y tener una discusión real de lo que sucede, más fácil es pornificar al otro y tildarlo de retrograda.