El lunes el Departamento de Justicia pidió archivar el caso que esa misma agencia seguía contra Elianni Bello Gelabert, la mujer de 22 años que fue acusada por haber abandonado a su bebe en la casa del padre de la menor.
La decisión es sorpresiva a juzgar por el récord del Ministerio Público que, de ordinario, no da marcha atrás una vez radica cargos. Pero a pesar de lo atípico de la decisión, no me sorprende porque estoy seguro de qué la motiva. El cambio de postura de Justicia es, indudablemente, consecuencia directa del nivel de escrutinio público que ha rodeado este caso. Conocedores del derecho con los que he conversado me han dejado claro que las solicitudes de archivo de cargos no son comunes. Por lo mismo, solo imagine la presión que el interés público ha puesto sobre el Estado. Y aunque la movida parece hacer justicia en un caso de alto interés público, es preciso reconocer que ese mismo interés no se coloca sobre la mayor parte de los casos -incluso de este tipo- que llegan a las salas. Cuántas más Eliannis se ven a diario en nuestros tribunales es una pregunta que merece la pena poder contestar.
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Esa respuesta y el manejo mismo de este caso deben dejarnos como herencia la reflexión sobre ese machismo del que se habla comúnmente pero que a veces fallamos en identificar con ejemplos prácticos. No temo equivocarme al afirmar que nuestra sociedad y, como consecuencia de ella, nuestros Tribunales, aún operan bajo un esquema que es víctima (¿inconsciente?) de un machismo profundamente enraizado. Solo eso puede explicar por qué la atención de las autoridades a la hora de intentar buscar responsables sobre el bienestar de la bebé de la mujer centraron sus esfuerzos en cuestionar a la madre, en un ejercicio que dejó totalmente fuera del radar a la figura paterna. Ese escrutinio sobre la madre tampoco me sorprende. Después de todo, a la hora de la crianza nuestra sociedad ha favorecido la perpetuación de un modelo familiar en el que las mujeres son las que cargan no sólo con el peso de las responsabilidades sino también de los derechos en la toma de decisiones sobre los niños y niñas. Los hombres, aún cuando compartan el proceso de crianza bajo el mismo techo que mamá han recibido históricamente un rol que se limita a “proveer” el elemento económico pero muy poco del afectivo. Mucho de la disciplina y muy poco de la participación activa en los intereses de los hijos. Mamá, en definitiva, responde por el grueso del proceso de crianza. Si no, traspolando este ejercicio a otro escenario, pregúntese por qué en la mayor parte de los casos los tribunales fallan en favor de las mujeres en pleitos por la custodia de los niños y niñas, aun cuando los hombres muestren interés en obtener custodia primaria y no tengan elementos negativos que jueguen en su contra. Porque criar, se nos ha enseñado, es cosa de mujeres.
Por ello el machismo no es ventaja para ninguna de las partes. Aunque el patriarcado parecería colocarnos en una posición de privilegio a los hombres por encima de las mujeres, en la crianza hombres y mujeres perdemos si jugamos el juego que se nos ha enseñado. Las mujeres porque cargan con un peso injustamente excesivo en el proceso de formación de hijos e hijas. Los hombres, porque renunciamos (los que no están dispuestos a enfrentar el modelo) a una crianza afectiva, a la toma de decisiones en contraposición a ser solo espectadores en el proceso de crianza; aceptamos asumir solo el rol del proveedor.
Si de algo sirve esta experiencia tan pública, que sea para que analicemos lo que en privado ocurre en nuestro entorno inmediato. Retar estas nociones nos toca a todos y todas. Pero para hacerlo es preciso reconocer que el problema existe. Que nos han vendido el cuento y hemos terminado por creerlo.
Sigamos desaprendiendo.