El aborto está sobre la mesa. Otra vez. A pesar que el asunto no fue objeto de debate en el pasado proceso electoral, el issue ha revivido gracias a una medida propuesta por la senadora de Proyecto Dignidad, Joanne Rodriguez Veve y otras figuras como el presidente del Senado, José Luis Dalmau y el expresidente de ese cuerpo, Thomas Rivera Schatz.
Como era de esperarse , el tema ha levantado controversia. Siempre lo hace. A grandes razgos, el texto de la medida propone prohibir las interrupciones de los embarazos que lleguen a la barrera de las 22 semanas y parte de la premisa de que todo embarazo de ese término es viable.
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“Para propósitos de esta legislación todo concebido de veinte y dos (22) semanas o más será considerado viable” dice el texto. Pero mientras los proponentes parten de esa premisa, la mayor parte de los expertos que evalúan el asunto desde la perspectiva de la ciencia han catalogado el proyecto como altamente cuestionable. Primero porque afirman que en la actualidad no se realizan abortos en clínicas con embarazos de ese término, aunque la exposición de motivos parece sugerirlo. Por lo tanto, según aseguran, si no existe un problema, ¿qué es lo que la medida pretende atender?
Los proponentes, por su parte, han citado a expertos que insisten en que las interrupciones de embarazos de 22 semanas o más son frecuentes. Califican los abortos como “asesinatos” (como ha dicho el presidente del PPD y el Senado) o afirman, como lo hace Rivera Schatz, que -contrario a la ciencia- un embarazo es “viable” desde el momento mismo de la concepción.
Esas posturas, que podemos anticipar no serán reconciliables, se estarán exponiendo ante el país en las vistas públicas que han sido convocadas para los días 26, 29 y 30 de abril. Pero más allá de ese debate eterno que no da espacio a entendidos entre oponentes y detractores, quiero proponer un desvío en la discusión sobre el asunto de los embarazos no deseados, particularmente aquellos que no lo son desde su génesis y que culminan en ocasiones con la decisión de interrumpirlos. No es posible estar a favor de la vida y de una crianza en apego si no se está a favor de que se promueva una educación sexual eficaz y amplia en nuestras escuelas que tenga como resultado evitar embarazos no deseados. No. No hablo de “incentivar”a los jóvenes a que tengan sexo, como parecería haberse definido desde algunos sectores la “educación sexual”. Hablo de darles las herramientas para que quienes decidan tener sexo lo hagan con el pleno conocimiento de sus implicaciones.
Hasta el momento, las políticas públicas promovidas desde el Gobierno parecen apostar a la técnica del avestruz. El mismo que prefiere meter la cabeza en el hoyo y , como aquel que vive metido en su metaverso particular- optar por creer que la abstención es la opción preferida a la hora de evitar embarazos y enfermedades de transmisión sexual. Esa política pública de facto ignora los estudios y testimonios de profesionales que reconocen que los jóvenes se inician en actividad sexual cada vez más temprano y que lo harán con o sin el permiso de sus padres; con o sin información. Por lo mismo, los estudiosos del tema han insistido en que un cambio en la política pública debe reconocer esa realidad y optar por dar a los jóvenes -y adultos- el conocimiento que les permita actuar de manera responsable ante la llegada de la sexualidad.
Sin embargo, hay quien opta por ignorar ese hecho. Y reclamando que “los hijos los crío yo”, optan por crianzas enajenadas y desinformadas que, como saldo, dejan a sus hijos e hijas desnudos; sin herramientas ni información para tomar decisiones adecuadas.
¿Y si sacamos la cabeza del hoyo?