El Senado ha estado celebrando vistas públicas sobre los nominados al Tribunal Supremo durante poco más de 100 años: con raras excepciones, estas vistas han sido embrutecedoras y hasta repulsivas; en muy raras ocasiones este ejercicio ha servido para revelar cómo los nominados ejercerían el tremendo poder que tendrían como jueces del Tribunal Supremo una vez confirmados.
Las vistas de nominación tienen una larga historia, en su mayoría poco alentadora. El primero de estos ejercicios fue convocado en el 1919 por senadores que esperaban bloquear la nominación de Louis Brandeis, en parte debido a sus posiciones contra las principales corporaciones, en parte porque era judío.
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Pero el espectáculo de los senadores pavoneándose intimidando a un candidato, la “burla” del Senado previamente se limitó solo a los procesos de confirmación de los candidatos más controvertibles. Lamentablemente, ahora se ha convertido en un ejercicio en el cual el nominado es llamado más a mostrar su temple y paciencia ante los ataques a mansalva de los legisladores que a detallar sus posiciones en cuanto al tipo de asuntos de alto interés público que llegan al más alto tribunal de la Nación.
Las vistas tienen momentos reveladores, pero sobre todo acerca de los inquisidores, no de los nominados. Proporcionan una guía concisa de los cálculos políticos del día. Este fue el caso de las vistas sobre la nominación de la juez Ketanji Brown Jackson, que concluyeron el jueves pasado. Las largas sesiones no revelaron mucho a los estadounidenses sobre como habría de proceder la juez Jackson desde el estrado en el Tribunal Supremo. De hecho, no parecen haber influenciado voto alguno en el Senado.
Sin embargo, las vistas fueron sumamente reveladoras en cuanto a qué temas creen los republicanos que motivarán a sus votantes en las elecciones de este año, y confirmaron cómo las confirmaciones totalmente partidistas, que antes eran una rareza, se han convertido en la norma del Senado.
Salvo alguna sorpresa de última hora, Jackson se presentará a una votación del comité el 4 de abril; Republicanos clave han dejado claro que no intentarán bloquear su confirmación. Eso la pondría en camino de ganar la confirmación en abril, ya sea en una votación estricta de la línea del partido o con uno o dos republicanos del lado de los demócratas del Senado. Hasta ahora no ha habido evidencia de que haya demócratas que votarían en contra de su confirmación ni de esfuerzos republicano para cortejarlos para boicotearla.
Una votación extremadamente reñida es exactamente lo que se predijo antes de que se llevaran a cabo las vistas. Seguiría el patrón de los tres nominados del presidente Trump, los jueces Neil M. Gorsuch, Brett M. Kavanaugh y Amy Coney Barrett, quienes obtuvieron la confirmación con 54, 50 y 52 votos, respectivamente.
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Las nominadas del presidente Obama, Sonia Sotomayor y Elena Kagan, obtuvieron mayorías algo mayores, 68 votos en el caso de Sotomayor, 63 para Kagan, pero la diferencia refleja principalmente la amplia mayoría en el Senado que los demócratas disfrutaron en los dos primeros años de Obama.
Entonces, suponiendo que Jackson gane la confirmación, como parece probable, terminará siendo la sexta candidata consecutiva al Tribunal Supremo en ser confirmada casi en su totalidad por voto en líneas partidistas. Eso refleja un cambio grande y bastante reciente en la política estadounidense.
En 2005, por ejemplo, la elección del presidente George W. Bush para presidente del Tribunal Supremo, el entonces juez John G. Roberts Jr., logró la confirmación con un voto de 78-22. Un poco más de una década antes, la nominación de Stephen G. Breyer por parte del presidente Clinton obtuvo 87 votos y Ruth Bader Ginsburg 96.
Pero los votos fáciles desaparecieron después de fines de la década de 1990; desde Ginsburg, ningún candidato ha obtenido 90. La razón no es difícil de discernir: a medida que los estadounidenses se han vuelto más partidistas, han dejado de pensar en los candidatos al Tribunal Supremo como figuras no políticas.
Desgraciadamente, hoy día pareciera ser que los votantes del partido del presidente apoyan automáticamente a sus nominados, mientras que los del partido contrario se oponen. Y los senadores en su mayoría siguen la voluntad de los votantes de su partido, incluso cuando eso difiere del votante promedio en su estado. Con la politización del proceso de confirmación se pierde de perspectiva la función del proceso que lleva al estrado a quienes se les concede de por vida el privilegio de emitir sus opiniones en el más alto foro judicial de la Nación. Y como consecuencia de la politización de dicho proceso y, por ende, de los Jueces Supremos el pueblo comienza a perder la confianza en una rama de gobierno cuyo activo principal es la confianza que tienen los estadounidenses en cuanto a la imparcialidad de sus miembros.