Opinión

Opinión de Mario Santana: El mundo cambió aunque no nos guste

Lee aquí la columna de opinión de periodista y maestro de español.

Mario Santana

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El ataque por aire, tierra y mar a Ucrania es el último clavo en el ataúd donde hoy descansa la hegemonía que disfrutó Estados Unidos desde el final de la guerra fría. En estos treinta años, Estados Unidos ha pasado de ser una potencia sin un verdadero rival a ser un país debilitado tanto internamente como en su capacidad de ejercer liderato en el mundo.

La sociedad estadounidense sufre una polarización mucho mayor que la de los años de la guerra de Vietnam. El debate normal sobre cuáles deben ser las prioridades y las soluciones ha transmutado a dos concepciones irreconciliables de la realidad. Cada bando demoniza al rival como la suma de todos los males. Cada bando se alimenta en su propia red ideológica. Es un mundo con pocos puentes de diálogo.

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En un mundo así nos molesta, nos pone incómodos, las razones del otro. Nos preguntamos, por ejemplo, qué clase de morones pueden politizar el uso de mascarillas en el salón de clases si el hecho inescapable es que anda suelto por lo largo y ancho del planeta un virus respiratorio para que el ser humano todavía no tiene defensas en su sistema inmunológico. Lo que fallamos en entender es que quienes se oponen a las mascarillas viven en un mundo ideológico e informativo alterno que está en guerra contra un Estado que busca arrebatar la libertad individual y que ha convertido la mascarilla, la vacuna e, incluso, la pandemia, en nuevas armas para alcanzar su nefario propósito.

No es que tengamos que darles la razón a los que viven de teoría conspirativa en teoría conspirativa. Es que debemos prestar atención porque Estados Unidos está en riesgo de pasar de un enfrentamiento entre visiones irreconciliables a un conflicto armado.

Aunque buena parte de este debate nos parezca en Puerto Rico absurdo, aunque la inmensa mayoría de nuestro pueblo vea que es un disparate plantear que existe un derecho constitucional a comprar un rifle en la misma tienda donde compramos la pasta de dientes, una guerra civil en Estados Unidos nos va a afectar de manera inimaginable. Ni siquiera tenemos que esperar a una guerra civil. En el Puerto Rico del siglo XXI, todos tenemos familia en Estados Unidos. Y muchos habitan en ciudades y pueblos en riesgo de tiroteos en escuelas y centros comerciales.

Andábamos mal y desde el jueves estamos peor. Porque este problema de habitar en realidades irreconciliables no es nada más que de Estados Unidos.

En Ucrania hay guerra porque dos realidades chocaron. En una, Vladimir Putin se cansó de que Occidente intervenga en territorios que le pertenecieron a la Madre Rusia; territorios que se supone sean parte de su esfera de influencia. Para Putin, los enemigos están poniendo en peligro la existencia del pueblo ruso y por eso tomó la decisión de revertir este estado de cosas justo cuando Occidente posaba sus garras en la parte más sagrada de los territorios perdidos de la Santa Madre Rusia: Ucrania.

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A esta visión se oponía otra bastante color de rosa. En ella, Europa se liberó del oprobioso yugo comunista y ahora todos son una sola cosa: europeos. Y como todos son europeos, todos tienen igual derecho a integrarse a Europa Occidental bajo un solo sistema económico, político y militar. A través de esta integración, todos vivirán felices, prósperos y en paz. Ucrania tiene derecho a ser parte de ese mundo feliz. Rusia, en lugar de oponerse, debería imitarla. La idea de una Rusia bajo amenaza está en parte anclada en la realidad y en parte basada en fantasías de grandeza, nostalgias imperiales y prejuicios.

No nos engañemos, Putin no es un demócrata pero nunca hubiese lanzado un ataque así contra Ucrania si sus ideas no fuesen compartidas por una parte importante de la sociedad rusa. Rusia y Ucrania tienen un origen común. Ambos países son de mayoría cristiano-ortodoxa y hablan idiomas muy similares. Pero la historia entre ambos países es muy compleja y trágica. Ucrania no es una extensión de Rusia ni existe para la protección rusa.

La visión de paz, prosperidad y democracia a través de la integración europea también está parcialmente anclada en la realidad. Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania formaron parte del mundo soviético y hoy son miembros de la Unión Europea. Varios de estos países tienen democracias representativas ejemplares y una prosperidad similar a la de Europa occidental. Además, y de vital importancia para entender la guerra contra Ucrania, todos son miembros de la Organización del Atlántico Norte, la OTAN.

La OTAN fue creada como la alianza militar con la que Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental iban enfrentar la amenaza de la Unión Soviética y de sus estados satélites. Al desaparecer el campo socialista, la membresía de la OTAN quedó, en teoría, abierta a toda Europa, incluso a la mismísima Rusia.

Rusia siempre se ha opuesto a esta expansión de la OTAN. El artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, la carta fundacional de la OTAN, dispone que un ataque contra uno es un ataque contra todos y todos tienen que salir en defensa del agredido. Para Putin, cada expansión de la OTAN ha representado un riesgo mayor a la seguridad de Rusia. En parte porque las relaciones entre Rusia y muchas exrepúblicas soviéticas son tensas y en parte porque Putin vive en un mundo alternativo más anclado en los zares Iván, el Terrible, y Pedro, el Grande, que en el siglo XXI.

En el año 2008, Georgia, otra exrepública soviética, celebró un referéndum en el que más del 70 por ciento de la población favoreció la entrada del país a la OTAN. En respuesta, Putin la atacó y le quitó un pedazo de territorio. Los planes de expandir la OTAN a Georgia terminaron en nada.

En el año 2014, miles de manifestantes ucranianos lograron la salida del presidente prorruso Víktor Yanukóvich. En respuesta, Putin ocupó Crimea, una península de una gran importancia estratégica y de mayoría ruso parlante, Además, prestó auxilio -o, quizás, organizó- a los grupos prorrusos que se levantaron en armas y crearon las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, en el oriente ucraniano.

Desde el año 2008, Ucrania ha mostrado interés en ser miembro de la OTAN. En el 2017, el gobierno de Kiev declaró esa adhesión una prioridad. La oposición de Putin a la entrada de Ucrania a la OTAN ha sido una constante. En enero, Putin pasó de las palabras a movilizar su ejército alrededor de Ucrania. En el proceso, también derribó lo que le quedaba de soberanía a Bielorrusia. El jueves, comenzó una invasión que parece sacada de un manual escrito por Hitler. Ucrania es un estado soberano. Ningún país tiene poder de veto sobre un estado soberano. Si la mayoría del pueblo ucraniano quiere acercarse a Europa, si quiere formar parte de la alianza militar de Occidente, nadie debería oponerse. Es lo que dice el derecho internacional. Es la promesa que surgió de la destrucción y el sufrimiento infligido por la Alemania nazi y el Japón imperial sobre decenas de millones de seres humanos.

Dos mundos irreconciliables estallaron el jueves en una guerra que no compara con las invasiones de la Unión Soviética a Hungría y a Checoslovaquia sino con las agresiones de la Alemania nazi. El pueblo ucraniano paga hoy con su sangre el desencuentro.

Estados Unidos y Europa han dejado sola a Ucrania mientras Rusia procura doblegarla. Sí les han enviado armas, sí han impuesto sanciones contra Rusia, pero no están dispuestos a poner en riesgo la vida de sus soldados en una guerra contra la segunda potencia militar en el mundo. Estados Unidos y Europa saben que un conflicto armado contra Rusia requiere sacrificios como los de la Segunda Guerra Mundial. Eso es una guerra total. En ella, las urgencias de la guerra tienen prioridad sobre todo lo demás. Las industrias existen para fabricar armas y equipo militar. El servicio militar vuelve a ser obligatorio. Las tropas tienen prioridad en los alimentos y artículos de primera necesidad. El resto de la población sufre racionamientos. El transporte marítimo se militariza.

Las guerras en Corea, Vietnam, Afganistán e Irak no fueron guerras totales. La Segunda Guerra Mundial sí lo fue.

En Estados Unidos y en Europa no hay apetito para pelar una guerra así y carecen ahora mismo de la cohesión interna necesaria para movilizar rápidamente a sus sociedades hacia una guerra total. Esta debilidad también explica la decisión de Putin. Además, no olvidemos que una guerra contra Rusia se peleará bajo la amenaza constante de que de un momento a otro escale a un conflicto nuclear.

Por eso, los gritos de Ucrania son hoy los gritos del silencio.

Aunque quisiéramos, Puerto Rico no puede permanecer aislado a lo que pasa en el mundo. Posiblemente ningún país pueda estar aislado en este siglo XXI donde la información excede la capacidad humana de asimilarla.

Incluso para aquellos que prefieran hacerse de la vista larga y seguir con sus vidas como si no pasara nada, la realidad más tarde o más temprano los va a alcanzar. Somos una colonia y cada compromiso que asuma Estados Unidos, cada guerra que libre, tendrá consecuencias aquí, aunque no nos guste.

El autor es periodista y maestro de Español.

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