PUERTO PRÍNCIPE, Haití (AP) — En una mañana reciente en un hospital en el corazón del territorio de pandillas en la capital de Haití, una mujer empezó a convulsionar y después se quedó inerte mientras un médico y dos enfermeras trataban de salvarla.
Le colocaron electrodos en el pecho y pusieron en marcha una máquina de oxígeno, sin despegar la vista de una pantalla que mostraba un nivel de oxígeno peligrosamente bajo de oxígeno del 84%.
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Nadie sabía qué le pasaba.
Aún más preocupante, el hospital de Médicos Sin Fronteras en la barriada de Cite Soleil se estaba quedando sin un medicamento crucial para tratar las convulsiones.
“La medicación que necesita, apenas tenemos”, dijo la doctora Rachel Lavigne, médico del grupo humanitario.
Es una escena habitual que se repite a diario en hospitales y clínicas de Puerto Príncipe, donde los medicamentos y el equipamiento que salvan vidas escasean o directamente faltan, mientras las brutales pandillas estrechan su control sobre la capital y más allá. Han bloqueado carreteras, forzado el cierre del principal aeropuerto internacional a principios de marzo y paralizado las operaciones en el puerto marítimo más grande del país, donde los contenedores llenos de suministros cruciales siguen bloqueados.
“Todo se desmorona”, dijo Lavigne.
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Hace mucho que el sistema de salud de Haití es frágil, pero ahora se acerca al colapso total después de que las pandillas lanzaran ataques coordinados el 29 de febrero contra infraestructura crítica en la capital y otros lugares.
La violencia ha obligado a cerrar varios centros médicos y de diálisis, incluido el hospital público más grande del país. El Hospital de la Universidad Estatal de Haití, en el centro de Puerto Príncipe, iba a reabrir el 1 de abril cuando comenzó el ataque, pero las pandillas se han infiltrado en el lugar.
Una de las pocas instituciones que siguen operativas es el Hospital Universidad Paz, situado al sur del aeropuerto clausurado. Entre el 29 de febrero y el 15 de abril, el hospital atendió a unos 200 pacientes con heridas de bala, y sigue sin tener camas libres.
“Necesitamos combustible urgentemente porque operamos con generadores. De lo contrario, corremos el riesgo de cerrar nuestras puertas”, dijo en un comunicado el director del hospital, el doctor Paul Junior.
Más de 2.500 personas murieron o resultaron heridas en Haití entre enero y marzo, un incremento de más del 50% en comparación con el mismo periodo del año anterior, según un reporte reciente de Naciones Unidas.
Incluso si un hospital está abierto, a veces hay poco o ningún personal médico porque la violencia de las pandillas estalla a diario en la ciudad, lo que obliga a médicos y enfermeras a quedarse en casa o darse la vuelta si encuentran cortes de carretera manejados por hombres fuertemente armados.
El caos ha dejado con pocas o ninguna opción a un creciente número de pacientes de cáncer, sida u otras enfermedades graves. Los pandilleros también saquean y prenden fuego a farmacias en el centro de la capital.
La propia Médicos Sin Fronteras se ha quedado sin muchos medicamentos utilizados para tratar la diabetes y la hipertensión, y no hay inhaladores de asma para prevenir ataques letales en la capital, dijo Lavigne.
En el hospital de MSF, el personal médico intentó hace poco salvar a un niño con un grave ataque de asma dándole oxígeno, explicó. Eso no funcionó, ni tampoco ninguna medicación. Finalmente le inyectaron adrenalina, que se utiliza en emergencias para tratar el choque anafiláctico.
“Improvisamos y hacemos todo lo que podemos por la gente que hay aquí”, dijo Lavigne.
La salud de la gente está empeorando porque la medicación que necesitan para sus problemas crónicos no está disponible, advirtió el coordinador de proyecto de MSF, Jacob Burns.
“Se vuelve grave y entonces se quedan sin opciones”, dijo. “Para algunas personas, ahora mismo hay muy, muy pocas opciones”.
Pese a la urgente necesidad de atención médica, el hospital de Médicos Sin Fronteras en Cite Soleil se ha visto obligado a reducir el número de pacientes externos a los que atiende de 150 a 50 al día, dijo Burns, aunque se atienden todas las urgencias.
Decenas de personas hacen fila ante el hospital cada día y se arriesgan a ser baleadas por pandilleros que controlan la zona mientras esperan a recibir asistencia médica.
Todo el mundo puede entrar en el complejo del hospital, pero el personal médico hace un triaje para determinar qué 50 personas serán atendidas. A los que tienen necesidades menos urgentes se les pide que regresen otro día, dijo Burns.
El viernes por la mañana, Jean Marc Baptiste, de 51 años, entró en la sala de urgencias con un vendaje ensangrentado en la mano derecha. Dijo que policías en un vehículo blindado le habían disparado el día anterior cuando recogía madera para vender como leña en una zona controlada por pandillas.
Una vez dentro, las enfermeras retiraron el vendaje para mostrar una gran herida en su dedo pulgar mientras él lloraba de dolor. Lavigne le dijo que necesitaba un cirujano plástico, que el hospital no tiene, y pidió una radiografía para asegurar que no había fractura.
De media, por el hospital Cite Soleil pasan tres heridos al día, pero en ocasiones puede llegar a los 14, según el personal.
Hace poco llegaron cinco heridos de bala tras pasar la noche en un hospital público que no podía moverse por los intensos disparos, explicó Burns.
“Hace mucho que Cite Soleil era el epicentro de la violencia”, dijo. “Y ahora la violencia está tan extendida que se ha convertido en un problema para todos”.