A medida que el planeta se calienta debido al cambio climático provocado por el hombre, muchos tienen cada vez más dificultades para conseguir agua dulce para beber, cocinar y limpiar.
Esto se debe a que el calentamiento global causa patrones de lluvia erráticos, calor extremo y periodos de sequía, que se suman a las décadas de mala gestión del agua y a las políticas extractivas en todo el mundo. Naciones Unidas estima que alrededor de 2.200 millones de personas no tienen acceso a agua potable segura.
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En el Día Mundial del Agua, periodistas de The Associated Press en todo el mundo entrevistaron a algunas de las personas que luchan para obtener agua potable.
Justina Flores, una abuela de 50 años, vive en un suburbio en las colinas de Lima, Perú, sin agua corriente. Con parte del agua que recibe del gobierno, lava a mano la ropa de su familia de seis y luego la reutiliza para bañar al perro o la arroja al piso para impedir que se levante polvo y que entre a la casa.
El gobierno de Perú suministra agua potable a 1,5 millones de sus habitantes más pobres, como Flores, que viven en las colinas. Los enormes camiones cisterna llenos de agua suben por las empinadas carretas y la escasez de este recuso suele provocar conflictos entre los vecinos.
Flores se esfuerza por utilizar la menor cantidad de agua posible en todas sus actividades cotidianas. Tiene una vieja lavadora, pero afirma que a mano puede ahorrar unos 45 litros (12 galones) por lavado.
La familia recibe alrededor de 3.000 litros (790 galones) para lavar, cocinar y limpiar cada semana, mientras que en San Isidro, la zona más rica de la capital, una familia de igual tamaño usa un promedio de 11.700 litros (3.090 galones) de agua corriente por semana, de acuerdo con los datos oficiales.
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Flores ha trabajado en casas de familias ricas desde que era una niña, por lo que ha visto esa disparidad de primera mano.
“En esas casas te puedes bañar tantas veces como quieras. Aquí, como mucho, dos veces por semana", dijo mirando por la ventana a los edificios que cubren las laderas.
En el vasto archipiélago de Indonesia, el acceso al agua potable es dudoso, también en su ciudad más desarrollada, Yakarta, donde viven más de 10 millones de personas.
Desde que era un niña, Devi Putri Eka Sari, que a sus 37 años es madre de tres hijos, ha tenido que comprar agua a los vendedores que recorren las estrechas calles pavimentadas de su vecindario de case obrera, incluso después de que el gobierno instaló tuberías y bombas para extraer agua del subsuelo.
El suministro del gobierno no es fiable, dijo: a veces cuando abre el grifo no caen más que unas gotas. Pero aunque fluyera con regularidad, no se atrevería a beberla.
“No es sana. Está llena de bacterias que te hacen enfermar", apuntó. “Huele a piscina, a productos químicos".
Su temor a las bacterias no es infundado. Siete de cada 10 hogares indonesios consumen agua potable contaminada con E. coli, según la Organización Mundial de la Salud.
En su lugar, Sari, como millones de indonesios más en todo el país, compra agua en grandes recipientes rellenables o en botellas de plástico de un solo uso. Son fáciles de encontrar, pero generan grandes cantidades de basura en las vías fluviales de las ciudades, ya de por sí atestadas de plástico.
“Esto es lo que he hecho toda mi vida", afirmó. “Es la opción que tenemos”.
Mimoun Nadori se agacha para sumergir la mano en el río y probar el agua junto a las arboledas donde su familia cultiva desde hace tiempo frutas y verduras en sus granjas del norte de Marruecos.
Hace una mueca. Está salada. Pero antes no era así.
“Todo era verde", recuerda. “Bebíamos del río y nos lavábamos con el río. Hacíamos vida con él”.
Pero la disminución de las lluvias y el aumento de las represas y la extracción río arriba hacen que el cauce del río Moulouya tenga menos agua, amenazando el sustento de agricultores como Nadori. Donde antes el río fluía desde las montañas hacia el Mediterráneo, ahora está estancado, lo que permite que el agua del mar avance tierra a dentro y convierta el agua, que antes una fuente de vida, en un veneno mortal.
Nadori empezó a importar agua para su explotación avícola luego de que sus vacas, que solían beber en el río, fallecieron. No sabía que el agua era salobre, ni que los animales la tomaban, hasta que acabaron muertas.
La sobreexplotación del río también ha aumentado la presión sobre las reservas de agua subterráneas ya que agricultores como Nadori — además de los del otro lado de la cercana frontera de Argelia — excavan más pozos para compensar la pérdida del antiguo suministro.
“No vamos a mentir y decir que el motivo son solo los humanos o la sequía, son ambos", apuntó. “No sabemos utilizar el agua y derrochamos mucha”.
Hubo un tiempo en el que el agua en la piscina de Fred y Robin Imfeld brillaba en los calurosos días de verano y sus jardines estaban repletos de plantas.
Pero hace dos años, el pozo que abastecía a su vivienda en Corning, una zona rural de California, se secó por primera vez en 40 años. Ahora la piscina está vacía y sus árboles están teñidos de óxido.
En toda California, los pozos domésticos se han secado a niveles de récord en los últimos años debido a la sequía y al exceso de extracciones, lo que provocó un descenso en el nivel de las aguas subterráneas. La pareja quiere perforar un pozo nuevo y más profundo, pero su costo es muy elevado, unos 25.000 dólares.
Ahora dependen del suministro de agua financiado por el estado. Dos veces al mes, rellenan un tanque de 9.463 litros (2.500 galones) ubicado en el exterior de su garaje para ducharse y lavar los platos y la ropa. Además, cada dos semanas reciben 113 litros (30 galones) de agua potable para cocinar y beber.
Cuando necesitan más, Fred acarrea agua como hizo durante siete meses cuando se secó el pozo, antes de tener el depósito. Carga su camioneta con recipientes, recorre casi cinco kilómetros (tres millas) hasta la casa de un amigo y los llena de agua.
“Estamos agotados emocionalmente por el pasado, tratando de lidiar con (el agua) y preocupados por lo que viene y por a dónde vamos a llegar a partir de aquí", señaló Fred.
Joyce Mule solía caminar unas dos horas para encontrar agua. En su rocoso poblado de montaña en el condado de Makueni, en el seco sureste de Kenia, es un bien muy escaso. Hay poca agua canalizada y pocas alternativas fiables.
Una de las técnicas que empleaba para conseguirla era a través de agujeros en los lechos arenosos de los ríos. Para ello, la gente cavaba en la arena y el agua retenida en los espacios porosos se filtraba hasta el agujero. El método todavía es popular en el sureste del país.
Pero en 2012, ella y sus vecinos decidieron abordar el problema adoptando un sistema de captación en piedra, un método para recoger el agua de lluvia en afloramientos permeables a través de gigantescas rocas naturales que se alzan cientos de metros (pies) sobre el suelo. Mule recoge agua allí unas cinco veces al día y tarda alrededor de media hora en llevarla a casa.
La tecnología es sencilla: los aldeanos construyen un muro de concreto alrededor de la roca para atrapar el agua de la lluvia. Colocan grandes piedras para filtrarla y una tubería para bajarla hasta los depósitos de almacenamiento. El agua recogida en la roca llega al tanque a través de la tubería y luego a un punto de recolección donde los residentes la sacan de grifos.
Está contenta porque está cerca, siempre hay disponible y es agua limpia. Como resultado, sus árboles producen más fruto y sus vacas dan más leche.
“Antes pensábamos que estas piedras no valían nada, pero ahora vemos los beneficios", afirmó.
Ramkrishan Malawat, de 52 años, recuerda cuando el agua subterránea estaba a apenas 21 metros (70 pies) de la superficie y el caudaloso río que discurría a 10 kms (6 millas) de su granja en Bawal, cerca de Nueva Delhi, proporcionaba abundante agua.
Pero ahora el río se ha secado y el agua está a 76 metros (250 pies) de profundidad. “Estamos obligados a cavar más hondo cada año que pasa", dijo. Malawat tiene un pozo de sondeo del que extrae agua para sus cultivos: mostaza, maíz y varios mijos.
Cuanto más profundo, más sucia está el agua, afirmó, ya que “el nivel de contaminación por fluoruro y otros químicos se incrementa".
India es el mayor extractor de aguas subterráneas del mundo y bombea más agua que Estados Unidos y China juntos, según la ONU.
La extracción para la agricultura, la construcción y otras necesidades, junto a cambios climáticos como la irregularidad de las lluvias y el calor extremo, hacen que el nivel de las reservas subterráneas baje de forma drástica en todo el país.
“Aquí hay tanta construcción que cuando llueve el agua se va", en lugar de filtrarse y rellenar las reservas, apuntó Malawat. Bawal es más conocido por su industria automotriz que por la agricultura.
“A veces me preocupa que en 10 o 15 años, no quede agua buena disponible para cultivar en mi pueblo", dijo.