El papa Francisco bautizó a 16 bebés el domingo en la Capilla Sixtina bajo los frescos de Miguel Ángel, en lo que se ha convertido en una tradición anual hacia el final de las navidades en el Vaticano.
Entre los bebés que llevaron los padres al pontífice había un niño y una niña que eran mellizos.
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Francisco utilizó una pieza con forma de concha para verter agua bendita sobre la cabeza de cada bebé y pronunció sus nombres. Como ha hecho en otros bautizos, Francisco evitó una larga homilía. Señaló que los bebés estaban tranquilos en ese momento, pero que a menudo uno comenzaba a llorar y después los demás se sumaban.
Eso no ocurrió en la ceremonia de este año, y en general los pequeños se mantuvieron en silencio mientras succionaban chupetes o eran mecidos con cuidado por sus padres.
Algunos de los bebés vestían largos faldones tradicionales de encaje, mientras que otros llevaban overoles. Un niño llevaba una corbata azul y otro calcetines azules.
Hacia el final de la ceremonia, Francisco dijo a los padres que el día del bautizo es “como un cumpleaños”. Les instó a asegurarse de que sus hijos conocen la fecha de su bautizo, el día “en el que se hicieron cristianos” y a celebrar esa fecha cada año.
Cada familia recibió una larga vela blanca. “Mírenla en los momentos difíciles”, dijo el papa. “Esta vela nos lleva a nuestras raíces cristianas: no la apaguen nunca en sus corazones”.
Antes de abandonar la capilla en una silla de ruedas acompañado por un asistente, Francisco acarició las mejillas o cabezas de los bebés. Le lanzó un beso al hermano de uno de los recién bautizados.