El polvo lunar que recogieron los astronautas del Apollo 17 en la década de 1970 reveló que la Luna es 40 millones de años más antigua de lo que se creía.
Tras alunizar el 11 de diciembre de 1972, los astronautas de la NASA, Eugene Cernan y Harrison Schmitt, recogieron rocas y polvo de la superficie lunar. Un nuevo análisis de esa muestra detectó cristales de circón y determinó que tenían 4.460 millones de años. Los cálculos anteriores estimaron que la Luna, formada por una colisión celeste masiva, tenía 4.425 millones de años.
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Resultados del análisis
La investigación arrojo unos resultados que se publicaron en la revista académica, Geochemical Perspectives Letters.
“Estos cristales son los sólidos más antiguos hasta ahora conocidos que se formaron tras el impacto gigante. Y como sabemos la antigüedad de estos cristales, sirven de anclaje para la cronología lunar”, afirmó en un comunicado Philipp Heck, autor principal del estudio y conservador Robert A. Pritzker de Meteorología y Estudios Polares del Museo Field de Historia Natural de Chicago.
El inicio
Los primeros días de nuestro sistema solar, cuando la Tierra aún estaba formándose y creciendo, fueron caóticos, con cuerpos rocosos que colisionaban a menudo en el espacio. Según los investigadores, en esa época, hace más de 4.000 millones de años, un objeto del tamaño de Marte chocó contra la Tierra, arrojando un gran trozo rocoso que se convirtió en la Luna. Pero los científicos han tenido dificultades para determinar con precisión la fecha de este acontecimiento crucial.
La energía del impacto del objeto del tamaño de Marte contra la Tierra fundió la roca que acabaría formando la superficie lunar.
“Cuando la superficie quedó fundida de esa manera, los cristales de circón ya no podían formarse y perdurar. Por tanto, los cristales de la superficie lunar debieron formarse después de que se enfriara el océano de magma lunar”, explica Heck, que también es director del Negaunee Integrative Research Center del museo y profesor del departamento de Ciencias Geofísicas de la Universidad de Chicago.
“De lo contrario, se habrían fundido y sus firmas químicas se habrían borrado”, agregó Heck.