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Cada vez más jóvenes en Estados Unidos hacen a un lado la universidad

La inscripción universitaria a pregrado o licenciatura disminuyó un 8% de 2019 a 2022

Archivo - Celebración de los exámenes MIR, en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, a 29 de enero de 2022, en Madrid (España). Jesús Hellín - Europa Press - Archivo (Jesus Hellin 2022/Europa Press)

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Cuando pensaba en el futuro, Grayson Hart siempre veía un título universitario. Él era un buen estudiante en una buena escuela secundaria. Quería ser actor o quizá profesor. Al crecer, pensaba que la universidad era el único camino hacia un buen empleo, estabilidad y una vida feliz.

La pandemia lo hizo cambiar de opinión.

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Un año después de terminar la secundaria, Hart dirige un programa de teatro para jóvenes en Jackson, Tennessee. Fue aceptado en todas las universidades a las que presentó solicitud, pero las rechazó todas. El costo fue un factor importante, pero un año de aprendizaje remoto también le dio el tiempo y la confianza para forjar su propio camino.

“Éramos muchos en la pandemia; teníamos una especie de actitud de tipo ‘hágalo usted mismo’, como ‘Oh, yo puedo resolver esto’”, explica. “¿Por qué quiero invertir todo el dinero para obtener un papel que realmente no me va a ayudar con lo que estoy haciendo en este momento?”.

Hart se encuentra entre los cientos de miles de jóvenes que alcanzaron la mayoría de edad durante la pandemia y que decidieron hacer a un lado el camino universitario tradicional. Muchos han recurrido a trabajos por hora o carreras que no requieren un título, mientras que otros se han visto desalentados por el alto costo de la matrícula y la perspectiva de una deuda estudiantil.

Lo que primero parecía una incidencia pasajera por la pandemia se ha convertido en una crisis. A nivel nacional, la inscripción universitaria a pregrado o licenciatura disminuyó un 8% de 2019 a 2022, con descensos incluso después de regresar a clases presenciales, según datos de la National Student Clearinghouse, una organización no gubernamental sin fines de lucro de investigación y análisis relacionados con la educación.

La caída en la tasa de asistencia a la universidad desde 2018 es la más pronunciada registrada, según la U.S. Bureau of Labor Statistics (Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos).

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Los economistas dicen que el impacto puede ser grave.

En el peor de los casos, podría señalar a una nueva generación con poca fe en el valor de un título universitario. En el menor, parece que quienes decidieron no asistir a la universidad durante la pandemia optan por no hacerlo nunca. La predicción de que se inscribirían después de uno o dos años no ha ocurrido.

El tener menos graduados universitarios podría empeorar la escasez de trabajadores en campos que van desde el cuidado de la salud hasta la tecnología de la información. Para quienes renuncian a la universidad, generalmente significa menores ingresos de por vida: 75% menos en comparación con quienes obtienen títulos de licenciatura, según el Center on Education and the Workforce (Centro sobre la Educación y la Fuerza Laboral) de la Universidad de Georgetown. Y cuando la economía se deteriora, es más probable que quienes no tienen títulos universitarios pierdan sus empleos.

“Es una propuesta bastante peligrosa para la fortaleza de nuestra economía nacional”, advierte Zack Mabel, investigador de Georgetown.

En decenas de entrevistas con The Associated Press, educadores, investigadores y estudiantes describieron una generación apática y harta de las instituciones educativas.

En gran parte abandonados por su cuenta durante el aprendizaje remoto, muchos consiguieron trabajos de medio tiempo. Algunos sentían que no aprendían nada y la idea de cuatro años más de escuela, o incluso dos, era poco atractiva.

A su vez, la deuda estudiantil de la nación se disparó. El tema ha cobrado gran importancia en la mente de los jóvenes estadounidenses mientras el presidente Joe Biden presiona para que se cancele buena parte de esa deuda, un esfuerzo que la Corte Suprema parece estar a punto de bloquear.

Cuando era menor de edad, Hart soñaba con ir a Penn State para estudiar teatro musical. Su familia alentó su idea de ir a la universidad y asistió a una escuela secundaria cristiana privada donde eso es una expectativa común.

Pero cuando las clases se transformaron en instrucción en línea, pasó más tiempo en actividades creativas. Tuvo una nueva sensación de independencia y el estrés de la escuela se desvaneció.

“Pensé, ‘OK, ¿qué es esta cosa que no está en mi espalda constantemente?’”, afirmó Hart. “Puedo hacer cosas que puedo disfrutar. También puedo hacer cosas que son importantes para mí. Y me relajé más en la vida y disfruté la vida”.

Empezó a trabajar en una tienda de batidos de frutas y se dio cuenta que podía ganar un sueldo fijo sin un título. Para cuando se graduó, había dejado atrás sus planes universitarios.

Eso ocurrió tanto en escuelas públicas como en privadas. Algunos consejeros y directores estaban impactados al ver a los graduados acudir en masa a empleos en los almacenes de Amazon o buscar ingresos en la economía de los trabajos temporales o de medio tiempo.

El cambio ha sido marcado en Jackson, donde sólo cuatro de cada 10 graduados de escuelas secundarias públicas del condado ingresaron de inmediato a la universidad en 2021, frente a seis de cada 10 en 2019. Esa caída es mucho más pronunciada que el promedio nacional, que disminuyó del 66% al 62%, según la Oficina de Estadísticas Laborales.

Los líderes de Jackson dicen que los jóvenes aceptan empleos en restaurantes y tiendas minoristas que pagan más que nunca. Algunos son contratados por empresas de manufactura que han aumentado fuertemente los salarios para cubrir la escasez.

“Los estudiantes no parecen poder resistir los bonos al firmar (un contrato) y los salarios que superan con creces todo lo que han visto antes”, asegura Vicki Bunch, directora de desarrollo de fuerza laboral de la cámara de comercio de Jackson.

En todo Tennessee, hay una preocupación creciente de que la caída se acelerará con la apertura de varias plantas de manufactura nuevas. La más grande es una planta de Ford de 5.600 millones de dólares cerca de Jackson, que producirá baterías y camionetas eléctricas. Promete crear 5.000 puestos de trabajo y su construcción ya atrae a trabajadores jóvenes.

Daniel Moody, de 19 años, fue contratado para trabajar en la plomería de la planta después de graduarse de una escuela secundaria de Memphis en 2021. Ahora que gana 24 dólares por hora, le da gusto haber decidido no asistir a la universidad.

“Si hubiera entrado a la universidad después de la escuela, estaría completamente quebrado”, explica. “El dinero que estamos ganando aquí, no lo vas a ganar mientras tratas de estudiar en la universidad”.

La tasa de asistencia a la universidad en Estados Unidos estaba generalmente en aumento hasta que la pandemia revirtió décadas de avances. Las tasas cayeron incluso cuando aumentó la población de graduados de las escuelas secundarias del país, y a pesar de la agitación económica, que generalmente motiva a más personas hacia la educación superior.

En Tennessee, los funcionarios de educación emitieron un “llamado a la acción” tras descubrir que solo el 53% de los graduados de escuelas secundarias públicas se matricularon en la universidad en 2021, muy por debajo del promedio nacional. Fue una conmoción para un estado que en 2014 hizo que la universidad comunitaria fuera gratuita, lo que provocó un aumento en la tasa de asistencia a la universidad. Ahora está en su punto más bajo desde al menos 2009.

En busca de respuestas, los funcionarios de educación viajaron por el estado el año pasado y se enteraron de que el acceso fácil a empleos, junto con las preocupaciones por las deudas de los estudiantes, hicieron que la universidad fuera menos atractiva.

“Esta generación es diferente”, sostiene Jamia Stokes, directora sénior de SCORE, una organización educativa sin fines de lucro. “Son más pragmáticos sobre la forma en que trabajan, sobre la forma en que usan su tiempo y gastan su dinero”.

La mayoría de los estados aún recopila datos sobre las tasas universitarias recientes, pero las primeras cifras son preocupantes.

En Arkansas, la cantidad de nuevos graduados de secundaria que van a la universidad cayó del 49% al 42% durante la pandemia. En Kentucky cayó en una cantidad similar, al 54%. Los últimos datos en Indiana mostraron una caída de 12 puntos porcentuales de 2015 a 2020, lo que llevó al jefe de educación superior a advertir que “el futuro de nuestro estado está en riesgo”.

Aún más alarmantes son las cifras de estudiantes afroestadounidenses, hispanos y de familias de bajos ingresos, quienes tuvieron las mayores caídas en muchos estados. En la generación 2021 de Tennessee, sólo el 35% de los graduados hispanos y el 44% de los afroestadounidenses se inscribieron en la universidad, en comparación con el 58% de sus pares blancos.

Hay cierta esperanza de que lo peor ya pasó. La cantidad de estudiantes que se inscribió para ingresar a las universidades de Estados Unidos aumentó ligeramente de 2021 a 2022, pero esa cifra, junto con la inscripción universitaria total, sigue muy por debajo de los niveles prepandemia.

En el caos de la pandemia, muchos estudiantes pasaron desapercibidos, explica Scott Campbell, director ejecutivo de Persist Nashville (Persiste Nashville, una organización sin fines de lucro que ofrece asesoría universitaria).

Algunos estudiantes se atrasaron académicamente y no se sintieron preparados para ir a la universidad. Otros perdieron el acceso a consejeros y maestros que ayudan a realizar las solicitudes universitarias y navegar el complicado proceso de solicitar ayuda federal para estudiantes.

“Los alumnos sienten que las escuelas los han defraudado”, agrega Campbell.

En Jackson, Mia Woodard recuerda estar en su habitación mientras trataba de completar algunas solicitudes universitarias en línea. Nadie de su escuela le había hablado del proceso. Mientras revisaba los formularios, estaba segura de su número de Seguro Social, pero casi de nada más.

“Ninguno de ellos siquiera me mencionó nada relacionado con la universidad”, comenta Woodard, quien es birracial y se cambió de escuela secundaria para escapar del acoso racista. “Podría ser porque no creyeron en mí”.

Dice que nunca recibió respuesta de las universidades. Se pregunta si debe culpar a su wifi inestable o si simplemente no proporcionó la información correcta.

Un portavoz del sistema escolar de Jackson, Greg Hammond, dijo que este brinda varias oportunidades para que los estudiantes se expongan a la educación superior, incluida una feria universitaria anual para los de último año.

“Mia era una estudiante en riesgo”, explica Hammond. “Nuestros consejeros escolares brindan apoyo adicional para los alumnos de secundaria en esa categoría. No obstante, es difícil brindar planificación y asistencia postsecundaria a los estudiantes que no participan en estos servicios”.

Woodard, quien esperaba ser la primera de su familia en obtener un título universitario, ahora trabaja en un restaurante y vive con su padre. Busca un segundo empleo para tener lo suficiente para vivir sola. Solo entonces tal vez persiga su sueño de obtener un título en artes culinarias.

“Todavía es como un 50-50″, dijo sobre sus posibilidades.

Si hay un punto positivo, dicen los expertos, es que más jóvenes buscan programas educativos que no sean un título de cuatro años. Algunos estados ven una demanda creciente en la formación de aprendices en algunos oficios que generalmente brindan certificados y otras credenciales.

Después de una caída en 2020, la cantidad de nuevos aprendices en Estados Unidos se ha recuperado a niveles cercanos a los previos a la pandemia, según el Departamento de Trabajo.

Antes de la pandemia, Boone Williams era el tipo de estudiante por los que las universidades compiten por recibir. Tomó clases avanzadas y obtuvo las calificaciones más altas. Creció en torno a la agricultura y pensó en asistir a la universidad y estudiar Ciencias Animales.

Pero cuando su escuela en las afueras de Nashville envió a los estudiantes a casa en su tercer año, se desconectó. En lugar de iniciar sesión para las clases virtuales, trabajó en granjas locales donde domó caballos y ayudó con el ganado.

“Dejé de esforzarme una vez que apareció el COVID”, manifiesta el joven de 20 años. “Me estaba enfocando en ganar dinero en lugar de ir a la escuela”.

Cuando un amigo de la familia le habló sobre los programas sindicales de entrenamiento y aprendizaje, aprovechó la oportunidad de que le pagaran por realizar un trabajo práctico mientras dominaba un oficio.

Hoy trabaja para una empresa de plomería y toma clases nocturnas en un sindicato de Nashville.

La paga es modesta, dice Williams, pero tarde o temprano espera ganar mucho más que sus amigos que aceptaron trabajos de compromiso a corto plazo después de la escuela secundaria. Incluso piensa que está mejor que algunos que fueron a la universidad: conoce a muchos que abandonaron la universidad o se endeudaron por títulos que nunca usaron.

“A la larga, voy a estar mucho más preparado que cualquiera de ellos”, afirma.

En Jackson, Hart dice que hace lo que ama y contribuye a la creciente comunidad artística de la ciudad. No obstante, se pregunta qué sigue. Su empleo paga lo suficiente para tener estabilidad, aunque no para mucho más. A veces piensa en Broadway, pero no tiene un plan claro para los próximos 10 años.

“Me preocupo por el futuro y cómo será para mí”, afirma. “Pero en este momento estoy tratando de recordarme a mí mismo que estoy bien donde estoy y daremos un paso a la vez”.

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