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“Todavía siento la misma perplejidad”: Daniel Fernández a un año de ser destituido como obispo de Arecibo

Fue destituido por supuestamente desobedecer al Santo Padre y por no tener comunión con los demás obispos de Puerto Rico.

Daniel Fernández Torres suministrada

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Al cumplirse un año de su despido, el destituido obispo de Arecibo, Daniel Fernandez Torres, expresó el jueves que sigue “perplejo”.

“Todavía siento la misma perplejidad que sentí cuando sorpresivamente se me pidió la renuncia y cuando, de modo atropellado, se ejecutó la remoción. Cumplido un año, reafirmo exactamente las mismas palabras del comunicado que hice público el 9 de marzo de 2022. En este tiempo he descubierto el sentido de ser testigo de las bienaventuranzas más que predicarlas. Al mismo tiempo, puedo compartir con ustedes algún pensamiento que ha ido fraguándose en mi interior en los pasados doce meses”, escribió Fernández Torres en una carta a sus seguidores y defensores.

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El papa Franciso lo destituyó como obispo de la Diócesis de Arecibo por supuestamente desobedecer al Santo Padre y por no tener comunión con los demás obispos de Puerto Rico.

“A mis hermanos y amigos que me han acompañado espiritualmente durante el pasado año:

“…Como un tejedor, devanaba yo mi vida y me cortan la trama” (Is 38, 12). A un año de haber sido “removido” de mi servicio pastoral como obispo de mi amada diócesis de Arecibo, Puerto Rico, comparto una breve reflexión con todos aquellos que me han estado acompañando espiritualmente.

Todavía siento la misma perplejidad que sentí cuando sorpresivamente se me pidió la renuncia y cuando, de modo atropellado, se ejecutó la remoción. Cumplido un año, reafirmo exactamente las mismas palabras del comunicado que hice público el 9 de marzo de 2022. En este tiempo he descubierto el sentido de ser testigo de las bienaventuranzas más que predicarlas. Al mismo tiempo, puedo compartir con ustedes algún pensamiento que ha ido fraguándose en mi interior en los pasados doce meses.

Constantemente han venido a mi memoria unas palabras de lo que se conoce como el Cántico de Ezequías (Is 38, 10-14. 17-20), que rezamos en la Liturgia de las Horas, y que he citado al comienzo de esta comunicación.

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Cuando en el año 1990 entré al Seminario lo hice lleno de ilusión y convencido de que Dios me llamó a servirle a la Iglesia por el resto de mi vida. Pero de pronto…”me cortan la trama” y quedo “removido”. De ahí que pueda hacer mías esas palabras del Cántico y que San Juan Pablo II magistralmente comentaba en una de sus Catequesis (Audiencia general del miércoles 27 de febrero de 2002). Decía él, refiriéndose al Cántico del rey Ezequías: “La vida humana es descrita con el símbolo, típico entre los nómadas, de la tienda: somos siempre peregrinos y huéspedes en la tierra. También se recurre a la imagen de la tela, que es tejida y puede quedar incompleta cuando se corta la trama y el trabajo se interrumpe (cf. Is 38,12)”.

Sobre esa realidad nos decía San Juan Pablo II: “El Señor no queda indiferente ante las lágrimas del que sufre y, aunque sea por sendas que no siempre coinciden con las de nuestras expectativas, responde, consuela y salva. Es lo que Ezequías proclama al final, invitando a todos a esperar, a orar, a tener confianza, con la certeza de que Dios no abandona a sus criaturas…”. Esa es mi invitación a todos los que me han acompañado en el dolor por la Iglesia que sufre escandalizada por algunos acontecimientos actuales, incluyendo el atropello personal desde el cual procuro seguir sirviéndola: esperar, orar y confiar.

El Papa Juan Pablo II concluye su Catequesis citando a San Bernardo que “aplicando a la vida de cada uno el drama vivido por el rey de Judá e interiorizando su contenido, escribe entre otras cosas: «Bendeciré al Señor en todo tiempo, es decir, de la mañana a la noche, como he aprendido a hacer, y no como los que te alaban cuando les haces bien, ni como los que creen durante cierto tiempo, pero en la hora de la tentación sucumben; al contrario, como los santos, diré: Si de la mano de Dios hemos recibido el bien, ¿por qué no debemos también aceptar el mal? (…) Así, estos dos momentos del día serán un tiempo de servicio a Dios, pues en la tarde habrá llanto, y en la mañana alegría. Me sumergiré en el dolor por la tarde para poder gozar de la alegría por la mañana»”.

Con esta sencilla reflexión quiero expresar mi agradecimiento a Dios y a todos los que han orado por mí y me han expresado su apoyo y cercanía durante este tiempo y que han sido tantos. Todo eso lo he recibido convencido de que son inmerecidos consuelos divinos”, reza la carta de Fernández Torres.

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