EN UNA CENTRAL ELÉCTRICA, Ucrania (AP) — Alrededor de algunos de sus apreciados transformadores —los que aún funcionan, zumbando debido a la alta tensión—, los trabajadores de una central eléctrica han construido escudos protectores utilizando bloques gigantes de hormigón, de manera que tengan más posibilidades de sobrevivir al próximo ataque con misiles rusos.
Las ventanas destrozadas de la sala de control de la central han sido tapadas con tableros de virutas aglomeradas y sacos de arena apilados, de modo que los operadores que atienden los mandos las 24 horas del día, los 7 días de la semana, supervisando indicadores, pantallas, luces y botones, corran menos riesgo de morir o resultar heridos por la metralla letal.
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“Mientras haya equipos que se puedan reparar, trabajaremos”, explica el director de la planta a la que un equipo de periodistas de The Associated Press tuvo acceso excepcional.
La AP no identifica la planta ni da su ubicación porque las autoridades ucranianas afirman que tales detalles podrían ayudar a los militares rusos. El director de la planta y sus trabajadores también se negaron a ser identificados con sus nombres completos, por la misma razón.
Debido a que la planta no puede funcionar sin ellos, los operadores han alistado chalecos blindados y cascos cuando regresen las mortíferas lluvias de misiles, a fin de que puedan permanecer en sus puestos. Otros trabajadores menos esenciales cuentan con un refugio antiaéreo.
Cada ataque aéreo ruso causa más daños, deja más cráteres y más agujeros en las paredes ya deterioradas por las explosiones, dejando más dudas sobre si los trabajadores de energía de Ucrania podrán mantener las casas iluminadas y calentadas durante mucho más tiempo en medio de las temperaturas bajo cero del invierno.
Y, sin embargo, contra viento y marea y a veces a costa de sus vidas, mantienen fluyendo la electricidad. Con valentía, dedicación, ingenio y unas existencias de piezas de repuesto cada vez más escasas, mantienen en pie unas centrales maltrechas.
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Cada vatio adicional de electricidad que logran introducir en la red eléctrica desafía la invasión de casi 11 meses ordenada por el presidente ruso, Vladimir Putin, y los esfuerzos de sus tropas para aprovechar el invierno como arma, sumergiendo a los ucranianos en el frío y la oscuridad.
En resumen, la electricidad significa esperanza en Ucrania y los trabajadores de la central no dejarán que la esperanza muera.
En sus mentes, la central es más que un lugar donde se genera energía. Después de décadas de cuidar sus entrañas con el chirrido de las turbinas y cables gruesos que zumban, la planta se ha vuelto algo que han llegado a amar y que desean desesperadamente mantener con vida. Les duele verla herida, lenta pero sistemáticamente, por los repetidos ataques rusos.
“La estación es como un organismo y cada órgano tiene algún significado, pero ya hay demasiados órganos dañados”, comenta Oleh, quien ha trabajado en la central durante 23 años.
“Me duele mucho ver todo esto. Esto es un sufrimiento inhumano. Llevamos esta estación en nuestros brazos como si fuera un niño”, añade.
Sucesivas oleadas de ataques con misiles rusos y drones explosivos desde septiembre han destruido o dañado aproximadamente la mitad del sistema eléctrico de Ucrania, según el gobierno. Los apagones continuos se han vuelto la norma en todo el país, con decenas de millones de personas tratando de arreglárselas ahora sólo con un servicio intermitente, a veces solo unas cuantas horas al día. Los cañoneos también obligaron a Ucrania a dejar de exportar electricidad a sus vecinos Eslovaquia, Rumania, Hungría, Polonia y Moldavia.
Rusia sostiene que los ataques van dirigidos a debilitar la capacidad de Ucrania para defenderse. Las autoridades occidentales afirman que los apagones perjudican a la población civil y constituyen un crimen de guerra.
La central que visitó el equipo de la AP ha sido golpeada repetidamente y está muy dañada. Todavía inyecta electricidad a miles de hogares e industrias, pero su producción ha bajado significativamente desde los niveles previos a la invasión, dicen sus trabajadores.
Todas las partes de la planta muestran cicatrices. En ella hay fragmentos de misiles dispersos, abandonados donde cayeron porque los trabajadores están demasiado ocupados para retirarlos. Dicen que sus familias los envían a sus turnos con las palabras: “Que Dios te cuide”.
Mykola sobrevivió a uno de los ataques. Empezó a trabajar en la planta hace 36 años, cuando Ucrania aún formaba parte de la Unión Soviética.
“Las ventanas estallaron instantáneamente y comenzó a salir polvo del techo”, recuerda. Para poder evaluar los daños de inmediato, se puso un chaleco blindado y un casco y se aventuró a salir al exterior en lugar de cubrirse en el refugio antibombas.
“Ya no tenemos miedo”, asegura Mykola. “Tenemos más miedo por el equipo que se necesita para proporcionar luz y calor”.
Los responsables de lanzar los misiles rusos parecen estar aprendiendo sobre la marcha, adaptando sus tácticas para causar más daño, comenta Oleh. Los misiles solían estallar a nivel del suelo, creando cráteres, pero ahora explotan en el aire y dañan zonas más amplias.
Tan pronto como no hay peligro, los equipos de reparación de la planta se ponen manos a la obra: un ciclo agobiante de destrucción y reconstrucción.
“Los rusos están atacando y nosotros estamos reconstruyendo, y ellos vuelven a cañoner y nosotros volvemos a reconstruir. Realmente necesitamos ayuda. No podemos manejarlo solos”, admite Oleh. “Lo restauraremos siempre que tengamos algo con que repararlo”.
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El periodista de The Associated Press John Leicester en París contribuyó para este reportaje