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Familias separadas por la migración: el sacrificio de amor de las dominicanas en P.R.

Decenas de miles de mujeres migrantes viven en Puerto Rico pero mantienen sus responsabilidades como “madres a distancia”, en un proceso con amplias repercusiones emocionales, familiares y legales

Casi seis de cada 10 mujeres dominicanas en Puerto Rico enfrentan las desventajas que implica no poseer la ciudadanía. (IGOR BARILO/Getty Images/iStockphoto)

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“Le dije a mi mamá que iba a salir con una amiga, que me cuidara la nena, que en ese entonces tenía un añito solamente. Y nos fuimos”.

Así, sin saber que sería la última vez que vería a su madre y sin una idea clara de lo que le depararía el futuro, más allá de la certeza de que haría lo que fuera por sostener a su familia, Amelia se separó de su bebé, Génesis (ambos nombres ficticios), para dar paso a la aterradora travesía hacia Puerto Rico por el canal de la Mona.

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Casi 17 años después, con dos hijos nacidos en Puerto Rico y tras una breve reunificación con Génesis que fue interrumpida por las complejidades de los procesos migratorios, la historia de Amelia es una que se repite entre las mujeres dominicanas, el grupo poblacional de migrantes más sustancial en el archipiélago.

Romelinda Grullón, la directora ejecutiva del Centro de la Mujer Dominicana, no titubea al responder que la “gran mayoría” de las mujeres quisqueyanas en Puerto Rico juegan el papel de “madres a distancia”. Es decir, aunque viven en Puerto Rico, dejaron en su país de origen a uno o más hijos, de quienes, usualmente, siguen siendo responsables de sostener económicamente.

58 %

—  De las personas dominicanas en Puerto Rico son mujeres.

“La gran mayoría de las personas que migran, especialmente las mujeres, son mujeres jóvenes, de 30 a 45 años en promedio más o menos. Son mujeres productivas, (en edades) reproductivas y rehacen su vida aquí con personas y tienen hijos e hijas. Entonces tienen hijos aquí y allá (en la República Dominicana) también”, expresó Grullón.

“Es bien doloroso tener que jugar ese papel de madre a distancia, de no estar con sus hijos e hijas. El proceso día a día de crianza… es bien doloroso y bien difícil, y muchas veces sin saber cuándo se van a poder reencontrar. Y después viene otro problema serio, que son esos reencuentros familiares que también traen otras cargas, otras situaciones bien fuertes”, puntualizó Grullón, quien cuenta con un bachillerato en psicología y una maestría en trabajo social.

Cuantificar de manera precisa las mujeres que viven en este escenario no es posible, toda vez que los datos oficiales subestiman dramáticamente la población dominicana que ha hecho de Puerto Rico su hogar.

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Por ejemplo, el informe “Población dominicana en Puerto Rico: características sociodemográficas y contrastes con la población puertorriqueña, 2015-2019″, publicado en abril por el Instituto de Estadísticas, estimó en 57,294 la cantidad de personas de origen dominicano en el país para el periodo analizado. Esta cifra, aunque sustancial –representa cerca del 2% de la población total en Puerto Rico y convierte a los dominicanos en el grupo extranjero más significativo–, no necesariamente provee un cuadro certero.

“Sabemos que son muchos más, y la evidencia es a través de las comunidades, de los lugares a los que uno va, de la cantidad de personas inmigrantes que hay, especialmente dominicanos. Si contabilizados había aparentemente 68,000, y eso era cuando estaba (la administración gubernamental de) Sila María Calderón, después de eso han pasado más de 20 años. Sabemos que en los censos es un problema serio contabilizar a las personas que están indocumentadas y más cuando se trata, como pasó en el censo anterior que estaba (el presidente) Donald Trump, que había mucha resistencia en hacerse contar porque no se sabía qué iba a pasar con esos datos”, dijo Grullón, quien estima que en Puerto Rico la cantidad de inmigrantes dominicanos puede rondar los 200,000.

Del informe del Instituto de Estadísticas, que toma datos de las Encuestas de la Comunidad que el Censo de Estados Unidos preparó para los años de 2015 a 2019, resalta que el 58% de las personas dominicanas en Puerto Rico eran féminas. Entre las mujeres, la tasa de pobreza fue de 54%, rebasando el 48% de los hombres.

El laberinto migratorio

Asimismo, de los estimados del Instituto de Estadísticas se desprende que, de las mujeres en Puerto Rico que nacieron en la República Dominicana, un 43% se había naturalizado como ciudadanas estadounidenses. Es decir, casi seis de cada 10 mujeres dominicanas en Puerto Rico enfrentan las desventajas que implica no poseer la ciudadanía.

Los datos se alinean con los hallazgos de la investigación “Mujeres inmigrantes y violencias de género en Puerto Rico: Narrativas de lucha”, un trabajo colaborativo entre el Centro de la Mujer Dominicana y la Escuela Graduada de Trabajo Social de la Universidad de Puerto Rico (UPR). De una muestra de 1,431 mujeres que procuraron servicios en el Centro de la Mujer Dominicana, el 51.6% tenía un estatus migratorio irregular.

Ese es el caso de Amelia, quien, desde su llegada a Puerto Rico en octubre de 2005, ha permanecido en el país bajo un estatus migratorio no definido, aunque actualmente, tras haber procreado dos hijos –ya adolescentes– en Puerto Rico y haberse casado con un ciudadano estadounidense, se encuentra intentando regularizar su permanencia.

Al momento, Amelia se encuentra a la espera de que la embajada estadounidense en la República Dominicana la cite a una entrevista tras la cual se determinaría si se le concede una visa de residente.

“Después de casi 20 años regresaría a mi país y, sinceramente, quiero ir y no quiero ir. Quiero ir porque mi hija está allá, pero no quiero ir porque no voy a encontrar nada de lo que yo dejé, porque no sé cómo voy a reaccionar cuando yo no encuentre a mi mamá. Sinceramente, no estoy preparada y tengo miedo de lo que pueda pasar allí. En ese lugar donde tú vas te hacen una entrevista de cinco minutos, de 15 minutos, y se decide si tu matrimonio es bueno o es malo. En 10 minutos tú no puedes saber si ese matrimonio es bueno o es malo, si es de verdad o de mentira. Yo tengo dos hijos ciudadanos americanos, pero eso no me asegura que yo regrese. Tengo un esposo ciudadano americano, pero eso no asegura que yo regrese”, reconoce Amelia.

El vínculo matrimonial con un ciudadano estadounidense es solo uno de los múltiples mecanismos a los que personas extranjeras pueden recurrir para reclamar la regularización de su estatus migratorio. El estatus migratorio de la persona extranjera, a su vez, es un elemento fundamental para determinar las posibilidades de que las autoridades permitan la entrada a territorio estadounidense de los hijos que permanecen en su país de origen.

“Esto va a depender mucho del estatus de mamá, y de cuándo mamá se casó con un ciudadano americano”, explicó Mariela García Amador, quien preside la Comisión Sobre los Derechos de los y las Inmigrantes del Colegio de Abogados.

“Si mamá es residente legal permanente, puede solicitar al menor (de 21 años), pero el menor no puede estar casado. Si (el menor) está casado la situación cambia, porque todos estos aspectos van a cambiar el tipo de categoría que se le estaría asignando a la petición de para la visa. Si mamá, sin importar el estatus migratorio, se casó con el padrastro ciudadano americano antes que el menor tuviese 18 años, el padrastro puede solicitar al menor directamente. Lo que no se puede hacer con visas de esposos, y esto es un mito que se escucha, es que mamá extranjera se case con un ciudadano y se asume que, cuando (el esposo) solicita a mamá, se solicitó al menor. El menor se tiene que solicitar independientemente”, puntualizó la experta en casos de inmigración.

Además de los llamados visados de familia, el gobierno estadounidense puede conceder permisos de residencia a inmigrantes que hayan sido víctimas de crímenes violentos o delitos de trata humana. De igual manera, un inmigrante que haya sido víctima de violencia a manos de un padre, hijo o cónyuge que tenga ciudadanía o estatus como residente legal puede solicitar la residencia permanente al amparo de la Ley de Violencia Contra las Mujeres (VAWA).

Aun ante los diversos escenarios que abren la puerta para la regularización del estatus migratorio, la abogada reconoció que, en la práctica, el ataponamiento en las solicitudes de visas y otras consideraciones burocráticas suelen mantener a las personas extranjeras en un limbo por años.

“Nada en inmigración es seguro. La ley de inmigración establece básicamente una cláusula zafacón que dice ‘bajo la discreción del ‘attorney general’ (secretario de Justicia) esto puede ser evaluado’. Habiendo dicho eso, por lo general las peticiones de padres a hijos o hijos a padre tienden, en su mayoría, a ser aprobadas”, dijo García Amador, al precisar que las respuestas a los casos de solicitud de ingreso de parientes que están en el extranjero demoran de seis meses a tres años una vez las autoridades concluyen que, en efecto, existe un vínculo familiar verdadero.

Como muchas otras mujeres dominicanas en el país, Amelia experimentó en carne propia actos de violencia de género perpetrados por el padre de su hija menor, nacida en Puerto Rico. El trabajo entre el Centro de la Mujer Dominicana y la UPR concluyó que esa es la norma: un 80% de las dominicanas sin estatus migratorio definido han sufrido agresiones físicas y hasta el 95% han sido objeto de violencia emocional.

“El papá de mi hija era un hombre maltratante. Yo soporté muchas cosas por mis hijos. Yo estaba embarazada y qué iba a hacer. En ese embarazo yo no trabajé, porque fue un embarazo totalmente riesgoso, no podía trabajar. Él era el que me ayudaba (económicamente), yo dependía de él y, al depender de él, dependía de su maltrato”, relató Amelia.

Los desafíos del reencuentro

Eventualmente, Amelia logró escapar del ciclo de violencia y seguir adelante con el cuidado de sus dos hijos en Puerto Rico, al tiempo que, a través de su trabajo como empleada doméstica, continuaba aportando económicamente en la crianza de Génesis, quien pasó por los hogares de varios familiares en la República Dominicana luego del fallecimiento de su abuela materna.

“Cuando mi hija tenía 14 años, ella conoció a unas amigas. Siempre le ha gustado estar en actividades y cosas del barrio. La amiga estaba en una fundación donde ayudaban a los niños y mi hija entró en esa fundación, donde iban a hacer un viaje a los Estados Unidos y ella fue escogida. Vino a la ONU (Organización de las Naciones Unidas), en Nueva York. Yo estaba tan emocionada porque la iba a ver por primera vez de nuevo, voy a mirar su cara, iba a tocar sus manos. Aunque sea por unos días, la iba a ver”, recuerda Amelia con la voz entrecortada. La mujer contó que, con el permiso de la fundación, Génesis viajó a Puerto Rico tras completar las actividades en Nueva York, con la condición de que luego regresara a la República Dominicana en cumplimiento con las condiciones del visado.

“Le hicimos una bienvenida, pero cuando tenía unos días en casa comencé a observar y vi que tenía un seno muy grande y otro muy pequeño. Era como si tuviera una copa más”, dijo Amelia.

Génesis fue intervenida con éxito para extirpar el tumor pero, en el proceso, la visa de seis meses que le permitía a su hija estar en territorio estadounidense expiró, dijo Amelia.”Ella me necesitaba a mí. Nadie se fijó en su cuerpecito. Yo no podía enviarla así (de regreso a la República Dominicana). Me casé con alguien, una persona extraordinaria que al final conocí en este país, alguien que de verdad llenaba mi vida, estaba con nosotros. Hacemos los trámites para hacer la petición para pedir a mi hija y pedirme a mí y poder legalizarnos en este país”, contó la madre.

“Pasó todo lo que ha pasado, la pandemia atrasó todo el asunto. Mi hija llegó el día de su cita (en la embajada estadounidense), viaja a Santo Domingo. Cuando ella llega allí a migración, con él, le preguntan tantas cosas que no podía responder, que cuánto tiempo duró el evento (por el que viajó a Estados Unidos), qué día entró… la pusieron tan nerviosa que no pudo responder todo lo que le preguntaron y ahora estamos en otro papeleo porque no le dieron la visa”, lamentó Amelia, al agregar que una de las gestiones desde entonces incluyó pedir un “perdón” a las autoridades migratorias por el periodo que Génesis permaneció en la isla tras la expiración de su visado.

Pese a la tristeza que la embarga por la incertidumbre sobre el futuro migratorio de su hija mayor, Amelia sostiene que el breve reencuentro no estuvo libre de complicaciones provocadas por la separación producida a tan temprana edad.

Los hermanos de Génesis le contaban cosas de su vida que habían vivido. Génesis estaba renuente con ellos, no los quería. Ella sentía que ellos habían tomado su lugar, como que robaron ese amor que ella necesitaba y les decía ‘no me cuenten esas cosas, que yo no quiero saber’. Yo sabía que eso le molestaba. Tuve que ir a un psicólogo con ella porque ella se quería ir, no quería quedarse. Llegamos a un acuerdo, que íbamos a estar un tiempo y que, si de aquí a un tiempo seguía queriendo irse, yo tenía que enviarla. Pero llegó el momento y no quiso irse, se había unido muchísimo a sus hermanos. Creo que se unió más a ellos que conmigo”, compartió la mujer.

“Estas mujeres emigran por amor a su familia, pero no necesariamente la menor o la adolescente lo siente así. Se desvincula ese proceso. […] También se ha demostrado que hay un gran sentimiento de tristeza en las personas que quedan en el país de origen, sobre todo cuando son menores, gran desmotivación y ansiedad en los procesos educativos”, explicó Jenice Vázquez, catedrática en Trabajo Social de la Universidad Interamericana.Amelia no lo piensa dos veces al afirmar que Génesis es la “pieza” que le falta al “rompecabezas” de su vida.

“Génesis es una niña que ha sido muy sufrida, una niña que necesita llenarse de mucho amor y que me necesita mucho. Necesitamos sanar muchas cosas y dejar muchas cosas atrás, y esta separación no nos está ayudando”, menciona.

Ante ese panorama, la reflexión de Amelia sobre la decisión de dejar atrás a su hija, su madre y su país, hace ya 17 años, acarrea una deslumbrante honestidad.

“Pienso ahora, como inmigrante y como mujer que vine hace muchos años a este país, que si me plantearan eso nuevamente, con la experiencia que yo tengo, yo diría que no. Yo diría que ningún dinero que te puedas ganar va a cubrir la falta que le vas a hacer a tus hijos. No soy solo yo, somos muchas las compañeras que venimos de Santo Domingo, arriesgando nuestras vidas, para darle un mejor futuro a nuestros hijos, para que nuestros hijos tengan cosas mejores, que tengan una vida un poco menos dura. Pero todo eso material no vale de nada, porque los pierdes a ellos. Ni con todo ese dinero ni con todo el trabajo que he pasado aquí en este país, no creo que pueda llenarla a ella totalmente ni borrarle esos recuerdos”.

Este reportaje se publica luego de que el periodista completó el Proyecto Cobertura Responsable y Empática del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Interamericana de Puerto Rico

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