Ucrania y Rusia se ven por primera vez las caras este lunes en un tímido inicio de diálogo que arranca entre recelos, como reconocieron en público los principales actores. Sin condiciones previas, la cita arranca en la frontera entre Ucrania y Bielorrusia, un país este último que dista mucho de ser un observador imparcial en el conflicto.
El presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, fue de los primeros en ofrecer su país como sede del hipotético diálogo. Puso de nuevo sobre la mesa la opción de Minsk, como ya se hizo en 2014 y 2015 para pactar unos acuerdos que teóricamente iban a servir para pacificar el este de Ucrania.
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Sin embargo, la Bielorrusia de hoy ya no es la de entonces. La ola de protestas y sanciones desatada tras las controvertidas elecciones de 2020, en las que Lukashenko se hizo con un nuevo mandato, terminaron de acercar al mandatario bielorruso a Moscú, hasta el punto de que ha vinculado indisolublemente su propio futuro al del presidente de Rusia, Vladimir Putin.
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Rusia desplegó miles de efectivos en suelo bielorruso para unas maniobras que precedieron a la invasión y, de hecho, Bielorrusia ha sido la base desde que estas tropas han irrumpido en zonas del norte de Ucrania como la región de Kiev. Asimismo, la Constitución avalada el domingo en referéndum permite a Bielorrusia acoger armas nucleares de Rusia.
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El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, que desde un primer momento se ha mostrado dispuesto a hablar con Putin, siempre ha rechazado Bielorrusia como escenario. No ha sido hasta este fin de semana cuando ha cedido y con matices, ya que el primer encuentro Rusia-Ucrania no será en Minsk, sino en un territorio fronterizo, cerca del río Prípiat, en el que teóricamente la parte ucraniana tiene más garantías de seguridad.
La Presidencia de Ucrania confirmó a primera hora de este lunes, poco después del aterrizaje de helicópteros en la zona, que el objetivo es pactar un alto el fuego y la retirada de tropas rusas de territorio ucraniano, según la agencia UNIAN. Entre los participantes figura el ministro de Defensa, Oleksiy Reznikov, así como representantes de Exteriores y Presidencia.
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Zelenski reconoció este lunes que no espera ningún resultado de este encuentro y duda de la buena voluntad pregonada por las autoridades rusas. No en vano, Putin incluso ha llamado al Ejército a hacerse con el poder en Ucrania y a deponer a unos dirigentes que tacha de «drogadictos» o «nazis».
La parte rusa, por su parte, esgrime que es Kiev quien no quiere dar su brazo a torcer. El sábado, el Kremlin aseguró que Putin había ordenado el viernes poner en pausa todas las operaciones militares para tantear la posibilidad de un diálogo, pero las autoridades ucranianas se negaron, según la versión rusa.
Poco después, el Ministerio de Defensa ruso dio la orden de relanzar la ofensiva “en todas direcciones”, lo que se ha traducido en nuevas presiones no sólo en los territorios que aspiraban a conquistar los rebeldes separatistas del este, sino también en grandes ciudades como Kiev o Jarkov.
Llamadas constantes
Los esfuerzos diplomáticos han sido constantes durante estos últimos meses para tratar de evitar una invasión que Rusia siempre negó preparar, al denunciar incluso la “histeria” de un Occidente que, con datos de Inteligencia en mano, acusaba a Putin de desplegar más de 150 mil militares cerca de Ucrania.
Tras el reconocimiento de Putin a las administraciones rebeldes del Donbás el pasado lunes y, especialmente, tras la invasión iniciada el jueves, la comunidad internacional se ha movilizado más aún. A las rondas de sanciones coordinadas entre Estados Unidos y la UE se han sumado, de forma paralela, innumerables llamadas y reuniones.
Por parte ucraniana, Zelenski y su ministro de Exteriores, Dimitro Kuleba, se han mostrado especialmente activos y han hablado con gobiernos aliados en busca de apoyo. Incluso les han recriminado en redes sociales su tibieza y reclamado sanciones como la desconexión rusa del SWIFT que finalmente han salido adelante.