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¿Podríamos estar listos para que los robots se dediquen a cuidar a los adultos mayores?

Con menos jóvenes y más adultos mayores, el cuidado tradicional empieza a colapsar. Y la inteligencia artificial ya está entrando al juego.

Se desconoce si uno similar albergará la inteligencia artificial de Tang Yu
Robot humanoide de NetDragon Se desconoce si uno similar albergará la inteligencia artificial de Tang Yu (VCG/VCG via Getty Images)

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¿Quién cuidará de ti cuando seas mayor? Durante generaciones, la respuesta fue sencilla: la familia o el Estado. Pero hoy, en plena transformación demográfica, esa ecuación ya no cierra. Y en medio de la crisis, surge una solución inesperada (y un poco de ciencia ficción): los robots cuidadores.

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Un problema que ya nos alcanzó

La población mundial está envejeciendo a paso firme. Menos nacimientos, más longevidad y familias más pequeñas están haciendo imposible sostener el sistema tradicional de cuidados. Los gobiernos no dan abasto y las familias tampoco tienen tiempo ni recursos.

A eso se suma una crisis de personal, acentuada por la pandemia, que ha dejado a muchos centros con menos trabajadores que hace décadas. Y mientras la necesidad crece, los recursos escasean.

Cuando la IA entra a escena

En algunos países, la inteligencia artificial ya es parte del cuidado diario. En Singapur, por ejemplo, el robot Dixie acompaña a adultos mayores, dirige actividades grupales e incluso ayuda a tranquilizar a quienes sufren demencia.

También hay avances más sutiles: biomarcadores de voz que detectan signos de depresión, o chats que transforman recuerdos en libros personalizados para ayudar a quienes están perdiendo la memoria. No es solo tecnología: es un intento de humanizar lo digital.

¿Pueden los robots combatir la soledad?

Uno de los problemas más invisibles del envejecimiento es la soledad. Por eso han surgido los llamados robots sociales, diseñados para conversar, escuchar e interactuar con personas mayores. Algunos estudios muestran que pueden mejorar el estado emocional y cognitivo, reduciendo sentimientos de aislamiento.

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Pero no todo el mundo reacciona igual. Hay quienes los encuentran reconfortantes y quienes los rechazan. Además, el apego emocional a estas máquinas puede generar angustia si desaparecen. Un dilema tan humano como tecnológico.

Lo que aún no tenemos resuelto

Aunque la promesa es grande, también lo son las dudas. ¿Qué pasa con la privacidad si todo es monitoreado por sensores? ¿Cómo protegemos los datos biométricos y emocionales? ¿Y qué pasa si estos sistemas se entrenan con información incompleta o sesgada?

Aún no hay regulaciones claras en muchos países, y ya se han documentado filtraciones de datos sensibles en centros de cuidado. Además, surge una pregunta incómoda: ¿será la IA un privilegio solo para quienes puedan pagarla?

¿Un cuidado humano solo para unos pocos?

El riesgo más grande es que la tecnología aumente la brecha: que los más privilegiados sigan recibiendo atención personalizada, mientras que a los demás se les ofrezcan máquinas como única opción.

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La inteligencia artificial puede transformar el cuidado de los adultos mayores. Pero para que funcione bien, debemos regularla, diseñarla con inclusión y aplicarla con empatía.

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