¿La Irreal Academia Española allá en Madriz? Nope. Z¿Puede la Irreal fijar la lengua? Jej,je,je. Mire, mi queridísimo y muy creativo METRO LECTOR, ni Superman, ni Batman, ni Robin, y mucho menos la Irreal, tienen la fuerza para fijar nuestra lengua (la que usted habla, no la que se le mueve dentro de su boca). Entonces…, ¿quién decide? LOS HABLANTES. Y, como bien decía don Emilio Alarcos Llorach, …la lengua irá por dondequeiran que sus hjabl;antes quieran que vaya”, y pare de contar. Deje de pelar. Resignese. Abrace el cambio. Las lenguas cambian porque sus hablantes y las sociedades también cambian. ¡Si no fuera así, estaríamos hablando latín todavía!
En serio, en serio. Muchos piensan que los cambios son detrimentales para la lengua y están convencidos de que hay que poner la lengua en manos de las academias para “protegerlas” (no se sabe de qué o de quién). Amigo, no se puede detener el cambio. ¿Retrasarlo? Tal vez… Hágale caso al anuncio que divulga una congregación religiosa y PARE DE SUFRIR. No se resista. Tírese de pecho, y celebre cómo la lengua cambia, se renueva, va y viene, y no se detiene.
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Fíjese. Crystal nos relata que allá para el 1582 se creó en Italia la Accademia della Crusca con el propósito de “purificar” la lengua italiana. Y en Francia sucedió la misma historia en 1635 cuando el cardenal Richelieu estableció la Académie Française. Esta última fue tan lejos que logró que, en 1975 se pasara UNA LEY prohibiendo el uso de préstamos del inglés si existía una palabra equivalente en francés.
Pocos hicieron caso de la ley, y en 1994, la francesa se disparó la maroma de imponer la ley Touban, que obligaba el uso del francés y solo francés en distintos contextos públicos. Algunas disposiciones de dicha ley fueron rechazadas pues tales prohibiciones iban en contra de la libertad de expresión, y por lo tanto, violaban la constitución.
Las academias, insiste Crystal, jamás podrán resistir la implacable presión social del cambio lingüístico, sobre todo en un mundo dominado por la internet y la imparable creatividad de los hablantes, particularmente nuestros maravillosos jóvenes.