En lengua oral no hay espacios entre palabra y palabra. Todas salen de su boca pegaditas, no como en este Bocadillo, separadas por un espacio. Al hablar, pausamos para respirar, para que el otro conteste, para enfatizar algo, pero no para diferenciar unas palabras de otras.
Esas fronteras entre palabras que usted cree que escucha son una ilusión; hablamos de corrido. Es por eso es que, cuando escuchamos una lengua desconocida, no podemos identificar dónde termina una palabra y empieza la que le sigue en una cadena oral.
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Hablar es una continuidad física de ondas sonoras. Y esa continuidad en ocasiones nos tiende sus trampas, pues provocan cadenas de sonidos que se pueden interpretar o entender de dos maneras distintas como en el caso de “Qué desea comer” y “Quédese a comer”.
¿Me sigue? Pues sigo. En lengua oral, el oyente puede segmentar esa cadena de palabras de dos maneras lo cual ha dado pie a muchísimos chistes y memes. Pinker le llama trampas fonéticas ¿Qué dónde está la trampa? En la división silábica, que cambia, volviendo loco al más cuerdo, como en Susana Torio, jeje. Y aquí aprovecho para compartir con usted, mi querido METRO lector, una simpática “entrevista” llevada a cabo recientemente en un zoológico del Sur, que ilustra muy bien este interesante fenómeno:
- Y dígame, ¿es muy aburrido ser un halcón?
- Halcón trario.
¡Jajajajajajaja! ¡Nos vemos el próximo METRO JUEVES!