Más allá del moralmente ambiguo personaje que lo ha hecho famoso a nivel mundial, Pedro Alonso O’ Choro, (“Berlín” en “La casa de papel”) es un hombre dedicado a buscar hacia adentro.
Así, luego de experimentar una regresión hecha por su actual pareja, la hipnoterapeuta Tatiana Djordjevic, se descubrió a sí mismo como un soldado romano que encuentra al Mesías y cambia radicalmente su manera de ver la vida. Esto es lo que cuenta en su aclamada obra “El Libro de Filipo”, donde narra toda esta experiencia y da alternativas más allá de los sectarismos castrantes con los que se ha capitalizado la espiritualidad durante siglos. PUBLIMETRO habló con el autor en el marco de la Feria del Libro sobre sus hallazgos y proceso creativo.
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¿Cómo fue el nacimiento de Filipo?
Yo empecé a escribir hace siete, ocho años. Había empezado a estudiar periodismo cuando estudié arte dramático, pero cuando traté de empezar siempre había algo muy pretencioso que me hizo pensar que no, que no estaba para mí la escritura. Y en los últimos años, me di cuenta de que los mensajes de WhatsApp a mis amigos eran diabólicamente torrenciales y mis amigos no lo soportaban (risas), pero había una conexión donde yo no filtraba. Y yo venía leyendo mucha no ficción. Así, con ese pulso, abrí ese archivo y escribí ese archivo y tres años y medio después, lo terminé, lo imprimí y descubrí que tenía una voz narrativa propia.
Le titulé “Potro Noruego”. Y desde ahí, no he parado. He publicado en prensa, y esto. Y esto no comienza como tal como obra, sino que el preludio es una parte de “El potro noruego”, y luego conozco a mi actual pareja en París, que es hipnoterapeuta. Así, hacemos una regresión y me pega un viaje muy serio, muy fuerte emocionalmente. En este yo era Filipo, soldado romano peleado con el mundo, que viaja a Oriente y a medida que el imperio avanza, conoce a un líder de un grupo rebelde, se infiltra y este le cambia la vida. Pero básicamente, lo que yo vi, porque he cambiado los nombres, fue un Evangelio apócrifo: la historia de un soldado de Roma que se encuentra con el Mesías. Y en cuatro regresiones compuse un mapa, que es el relato de lo que yo vi.
¿Cómo cambió el concepto de “Dios” para usted?
Yo le cambié los nombres, porque hay tantos prejuicios a favor y en contra, que quería neutralizar todo eso. La sorpresa, cuando yo era Filipo, es que el Maestro no era un tipo que caminaba sobre las aguas: era fundamentalmente muy, muy humano. Divertido, sorprendente, que se escabullía como un pez, porque en vez de hablarte desde las certezas te hacía unas preguntas muy locas, y era una máquina de desmontar todo eso que nos construimos para ser lo que somos.
Así, este es un viaje de despojamiento de lo que conocemos del espíritu según las religiones. Yo soy espiritual, pero creo que muchos de los senderos hacia esto se han capitalizado y han matado la acción genuina del canto. Yo digo que hay muchos senderos y me gusta un poco de todos, pero cuando aquel sendero comienza a construir letras de molde, “La Verdad”, a mí me entra una gran tristeza. Entonces, mi viaje de crecimiento tiene que ver con limpiar mi casa. Volver a dejar que corra el aire. La meditación fue importante, la regresión y el chamanismo fueron también importantes. Y busco de aquí y allá inspiración para recuperar mi atención a todo eso que no vemos y que yo creo que es fundamental para volver a estar plenamente en este presente. Y, sin afán de pontificar, solo comparto lo que busco e intento ser honesto, con mis dudas, con mis claros y oscuros.
El viaje de Filipo, que es también el suyo, podría compararlo con la historia bíblica de Jesús en el Desierto y las penurias que debe enfrentar para encontrarse a sí mismo.
Entiendo lo que dices. Mira, en la medicina occidental, (es una generalización peligrosa) tienes un problema y te dan algo para que lo tapes. Y luego surge algo y te dan algo más para lo que genera que has tapado. En el chamanismo, en cambio, tienes que purgarlo. Y para eso, hay que entrar en el desván de todo lo que hemos dejado escondido y sanearlo. Y eso implica coraje. Y es fuerte. Los pasos profundos los das solo, pero si siempre que entras ahí y estás bien acompañado, confrontar la herida , te dará salud. Pero hay gente que puede pasar una vida sin hacer esto.
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Entonces, sí es verdad que en algún momento de la vida te toca transitar por el desierto, pero la contraprestación es instantánea. Hay mucha literatura para explorar y te dicen que “te vas a volver loco”, pero es mentira. Eso es el miedo. Tenemos miedo a mirar debajo de la alfombra. Y debajo de esta hay cientos de cadáveres. Y eso genera mucha violencia, primero con uno. Vivir con la violencia de lo que uno no acepta, porque uno fue dañado. Y este es un horror que sufre primero la gente que sufre la violencia.
Claro: es un ciclo infinito de personas rotas rompiéndose unas a otras.
Total: pero la vida tiene esa paradoja. En el fracaso y dolor está el trampolín para llegar a la reconexión. Y la vida tiene eso.
¿Qué fue lo más difícil en el proceso de escritura al vivir este proceso?
Para mí lo que da más vértigo, es ver cómo yo como Filipo, me relacioné con un hombre con un nivel de conciencia impresionante. Y me costó poner todo esto en palabras, porque yo me acordaba de frases, diálogos, pero mi problema era cómo plasmar ese nivel de lucidez. Ese modo tan escurridizo.
Filipo se preguntaba a menudo si el maestro jugaba con él, pero este solo le tocaba el hombro y lo dejaba cuestionándose. Pero para alguien tan armado, al ver que alguien no te manipulaba o adoctrinaba, el desafío era poner toda esa energía en el libro.
También podríamos comparar a Filipo con cualquier persona que se va desarmando ante la vida.
Total. Es una metáfora maravillosa. Es un soldado que se desarma a su pesar, y en cuanto más se desarma contradice sus creencias, vínculos y se convierte en un traidor de su propia causa. Y, a medida que lo hace siente alivio y no tiene fuerzas para resistirse. Y esto le genera mucha zozobra, pero la vida es eso: hay que cruzar la línea de todo lo que me dijeron que estaba mal y hay que ser un auténtico guerrero para aceptarlo.