En el año 2016, un jueves 31 de marzo como hoy, en el Hospital San Francisco de Río Piedras, en la habitación 225, mi mamá falleció. Siempre la recuerdo con amor, con alegría, y albergo en mi corazón el cariño y la ternura del personal hacia mi mamá, en sus últimos días. Recuerdo como si fuera hoy mientras visitaba, que me detuve a hablar con la enfermera de turno, una mujer encantadora, jovial, tintineante y muy profesional. Mientras discurría nuestra conversación pasó otra enfermera y con entusiasmo, le dijo a la primera:
-¿Cómo estás [bizca]?
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-”Muy bien gracias y tú?”, le respondió rauda y veloz la enfermera [bizca].
Ante tal intercambio quedé confundida y vamos, bizca del asombro.
¿Bizca? ¿Quién puede llamarse así? O peor aún, como apodar a alguien de esa forma, a todas luces ofensiva? ¡Ella NO era vizca! Mi sorpresa fue tan evidente que, al ver mi cara de infarto, la amable enfermera [bizca], me explicó que sus compañeros le dicen [bizca], de cariño, porque “hay que mantener el buen humor, y la salud mental en todo momento y más en un hospital”.
“¿Pero por qué bizca?” Le pregunté.
“Mi apellido es Vizca-rrondo”
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¡Sabia mujer! Ambas reímos traicionando la tristeza de la ocasión
¿Y a qué viene esto a cuento? Mi adorado METRO lector, ese fenómeno de acortar o eliminar sonidos al final se conoce en lingüística como apócope, o dicho en cristiano, la eliminación de uno o varios sonidos al final de una palabra. Vivimos encerrados en lenguaje, y jugamos con él gracias a nuestra competencia lingüística.
En fin, mi querida enfermera “Vizca” limpió con ternura su herida. Mami y yo “cantamos” y nos “reímos” juntas (en mi imaginación). Le humedecí con un algodón sus labios, y la peiné. Las dos nos fuimos en paz, cada cual a su destino. ¡Hasta siempre mami! ¡Gracias Vizca!
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