Opinión

Nacionalismo, colonialismo y democracia

Lee aquí la nueva columna “Desde otro prisma”.

Ángel Israel Rivera Ortiz
Ángel Israel Rivera Ortiz

Hay que tener mucho cuidado cuando se manejan los conceptos de nacionalismo, colonialismo y democracia al aplicarlos a Puerto Rico. El nacionalismo puertorriqueño ha sido tan político como lo ha sido cultural y deportivo. Como ha dicho M. Beissinger en un libro sobre el filósofo y antropólogo social Ernest Gellner, todo nacionalismo cultural es en algún sentido político. La mejor muestra de que en Puerto Rico ha habido nacionalismo político es, sin duda, la lucha muy política que llevaron los puertorriqueños bajo España por algún nivel de gobierno propio, lo cual fructificó en la Carta Autonómica de 1897, y la lucha subsiguiente, también muy política, por ese mismo objetivo bajo el dominio de Estados Unidos.

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Esta última lucha fructificó en la “democracia colonial” del Estado Libre Asociado y de nuestra Constitución propia de 1952 que ha durado hasta cuando, por la deuda incurrida por nuestras elites políticas, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Promesa y la Junta de Supervisión Fiscal, que reafirmó la realidad presente del colonialismo estadounidense siempre presente en Puerto Rico desde 1898. Aunque se dice que colonialismo y democracia están reñidos, puede decirse que Estados Unidos creó las condiciones para que en Puerto Rico se diera un orden político internamente democrático durante los primeros años del ELA, una paradójica “democracia colonial”. Nadie puede negar que aquí funcionó un aparato gubernativo propio para los asuntos internos, que se cobraban impuestos por el ELA y se decidía su uso mediante un presupuesto y decisiones que se tomaron como democráticas y que lo fueron en alguna medida para ese gobierno interno. En otras palabras, EE. UU. hizo que, por un tiempo, democracia y colonialismo fueran compatibles si considerábamos los poderes autónomos y la autonomía fiscal del Gobierno de Puerto Rico.

La falta de democracia inherente al colonialismo se limitaba entonces a la propiedad formal de Estados Unidos sobre nuestro territorio, la presencia militar de Estados Unidos en Puerto Rico y el funcionamiento de algunas “agencias federales” que se empezaron a llamar así, aunque eran las mismas agencias imperiales de siempre. A ello se sumaron los “fondos federales” de ayudas que llegaron también antes y después de establecida la “Comunidad Autónoma de Puerto Rico” llamada Estado Libre Asociado. Como se sabe, el colonialismo ha sido una constante en la vida política puertorriqueña, pero se hizo más tolerable debido a la autonomía relativa lograda. Claro, esto también tuvo su lado oscuro porque muchos de los miembros de la elite política comenzaron a velar por sus propios intereses, los de su partido y sus amigos y familiares en lugar del interés común. Algunos, llegaron al extremo de la corrupción y el robo, como sabemos. Y nos endeudaron excesivamente, con tal de lucirse como políticos efectivos, a menudo a costas de los fondos estadounidenses. Es decir, que es perfectamente legítimo que nos preguntemos hoy si esos líderes del PNP y del PPD creyeron realmente en la democracia o simplemente la usaron para su provecho.

Lo cierto es que ese colonialismo que ha sido una constante en Puerto Rico desde su nacimiento con la conquista española ha traído al país un déficit democrático. No todo ha sido negativo, sobre todo para las elites políticas, y en parte, por esos aspectos que no se han percibido como negativos es que ha durado por siglos. Pero el colonialismo no ha sido banal, como ha dicho un colega. El colonialismo jamás es banal. Lo que sí ha sido banal es la manera en que algunos puertorriqueños lo han aceptado y lo han normalizado en la vida política boricua. Pero en ese caso la banalidad, que es una actitud en las personas, no es característica del colonialismo en sí, sino de la manera como se ha aceptado la subordinación del colonialismo por muchas personas por razones que pueden ir desde la dependencia extrema en los fondos federales hasta la corrupción y el enriquecimiento ilícito de miembros de nuestras elites políticas o económicas, algunas de las cuales se ajustan a la definición de elites extractivas de Acemoglu y Robinson en su libro Por qué fracasan los países.

En cuanto a la democracia es mucho lo que habría que decir. No obstante, creo que hay que redefinir qué es para nosotros la democracia, y enmendar nuestra Constitución ejerciendo plena soberanía para que los principios democráticos estén más claros. Se trata de crear una nueva conversación entre boricuas que nos podría hacer seres más libres, no solo por acabar con el colonialismo nefasto, sino también por edificar una democracia en su sentido pleno.

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