Kurt Zimmerman, residente de Michigan (Estados Unidos), ha transformado su pasión infantil por Star Wars en una iniciativa que lleva la alegría y la tecnología a comunidades, escuelas y hospitales. Desde que vio por primera vez a R2-D2 en 1977, Zimmerman soñó con tener su propio droide, un proyecto que concretó años más tarde.
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Su hobby cobró forma en 2011, cuando se unió al R2-D2 Builders Club, una comunidad global respaldada por Lucasfilm dedicada a la construcción de réplicas funcionales del droide.

De la carpintería al droide funcional
Zimmerman utilizó su experiencia en carpintería para dar vida al droide. A diferencia de otros miembros del club que empleaban técnicas avanzadas como el hidroconformado para las cúpulas metálicas, Zimmerman diseñó los marcos principales de R2-D2 en madera contrachapada, utilizando un minucioso trabajo de lijado y pintura para lograr un acabado idéntico al metal.

La réplica de R2-D2 incluye funciones remotas y sonidos auténticos, conseguidos mediante la implementación de un control remoto de aeromodelismo, una técnica que adoptó y perfeccionó gracias al intercambio de ideas con la comunidad del club. Zimmerman destacó que la clave del éxito fue dividir el proyecto en pequeñas tareas, haciendo posible lo que inicialmente parecía una misión inalcanzable.

Inspirando el futuro en aulas y hospitales
Lo que comenzó como un pasatiempo se convirtió en una herramienta de divulgación e inspiración. Con el aval de Lucasfilm, Zimmerman llevó sus droides a exhibiciones públicas, incluyendo desfiles en eventos deportivos de equipos como los Detroit Pistons.

Sin embargo, el motor más significativo del proyecto fue la invitación de sus nietos a realizar una exhibición en su escuela. Zimmerman adaptó sus presentaciones según el público: mientras los más pequeños disfrutaban de la magia de R2-D2 en acción, los estudiantes mayores recibían explicaciones técnicas sobre ingeniería y robótica. El ingeniero aficionado compartió que esta experiencia no solo lo convirtió en “el abuelo más genial del mundo”, sino que también despertó el interés por la robótica en varios de sus nietos.
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El proyecto alcanzó su dimensión más gratificante en las visitas a hospitales. Al interactuar con pacientes jóvenes, y al lograr hacerlos sonreír “en medio de una experiencia terrible”, Zimmerman encontró el valor emocional de su trabajo, transformando su hobby en una “experiencia que cambia la vida”.

Aunque Kurt Zimmerman ha disminuido la frecuencia de sus presentaciones personales, sus droides continúan su misión al ser prestados a otros miembros del R2-D2 Builders Club en Estados Unidos, asegurando que las creaciones sigan inspirando a futuras generaciones de constructores.
