Todo comenzó con una alarma. Literalmente. Villoro cuenta que, una mañana en la Ciudad de México, el sonido lo hizo pensar en un sismo. Pero no era eso. Nadie salió al pasillo, su vecina no estaba, y su celular se convirtió en su única fuente de información (y ansiedad). Esa desconexión entre lo humano y lo digital es justo lo que explora en su nuevo libro: No soy un robot.
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Este ensayo, según el autor, nace en parte de la imposibilidad de hablar con su hija sin pasar por WhatsApp. “Si le hablo directo, piensa que la casa se está incendiando”, dijo entre risas durante el Hay Festival Querétaro. Lo dice en broma, pero es parte de una realidad más grande: la tecnología ya media nuestras relaciones humanas.
De lo personal a lo político: el lado oscuro de los códigos
Villoro advierte que la IA ya no es un simple avance técnico, sino una fuerza social con consecuencias reales. Aunque hay millones de programadores en el mundo, sólo unos pocos cientos controlan los modelos de lenguaje más avanzados, como los que hacen funcionar a ChatGPT.
“Esa élite gana más que un beisbolista de Serie Mundial”, dice, alertando sobre la creciente desigualdad que esto podría provocar.
No se trata de estar en contra del progreso, sino de pensar en cómo se regula y cómo se distribuyen sus beneficios. Villoro insiste: “Defendernos de esto es un asunto social, no técnico”.
La IA ya hace nuestro trabajo (y mejor de lo que creemos)
Villoro, periodista y escritor, admite que su propio campo está en peligro. La IA ya puede hacer traducciones, escribir guiones y redactar notas de prensa con una eficacia inquietante. “Los periódicos podrían operar con solo el 20% de su plantilla humana”, afirma.
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Y no se trata sólo de empleo. Hay una preocupación ecológica también: “Por cada cien palabras en ChatGPT se necesita una bolillita de agua para enfriar los servidores”. La famosa “nube” no flota en el cielo, es un sistema físico que consume recursos y contamina.
El futuro es ahora, y no está regulado
Villoro comparte una anécdota sobre sus clases con Alex Stamos, exjefe de seguridad de Facebook, quien renunció por ética tras la venta de datos a Rusia. “La nueva guerra mundial no ha sido declarada, pero ya sucede en el ciberespacio”, sentencia Villoro.
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El llamado del autor es claro: necesitamos una conciencia política y social sobre los alcances de la inteligencia artificial. No basta con admirarla o temerla. Hay que entenderla y ponerle límites. Porque, como él mismo concluye: “Técnicamente, la mayoría de nosotros ya somos sustituibles”.