Guiar en Puerto Rico es una hazaña y puede producir traumas emocionales.
Si no fuera porque guiar aquí es casi más necesario que el aire para respirar, yo hace rato habría renunciado al volante.
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Durante mi niñez, los accidentes de auto —los choques— me fueron bastante naturales. Hubo una época en que pensé que mi mamá era un caculo. No por ponzoñosa, sino por errática de rumbo y visión. Mami chocaba bastante y siempre decía que la gente se le metía en el medio. Nosotros, que nos criamos en el campo, teníamos que coger una jalda de cuatro kilómetros para salir y llegar a casa diariamente. Esa jalda mami la tenía estudiada… pa chocar en ella, subiendo o bajando. Piénselo. Está bien que choque bajando, pero ¿quién demontre choca subiendo una jalda? ¡Mami! Nunca he tenido explicación.
Mami y papi tienen la honrosa distinción de haber chocado el mismo día, con sus hijas abordo. Mami por la mañana llevándonos al colegio y papi por la tarde, también llevándonos al colegio, pero para una actividad extracurricular. Pobre de mi hermana mayor que, por fastidiar eternamente por ir en el asiento delantero, el mismo día le pasaron dos cosas: se rompió la cabeza en el mismo lugar. ¡Coge asiento del frente!
Esos constantes choques hicieron de mí una persona insoportable al volante o en el asiento al lado del conductor. No está en mí. Siendo copiloto, pego freno, miro por el retrovisor, sufro las distancias poco veladas, los cambios de carril, miro como a la lontananza esperando lo peor y me tapo los ojos cada vez que dentro de mi psiquis se aproxima un choque que nunca llega.
Cuando dejé de depender del volante de mis padres, dependía entonces del mío. Y los choques disminuyeron. De hecho, en 16 años de conductora solo he chocado una vez a un carro que cogió guille de dominó y se llevó a tres más por detrás. Todos terminé pagándolos yo. Después de eso, jamás he vuelto a chocar. Es más, hace casi dos décadas que siento que cada vez que firmo el cheque del full cover del auto se me revienta algo internamente.
Es como pagar un plan médico para nunca enfermarte. Sabes que lo necesitas, pero te jode cuando lo pagas, lo encuentras caro y no lo necesitas. Es casi como casarte legalmente. No sabes si lo amerita, pero te jode si lo necesitas y no lo has hecho. Y te da cargo de conciencia.
Y, aunque no vivo la experiencia de los choques ya de manera tan rutinaria y tan personal como antes, tengo un amigo. ¡Ay, qué amigo!
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Este amigo, a quien amo con todas las fuerzas de mi corazón y más, choca al menos una vez al mes. A veces dos. Es normal que yo, cuando no sé de él, le envíe un mensaje de texto: “¿Chocaste?”. Más de una vez la he pegado. Más de una vez me ha cancelado compromisos porque “estoy en el hojalatero”, “estoy en el seguro” o “reunido con el broker”.
A mí siempre me da risa. Claro, me da risa porque nunca le ha pasado nada grave a él o algún “perjudicado” por él. Hace unos cuantos días chocó y me pareció bastante más serio cuando me dijo que había heridos. Puse a su disposición inmediata mi manos, mis pies y las pocas neuronas que me quedan en el cerebro, para atender sus asuntos y que él se dedicara a soplarle su velita al choque número 100.
Cuando pasó la emergencia, nos encontramos una vez más en el plano profesional, asegurándonos de que sus clientes estaban bien atendidos por esta no chocadora de autos. Y de pronto le pedí que me ayudara a conseguir un contacto telefónico que comenzaba con la letra “C”. ¡Revelador!
Justo al lado mío, puso la letra en “contactos” y esto fue lo que vi: “Choque”, “Choque San Juan”, “Choque Guaynabo”, “Choque Carlos”, “Choque, papá de Carlos”, “Papá Choque”, “Hermana del Choque”, “Choque Hija”, “Choque Febrero”, “Choque Abril”.
¡Que quééé!
Cuando él vio toda la retahíla de choques en sus contactos, me miró y se rio. Él sabe que es suficiente información para que yo lo considere materia de columna. Al tercer “choque” se echó a reír y me dejó el celular en mis manos. Le advertí en ese momento que me daba material para esta columna y le pedí que no chocara su carro alquilado —a consecuencia de un choque— de regreso a su casa.
Hace unos minutos lo llamé para “readvertirle” que escribiría sobre él y sus choques, que lo tiraría al medio en una publicación de circulación general. Y me pidió, por favor, que pusiera en mis oraciones al hojalatero y a su broker de seguros.
Está incorrecto. Esos dos están guisando full gracias a él. Voy a concentrar mis oraciones en pedir por mí y por todos los conductores de esta isla, para que evitemos transitar a su lado. No quiero ser uno más de sus contactos. No quiero ser “Choque Dennise”, o “Choque Histérica”, o “Choque, La Odio”, “Choque Cañaboncito”.
No me choques. Aléjate. Punto. ¡Te quiero, Elliot!